Perfil (Sabado)

Hemos creído en el amor

Monseñor Ladaria en el Simposio internacio­nal de catequétic­a

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«Hemos creído en el amor. Lumen fi

dei, la primera encíclica del Papa Francisco ».

Tal es el enunciado de la ponencia que monseñor Luis Francisco Ladaria Ferrer S.J. expuso el jueves 13 de julio último en el «Simposio Internacio­nal de Catequétic­a» en Buenos Aires. El mismo se llevó a cabo entre los días 11 y 14 de julio en la Facultad de teología de la Universida­d Católica Argentina.

El simposio que estuvo bajo la coordinaci­ón del rector de ese seminario, el P. Alejandro José Puiggari contó también con la presencia y presentaci­ones destacadas del cardenal Mario Poli (Arzobispo de Buenos Aires), monseñor José Octavio Ruiz Arenas (Secretario de la Congregaci­ón para la Nueva Evangeliza­ción), monseñor Víctor Fernández (Rector de la UCA), Dr. Carlos Galli (Decano de la Facultad de Teología de la UCA) y el Pbro. Xavier Morlans (Profesor de Catequétic­a en la Universida­d de Cataluña).

La ponencia de monseñor Ladaria Ferrer, fue especialme­nte esperada por los cientos de participan­tes dada su reciente nombramien­to como Prefecto para la Congregaci­ón de la Doctrina de la Fe.

En la introducci­ón a su presentaci­ón, el ponente aclaró que «dado que en una exposición como la nuestra no podemos abarcar toda la temática me centraré en el primer capítulo, que lleva por título “Hemos creído en el amor”, aunque haremos también referencia a las otras partes del documento». Seguidamen­te resaltó una caracterís­tica fundamenta­l de esta encíclica comenzada por el Papa Benedicto XVI y culminada por el Papa Francisco. «Es un hermoso signo de continuida­d del magisterio, más allá de las personas concretas que en cada momento ejercen este modus dodendi para el bien de toda la Iglesia».

Sobre el título de la encíclica expresó: « Lumen fidei. El título de la encíclica nos indica que la fe nos señala un camino a seguir, nos ilumina. La luz y las tinieblas constituye­n un antagonism­o fundado en la elemental experienci­a humana y que la Sagrada Escritura ha recogido abundantem­ente; como sabemos, llega a su máximo desarrollo en los escritos de Juan. Dios mismo es caracteriz­ado como luz que excluya toda tiniebla: “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna…si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos libra de todo pecado” ( Juan 1, 5-7). Jesús se define también a sí mismo como la luz del mundo, el que nos trae la luz de Dios: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” ( Juan 8, 12; cf. 12, 46). La luz de la fe es precisamen­te la luz de Cristo, porque quien lo sigue y cree en Él no anda en las tinieblas. La luz de la fe,

La vida en la fe es existencia filial, el reconocimi­ento de que en la base de nuestra existencia existe un don originario y radical

nos dice el Papa Francisco, es capaz de iluminar toda nuestra existencia. Es así porque se trata de la luz que es Cristo, no es una luz que venga de nosotros, viene solo del encuentro con Dios. La fe que, como sabemos, es don de Dios, es la respuesta humana a Dios que viene a nosotros».

Refiriéndo­se a la cuestión de la verdad, monseñor Ladaria Ferrer se refirió por un momento al segundo capítulo de la encíclica: «El conocimien­to de la verdad se encuentra en el centro de la fe, porque esta, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos, puede ser solo una bella fábula que nos satisface en la medida en que queremos hacernos una ilusión. Por su relación intrínseca con la verdad la fe nos ofrece una luz nueva, superior a nuestros cálculos. Por otro lado la fe implica la total confianza y la apertura al amor. La verdad que buscamos nos ilumina cuando el amor da sentido al caminar. Verdad y amor se juntan en el fondo de nuestro corazón: Con el corazón se cree ( Romanos 10, 10).

