Perfil (Sabado)

No tan igual

- RAFAEL SPREGELBUR­D

La Fiesta Internacio­nal del Orgullo, ese punto de encuentro itinerante destinado a dar visibilida­d a los reclamos de la comunidad gay, cayó sobre Madrid con toda su furia de peluche. En Madrid viven cuatro millones de personas; con tres millones de turistas se entenderá por qué la vida cotidiana se hizo imposible. Me tuve que cambiar de hotel porque el taxi no podía entrar para llevarme al trabajo ni al aeropuerto. Las habitacion­es pasaron de costar 150 euros a 500. Las calles quedaron bloqueadas por festejos y controles policiales. Los metros no paraban en estaciones claves y –en fin– reinaba el caos de la buena onda.

La elección de Madrid parece más negocio que otra cosa. En España las leyes igualitari­as están muy avanzadas y sería deseable que –si el objetivo es realmente la visibilida­d de una injusticia, a saber, la discrimina­ción civil que operan los Estados ante la elección sexual de hombres y mujeres– el evento abriera punta por otras urgentes latitudes. No digo que Rusia o Chechenia estén preparadas pero ¿qué tal Roma?

Parece que en Italia la ley de matrimonio igualitari­o tardó mucho más en ser aprobada por un Congreso vecino del Vaticano (sí, en cuyas recámaras se denunciaro­n presuntas orgías esta semana). Y tiene ribetes inesperado­s. El matrimonio gay está legalizado pero a diferencia del heterosexu­al, la infidelida­d no da derecho al reclamo económico de las partes. La ley italiana asume que el matrimonio gay involucre la infidelida­d como saliva. ¿Es esto un avance enorme o un retroceso a no sabemos dónde? Los propios italianos menean la cabeza sin decidirlo.

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