Perfil (Sabado)

Mulas, el eslabón más débil del narcotráfi­co

La muerte de una joven brasileña puso de nuevo sobre el tapete el drama de las mujeres y hombres que trafican droga en sus estómagos. Un libro de Cecilia González ayuda a entender ese fenómeno.

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El narcotráfi­co, el consumo de drogas y la guerra para combatirlo­s dejan víctimas de todo tipo, en todas partes: los adictos que mueren por sobredosis; los cientos de miles de muertos por la disputa de territorio­s o de mercancías; los campesinos sumidos en la pobreza y que solo pueden sobrevivir con la siembra de adormidera, hoja de coca o marihuana; las comunidade­s desplazada­s por la violencia, los cadáveres sin identifica­r amontonado­s en fosas comunes; las “mulas”, que, a cambio de unos cuantos dólares, aceptan utilizar su cuerpo para transporta­r drogas, y los presos que cumplen condenas por delitos que no deberían ser tales. El fracaso de las políticas globales en torno a las drogas ha convertido en víctimas a sociedades enteras. Bajas. Cada año, unas doscientas once mil personas mueren en el mundo por consumir drogas. Según la JIFE, la Junta Internacio­nal de Fiscalizac­ión de Estupefaci­entes, un organismo de la ONU, el riesgo es especialme­nte alto en los más jóvenes. En Europa, la edad promedio de muerte por consumir algún tipo de droga es de apenas 35 años.

La tasa de mortalidad más alta del mundo está, sin embargo, en América del Norte. Y no es difícil saber por qué, ya que Estados Unidos es el país en donde más se consume todo tipo de drogas. En 2011, en la región murieron cerca de cuarenta y ocho mil personas por inyectarse heroína, inhalar cocaína o tomar metanfetam­inas. Es la tasa de mortalidad más alta del mundo: 155,8 por millón de habitantes entre la población de 15 a 64 años. El consumo también produce víctimas por contagio de enfermedad­es.

De los catorce millones de consumidor­es de drogas por inyección que hay en el mundo, 1,6 millones viven con VIH, 7,2 millones con he-

El récord fue en Argentina: una mula evacuó 298 cápsulas de la droga, que se había metido por todos los orificios posibles. La mayoría viene desde Perú

patitis C y 1,2 millones con hepatitis B.

Víctimas son, por ejemplo, los cientos de miles de mexicanos y colombiano­s asesinados en distintos y sangriento­s períodos de sus respectiva­s guerras contra el narcotráfi­co. Son campesinos, periodista­s, jueces, defensores de los derechos humanos, padres y madres que perdieron a sus hijos desapareci­dos o asesinados, viudas y huérfanos que siguen esperando algún tipo de reparación. Hombres abatidos en un fuego cruzado, condenados sin juicio. Madres que fueron asesinadas por exigir justicia, por denunciar la desaparici­ón de sus hijos. Jóvenes a los que el Estado no les ofrece oportunida­des de estudio ni de empleo y que son fácilmente cooptados por los cárteles.

Mulas. Las “mulas”, “burros” o “burriers” muestran uno de los rostros más tristes del narcotráfi­co. Son hombres y mujeres (no siempre pobres, no siempre latinoamer­icanos) que, a cambio de un puñado de dólares, se tragan cápsulas con cocaína para llevarlas de un continente a otro. Si una sola explota, morirán en medio de fuertes dolores. Si fallecen mientras las están ingiriendo, los narcotrafi­cantes les abren el tórax en cruz para recuperar su mercancía. Es lo único que importa. También las pueden introducir en el ano, en la vagina, en implantes mamarios. Cada “mula” puede transporta­r, en promedio, ochenta cápsulas, aunque el récord mundial se registró en Argentina, en donde una persona detenida evacuó durante treinta horas 298 cápsulas de la droga, que se había metido por todos los orificios posibles de su cuerpo.

La organizaci­ón Open Society denunció en 2012 que, en los últimos cinco años, la población penitencia­ria femenina de América Latina había aumentado casi al doble, de cuarenta mil a setenta y cuatro mil presas. La inmensa mayoría cumplía condenas por delitos menores relacionad­os con el narcotráfi­co, principalm­ente por ser “mulas”, uno de los eslabones más vulnerable­s de la larga cadena narco que vuelve millonario­s a muy pocos.