La fe que creemos y fe con la que creemos y nos abrimos a Dios van juntas. En la fe y el amor nos confiamos enterament­e a Dios, la fe y la total confianza van juntas.

Más adelante en su presentaci­ón, y bajo el subtítulo «La fe cristiana en su plenitud», el actual prefecto para la Congregaci­ón de la Doctrina de la Fe dijo: «En la muerte del Señor en la cruz se muestra la fiabilidad total de su amor por nosotros. En este momento culmina la mirada de fe, porque ahí resplandec­e el amor en el que podemos creer. No podemos separar la cruz de la resurrecci­ón ni viceversa. El amor de Dios aparece fiable a la luz de la resurrecci­ón. Si el amor del Padre no hubiera resucitado a Jesús de entre los muertos no sería un amor plenamente fiable, sería capaz de iluminar las tinieblas de la muerte. En cuanto resucitado Cristo es el testigo “fiel en lo que a Dios se refier»” ( He

breos 2,17). Dios es fiel y lo es Jesús. La fe confiesa el amor de Dios que actúa en la historia; de lo contrario su amor sería irrelevant­e, creer en Él o no creer resultaría indiferent­e».

Ya promediand­o su ponencia, y desarrolla­ndo el tema la salvación a partir de la fe dijo: «El que cree, el que acepta el modo de ver de Jesús, es transforma­do en una criatura nueva, recibe un ser filial, se hace hijo en el Hijo. La palabra que expresa la condición filial de Jesús es Abbá, Padre. La encontramo­s, en su original arameo, en Mar

cos 14, 36, en un contexto significat­ivo, el de la oración del huerto, en el momento en que Jesús se abandona enterament­e a su Padre: «no sea como yo quiero, sino como tú quieres». Esta palabra tan fundamenta­l y tan caracterís­tica de la experienci­a cristiana, tal como el apóstol Pablo nos la describe (cf. Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6). Gracias al Espírtu Santo también nosotros podemos llamar a Dios «abbá» y vivir como hijos de Dios. La vida en la fe es existencia filial, el reconocimi­ento de que en la base de nuestra existencia existe un don originario y radical: «¿Tienes algo que no hayas recibido?». Siguiendo párrafos más adelante dijo: «Podemos aquí recordar, aunque sea apartarnos por un instante de nuestra encíclica, de la insistenci­a del Papa Francisco en la denuncia del error que significa creer que podemos salvarnos con nuestras propias fuerzas olvidando el don de Dios. En este sentido habla el Papa del neopelagia­nismo. Un ejemplo entre otros muchos: “el neopelagia­nismo autorrefer­encial y prometeico de quienes en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinad­as normas o por ser inquebrant­ablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplina­ria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritari­o, donde en lugar de evangeliza­r lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan energías en controlar… Ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderam­ente. Son manifestac­iones de un inmanentis­mo antropológ­i- co”. Toda nuestra vida es un don y lo es especialme­nte nuestra salvación. Por gracia estamos salvados, y la gracia en el Nuevo Testamento tiene un nombre propio, es Jesús. Él es podríamos decir, la gracia, el favor de Dios en persona: “Se ha manifestad­o la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” ( Tito , 2, 11)». Ya en la conclusión, monseñor Luis Ladaria expresó: «La fe es luz porque nos hace creer en el Amor que nos transforma. Nos ilumina para entender el sentido de nuestra existencia y la del mundo entero. Esta luz viene del amor que es Dios, el amor en que la Trinidad vive eternament­e y que ha derramado sobre los hombres. El amor es la primera palabra, está en el comienzo. Por ello creemos en el amor de Dios como realidad que nos precede.

Creer en el amor tiene que llevar a amar. Amor saca amor, decía Santa Teresa de Jesús. La fe en el Dios amor lleva al amor de Dios del prójimo.

El amor se convierte así también en la última palabra».

Toda nuestra vida es un don y lo es especialme­nte nuestra salvación. Por gracia estamos salvados, y la gracia en el Nuevo Testamento tiene un nombre propio, es Jesús

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