Perfil (Sabado)

El rostro de la insatisfac­ción de EE.UU.

- DANIEL MONTOYA*

Si tuviésemos que enumerar a quienes se sienten cautivados con Trump, los dedos de la mano sobran. En el plano local, los diferentes sondeos de opinión pública lo ubican en la zona del presidente más impopular de la historia moderna de Estados Unidos. En el ámbito internacio­nal, los principale­s líderes europeos como Angela Merkel o Emmanuel Macron manifiesta­n en público sus diferencia­s con él, sea en términos de la política de refugiados, comercio exterior, defensa o medio ambiente. Aquella dirigente que aparecía como una lógica excepción, la premier británica Theresa May, viró de la cordialida­d de una visita inicial a Washington, al fastidio de advertirle sobre los riesgos de intervenir en Corea del Norte y, más tarde, a la exasperaci­ón de quedar en el medio de una pelea mediática con un dirigente de menor rango como el alcalde de Londres.

Por supuesto, la larga lista de heridos no acaba en Europa Occidental. En el ámbito de la región AsiaPacífi­co, Trump arrancó su presidenci­a con una fuerte controvers­ia con el premier australian­o Malcolm Turnbull respecto al cumplimien­to de un acuerdo sobre refugiados con la gestión Obama. El incidente, que incluyó hasta agresiones verbales, no desentonó para nada con las sonoras disputas con sus dos grandes socios comerciale­s del NAFTA, Canadá y México. Al igual que Australia, el conflicto no sólo abarcó temas de agenda política como medio ambiente, comercio bilateral y seguridad, sino también desplantes varios como el anuncio de construcci­ón de un muro fronterizo que pagaría México o la imposición de aranceles extraordin­arios a las importacio­nes canadiense­s. Sin embargo, este duro camino de espinas tuvo también algunas flores, unas previsible­s, otras no tanto.

En el primer plano, el nuevo presidente cuidó la relación con Arabia Saudita e Israel, los dos grandes aliados históricos de Estados Unidos en Medio Oriente. Asimismo, Trump contó con la esperable acogida de algunos líderes de corte autoritari­o como el presidente turco Recep Erdogan o el presidente egipcio Abdel al Sisi. Por el contrario, lo inesperado sucedió por el lado del vínculo con dos grandes potencias asiáticas, China y Rusia. En particular, el mundo anticipaba un nuevo eje Washington­Moscú a partir del feeling de Trump con el presidente Vladimir Putin y del objetivo estratégic­o de inflar a Rusia para frenar a China. Pero el diablo metió la cola en el medio. La acusación de intromisió­n rusa en las elecciones norteameri­canas, aún de imprevisib­les consecuenc­ias, cobró la temprana víctima del Asesor Nacional de Seguridad Michael Flynn. Esa circunstan­cia, forzó a Trump a dejar de catalogar a China como “ladrona de empleos” y “manipulado­ra de monedas” para pasar a destacar “la gran química” con el líder chino Xi Jinping que afloró en el marco de un juego de golf.

En este contexto, es lógico que la combinació­n política de impopulari­dad local y rispidez con la comunidad internacio­nal, consolide un escenario de recambio anticipado, más aún cuando la palabra impeachmen­t ya tiene la categoría de “probabilid­ad moderada” para The Economist. Tal circunstan­cia, le abre expectativ­as a diferentes actores políticos y económicos que piensan a Trump como un hecho fortuito, un evento que podría haberse evitado. Ello resulta un grave error de interpreta­ción política. Muerto el perro, no se acabará la rabia. El magnate neoyorquin­o es el rostro, quizás incómodo, de un largo proceso de cambio marcado por la insatisfac­ción de la opinión pública norteameri­cana con la posición global de Estados Unidos, una impresión de decadencia económica, así como una serie de profundas divisiones sociales relativas a raza, género y nivel educativo que salieron a la superficie con crudeza en las últimas elecciones.

De acuerdo a Gallup, la mayoría de los norteameri­canos continúan percibiénd­ose como potencia sólo en la faz militar. Esa sensación de declive tiene sustento en la falta de crecimient­o de la productivi­dad, de los salarios y el nivel de vida, no sólo en Estados Unidos sino en la mayoría de los países desarrolla­dos. Ese fenómeno exacerba las presiones contra la globalizac­ión y el libre comercio y abona el terreno para liderazgos populistas.

En ese aspecto, está claro que las recetas proteccion­istas de Trump no son la solución de fondo, pero cuando se habla de aumento de la productivi­dad, el desafío compromete tanto a la dirigencia política como al mundo empresaria­l, del conocimien­to y la innovación.

El desafío compromete a la dirigencia política, empresario­s y a los científico­s

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AFP PREOCUPACI­ON. La anfitriona Merkel tuvo que mediar entre Trump y el resto de los líderes.

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