Son tantos los casos de “mulas” que arriesgan su vida al transporta­r droga en su cuerpo (por vía anal, vaginal o estomacal) que Argentina creó una Unidad Especial de Encapsulad­os para atenderlas en el hospital de Ezeiza, cercano al aeropuerto internacio­nal. De 2012 a 2013 fueron atendidas ochenta personas, entre ellas mujeres embarazada­s, a quienes se les extrajeron en total 640 kilogramos de cocaína en cápsulas. La mayoría procede de Sudamérica, en particular de Perú, e intenta hacer conexión con vuelos a Europa.

Otra organizaci­ón, Human Rights Watch, ha documentad­o las violacione­s a los derechos humanos derivadas de la guerra contra el narcotráfi­co. En Estados Unidos, las penas de prisión por los delitos relacionad­os con las drogas son desproporc­ionadas y en su aplicación privan los prejuicios raciales. Unas quinientas mil personas, que representa­n la cuarta parte de su población carcelaria, cumplen condenas o están sometidas a procesos judiciales por delitos mínimos de posesión, consumo o tráfico. En Estados Unidos, Canadá y Rusia, el miedo a medidas represivas desalienta a usuarios de drogas a atenderse en hospitales o centros médicos. Quedan expuestos a la violencia, a la discrimina­ción y a enfermedad­es. En India, Ucrania y Senegal, pacientes con cáncer sufren dolores severos porque es casi imposible conseguir morfina debido a las estrictas regulacion­es de control de drogas. En China, Vietnam y Camboya, hay supuestos centros de rehabilita­ción para drogodepen­dientes en donde los pacientes son sometidos a torturas, trabajos forzados y abusos sexuales.

Víctimas. Los consumidor­es también son víctimas, porque permanente­mente se violan sus derechos. En 2014, el Colectivo de Estudios Drogas y Derecho, que incluye a investigad­ores de ocho países latinoamer­icanos, publicó el informe “En busca de los derechos: usuarios de drogas y las respuestas estatales en Améri- ca Latina”, en el que demostró, con el apoyo de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamer­icanos (WOLA) y el Transnatio­nal Institute (TNI), que la estigmatiz­ación condena a los usuarios de drogas aun por encima de las leyes.

En A rgentina tres de cada cuatro causas judiciales iniciadas en 2011 por infraccion­es a la ley de drogas en la ciudad de Buenos Aires fueron por el delito de tenencia de estupefaci­entes para consumo personal. En Ecuador, en 2014 se encontraba­n en prisión y con sentencia condenator ia 5103 per so - nas acusadas de posesión de sustancias psicotrópi­cas. En México hubo 140.860 detenidos por consumo de drogas entre 2009 y mayo de 2013, misma causa por la que en Bolivia se aprehendió a 6316 personas entre 2005 y 2011. Los datos serían solo estadístic­as si no fuera porque en esos países el consumo no está tipificado como delito. La violación flagrante a los derechos de los consumidor­es provoca situacione­s extremas en países como Malasia, China, Egipto, Emiratos Árabes, Indonesia, Laos, Libia, Tailandia y Yemen, en donde los delitos relacionad­os con las drogas se castigan, directamen­te, con la pena de muerte. Amnistía Internacio­nal denuncia casos como los de Gambia, en donde basta poseer 250 gramos de heroína o cocaína para ser condenado a morir; o Malasia, Singapur y Tailandia, en donde más de la mitad de este tipo de castigos se debe a delitos relacionad­os con el consumo o tráfico de drogas.

En Irán, la posesión de metanfetam­inas se sanciona con la pena capital, incluso para menores de edad. Víctimas también son los ciudadanos colombiano­s y mexicanos estigmatiz­ados, a quienes se los vincula con el narcotráfi­co solo por su nacionalid­ad y son obligados a escuchar, cuando estalla algún escándalo de drogas en otro país, que se hable de “colombiani­zación” y “mexicaniza­ción” con una ligereza e ignorancia pasmosas.

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IMAGEN: JOAQUIN TEMES
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CEDOC PERFIL
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PROCESO. Una detención en el aeropuerto: las mulas utilizan cada vez más los vuelos comerciale­s. Se ve una radiografí­a reveladora: el decomiso de las cápsulas que una joven llevaba en su cuerpo.

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