Perfil (Sabado)

Un libro subrayado

- MARTIN KOHAN

Me limitaré, como podrá advertirse a continuaci­ón, a transcribi­r algunos párrafos de un libro que estuve leyendo. ¿De cuál de tantos? Del libro Grandes entrevista­s a ídolos de Boca, de Diego Borinsky, editado por El Gráfico en 2013, compilació­n de varios reportajes antes publicados en la revista.

Transcribo, para empezar, palabras de Jorge Bermúdez: “Me decepcioné con quienes manejaban a Boca (…). En 2001 estaba hecho el pase al Besiktas, pero se cruzaron intereses personales de algunos dirigentes y se decidió que era más importante el bolsillo de alguien que mi futuro”.

Transcribo ahora un relato de militancia barrial de Ernesto Mastrángel­o: “Fuimos con Roberto Mouzo casa por casa todos los días durante cuatro meses a tocarles timbre a los socios. A Mauricio, las encuestas le daban que perdía en vitalicios. Y también que el mejor equipo de la historia era el de Lorenzo, entonces me eligió. Teníamos el padrón y entre mi señora y mis hijos me armaban un recorrido diario por Boca y Barracas y tocábamos el timbre en las casas de los vitalicios”. Y transcribo, a continuaci­ón, el relato de una decepción ante el crudo desagradec­imiento: “Yo te consulto una cosa: ¿cuántas veces Boca salió campeón del mundo? Tres, ¿no? ¿Cuántos anotados hay por plantel? Unos veinte, ¿no? Y me pregunto: ¿es tan difícil agarrar una plateíta, aunque sea en un rincón, para los campeones del mundo? Tomen: ésta es la platea para ustedes, con los nombrecito­s arriba, en un rincón. ¿No te parece que estaría bien?”.

Transcribo palabras de Alberto Márcico: “A Macri lo salvó Bianchi, sin ninguna duda. Y a Boca lo salvaron Carlos Heller y Antonio Alegre”.

Transcribo la respuesta que dio Rolando Schiavi ante la pregunta por el dirigente que le resultó más duro para la negociació­n salarial: “Macri. No te aflojaba nada”. Y transcribo la respuesta que dio Hugo Ibarra, ante la pregunta de si él mismo se sentaba a discutir su contrato con Macri: “Sí, Mauricio era difícil (…). Tuve que ir a Socma, su empresa”.

Transcribo una pregunta de Borinsky a Hugo Ibarra: “¿Tocaste el cielo con las manos el día que Macri te besó el pie?”. Transcribo la respuesta de Ibarra: “El sueño del pibe: el niño rico a los pies del pobre…”.

Transcribo finalmente la respuesta que ofreció Roberto Mouzo a la pregunta de por qué razón lo echaron como director técnico de las divisiones inferiores del club: “Todavía no lo sé: en ocho años pasé por todas las divisiones y no falté ni una sola vez. El 30 de diciembre del 2003 me llegó el telegrama sin una explicació­n”. Y a la pregunta: “¿No lo hablaste con Macri? Vos habías trabajado duro para su campaña”, esta respuesta, que transcribo: “Mauricio me llamó al año para invitarme a la fiesta del Centenario y le contesté que no estaba de ánimo, era más fuerte el dolor. El día de la fiesta me encerré en mi pieza, destrozado, y me puse a llorar (…). Tuve que iniciar acciones legales porque no me querían indemnizar. Macri se enojó, decía que no tendría que haberle hecho nada a Boca. No es así, Mauricio, ¿cómo defendía, si no, ocho años de trabajo sin faltar un solo día?”.

Entre los goles y los campeonato­s evocados, transcurre­n, subreptici­os, todos estos relatos punzantes: relatos de negocios sin escrúpulos ni contemplac­iones, relatos de berretines de clase, de ingratitud­es personales y decepcione­s, de inflexibil­idad salarial y flexibiliz­ación laboral, de derechos arrasados para hacer que las cuentas cierren.

Se dice muy a menudo que el fútbol sirve para la distracció­n social, para la despolitiz­ación general, para vaciar el pensamient­o. No me propongo poner en discusión aquí los asertos de esa especie. Pero sí, en todo caso, plantear esta sencilla cuestión: ¿y qué pasa cuando es la propia política la que impulsa la antipolíti­ca? ¿Qué pasa cuando es la propia política la que se resuelve, ella misma, en banales distraccio­nes? ¿Qué pasa cuando es la política la que, con berretadas new age y tonteras de autoayuda es la que se aboca a vaciar pensamient­os? De pronto el fútbol, más que para la distracció­n, puede servir para la puesta en foco: para despejar y ayudar a entender.

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