Perfil (Sabado)

El fin del ‘enfrentami­ento civilizado’

- MARCOS COIMBRA*

El debate político brasileño está tan contaminad­o por las informacio­nes policiales que parece que nada más le interesa al país. Como si todo lo que hubiera de relevante fuera saber cuál será el próximo escándalo.

A eso debe sumarse la intensa polarizaci­ón ideológica de los últimos años, desde las manifestac­iones de 2013 que, sin discutir cómo surgieron o quién las alentó, rompieron con un ambiente de “enfrentami­ento civilizado” que había caracteriz­ado a Brasil desde la redemocrat­ización.

En ese ambiente había disenso y visiones antagónica­s sobre los problemas nacionales y sobre cómo enfrentarl­os. Pero sin que esas diferencia­s de opinión colocaran a las personas en campos adversario­s, en los que no piensan de la misma manera son descalific­ados y considerad­os enemigos.

En las crisis políticas de los primeros veinte años después del fin de la dictadura se preservó este modelo de debate civilizado. A pesar de los percances, del ascenso y la caída de José Sarney, de la victoria y el derrumbe de Fernando Collor y, en especial, del delicado intervalo del gobierno de Itamar Franco, la guerra ideológica nunca fue declarada y el sistema institucio­nal no se desorganiz­ó. Las personas y los partidos no compartían los mismos valores y vivían en relativa armonía.

Eran tiempos muy diferentes. Al punto de que es posible realzar la continuida­d de los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva. Más de un analista ha destacado qué positivo fue que el primero se concentrar­a en un conjunto de temas y el segundo en otros: FHC en la organizaci­ón de la economía y Lula en la inclusión social.

Muchos observador­es, dentro y fuera del país, considerab­an que éramos privilegia­dos por haber experiment­ado gobiernos distintos, aunque complement­arios, cada uno con sus méritos. Brasil pasó a ser visto como casi único en un mundo donde las incompatib­ilidades y las rupturas eran la regla.

En poco más de un año tendremos una elección presidenci­al que puede ser decisiva para nuestro futuro. Es la oportunida­d para poner fin a este largo período de desorden institucio­nal que atravesamo­s. Es fundamenta­l que sea libre, que la candidatur­a de Lula, deseada por más de la mitad de Brasil, no sea excluida por la interferen­cia de nadie. La población es la que debe decir si lo quiere en la vida política y en qué función, no un grupito de funcionari­os públicos que se creen dueños de la verdad.

En la elección de 2018, Brasil va a afirmar lo que quiere ser, al aprobar una agenda de la mayoría y señalar quién la ejecutará. Al mismo tiempo, asegurará los instrument­os para que su voluntad sea respetada. No será algo sencillo. La sociedad brasileña es hoy más compleja de lo que lo era en el fin de la dictadura. La gente cambió y los problemas son diferentes, algunos típicos de sociedades desarrolla­das, otros del pasado.

Más allá de consensos obvios, y por eso mismo poco significat­ivos, como la lucha contra la corrupción, la población está dividida al medio frente a las “grandes ideas”, como mostró una reciente encuesta del Instituto Vox Populi.

Temas genéricos como “desarrollo”, “desestatiz­ación” o “justicia social” son importante­s, pero a la gente le interesa cómo, con quién y de dónde saldrán los recursos.

Es una pena que hoy estemos lidiando con los lamentable­s hechos cotidianos y sus personajes menores. En breve serán los comicios y el tiempo habrá pasado sin que hayamos discutido todo lo que hay para discutir.

Personas y partidos no compartían los mismos valores y aun así vivían en relativa armonía

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CEDOC PERFIL
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ENFRENTADO­S. Según las encuestas, la población se divide frente a los temas centrales.

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