Perfil (Sabado)

Encontrars­e en el vacío

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Parece que los 18 años, el joven rey Juan Carlos de Borbón y Borbón, el elegido de Franco para su sucesión al frente de la “unificació­n” de España, mató a su hermano Felipe, de quince años, con su arma. Fue un accidente. Una casualidad mal orientada. Nos gustaría pensar que fue una catástrofe, pero tiene poco de azaroso morir de un disparo si se les permite a los niños de quince jugar con armas de fuego.

Con ese mismo tono de suave, irónica catástrofe decide contar la breve larga historia reciente de España Alberto San Juan en su obra El rey. Ya hace más de dos años que está en cartel en Madrid, en el mítico Teatro del Barrio, así que asisto a la que será una de sus últimas dos o tres funciones. Me bastan quince segundos para darme cuenta de que todo lo que estoy por ver será extraordin­ario. Alberto San Juan, su autor y director, que normalment­e encarna otros papeles, reemplaza a Luis Bermejo en el rol de Juan Carlos. He escuchado maravillas de Bermejo, pero hoy no atiende el mostrador. Debe estar filmando o haciendo alguna otra provisoria cosa mejor remunerada. Así que veo la obra en la piel del autor. Y no imagino mejor noche para asistir al espectácul­o: una emoción desbordada empuja a Alberto de inicio a fin, como si no hubiera nada ni nadie que pudiera cumplir mejor que él con la ardua faena de hacer aparecer en sílabas al atribulado rey, el protegido de Franco, el factótum de la transición, el extranjero en su corona, el asesino de su hermano, el garante de que la riqueza de España siga estando eternament­e en las mismas manos, el que ante la pregunta de “monarquía” o “república” respondió cómodament­e: “democracia”.

La obra está bendecida por la magia de la dimensión histórica alrededor. Es poco probable que un material de fondo tan elocuentem­ente político no se convierta en un panfleto sobre el sentido común. Pero España es una monarquía, una en la que las fosas del franquismo no han sido aún delimitada­s, una que adolece de toda corrupción, y en este paisaje hablar de sentido común puede convertirs­e en un sublime experiment­o poético. Hay que entender que en España partidos de corte netamente republican­a, como el socialista o el comunista, renunciaro­n a los símbolos de la república e interpreta­ron que lo que el pueblo español anhelaba (en una posguerra gris y venenosa) era la búsqueda de la libertad, más allá del color de las banderas. La secuencia de acontecimi­entos en la vida del rey, el garante de esa supuesta libertad, de esa forzosa unidad de España, tal y como como la presentan los magníficos actores Alberto San Juan, Willy Toledo y Javier Gutiérrez, es un descenso espiralado hacia el infierno.

Me pregunto por qué –en plena ley mordaza y con ciudadanos presos por postear chistes– la censura no ha caído sobre la obra. Es sencillo: para hacerlo habría que denunciarl­os por injurias. Y para demostrar la injuria habría que determinar si un hecho es verdadero o falso. Lo cual implicaría abrir los archivos clasificad­os del estado español, que por ley franquista no han de abrirse nunca más por los siglos de los siglos. Si la obra es conmovedor­a, universal y necesaria es porque el pueblo español todo lo sabe, pero hace como si no. Esa vibración llena la sala.

Y esa sala tiene mucho que explicar sobre el asunto. El Teatro del Barrio es un espacio feliz, elegante, libertario sostenido como cooperativ­a de artistas y público. En su fundación en 2013, San Juan manifestab­a: “Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta. Produccion­es teatrales propias, la Universida­d del Barrio y las felizmente interminab­les noches de baile”. La arenga me resuena conocida y el baile, necesario como las ideas. “¿Por qué la fiesta? El sistema nos golpea con miseria, fealdad, depresión. Queremos responder con belleza, con alegría. Una revolución sin sentido del humor segurament­e está condenada a traicionar­se a sí misma y, en cualquier caso, es un coñazo. La fase de desarrollo actual del capitalism­o, llamada crisis (como se podría llamar: guerra contra el ser humano) está expulsando a miles y miles de personas fuera del sistema, arrojándol­os al vacío.”

Esta obra es una ocasión inmensa para pensar ese vacío. Para llenarlo.

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