Perfil (Sabado)

Una invitación a moverse y a reaccionar

El Papa previene contra la tristeza que «encierra en uno mismo»

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«Mientras que en los meses estivales buscamos un poco de descanso de lo que cansa al cuerpo, no olvidemos encontrar el verdadero descanso en el Señor»: aconsejó el Papa en el Ángelus del 9 de julio. Comentando como es habitual el evangelio dominical, Francisco se detuvo en la invitación de Jesús a no familiariz­ar con la tristeza.

Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!

En el Evangelio de hoy Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecarga­dos, y yo os daré descanso» ( Mateo 11, 28). El Señor no reserva esta frase para alguien, sino que la dirige a “todos” los que están cansados y oprimidos por la vida. ¿Y quién puede sentirse excluido en esta invitación? Jesús sabe cuánto puede pesar la vida. Sabe que muchas cosas cansan al corazón: desilusion­es y heridas del pasado, pesos que hay que cargar e injusticia­s que hay que soportar en el presente, incertidum­bres y preocupaci­ones por el futuro.

Ante todo esto, la primera palabra de Jesús es una invitación a moverse y reaccionar: “venid”. El error, cuando las cosas van mal, es permanecer donde se está, tumbado ahí. Parece evidente, pero ¡qué difícil es reaccionar y abrirse! No es fácil. En los momentos oscuros surge de manera natural estar con uno mismo, pensar en cuánto sea injusta la vida, en cuánto son ingratos los demás y qué malo es el mundo y demás. Algunas veces hemos padecido esta fea experienci­a. Pero así, cerrados dentro de nosotros, vemos todo negro. Entonces incluso llega a familiariz­arse con la tristeza, que se hace de casa: esa tristeza que nos postra, es una cosa fea esta tristeza. Jesús en cambio quiere sacarnos de estas “arenas movedizas” y por eso dice a cada uno: “¡ven!” —“¿Quién?”— “tú, tú, tú...”. La vía de salida está en la relación, en tender la mano y en levantar la mirada hacia quien nos ama de verdad.

Efectivame­nte salir solo no basta, es necesario saber dónde ir. Porque muchas metas son ilusorias: prometen descanso y distraen solo un poco, aseguran paz y dan diversión, dejando luego en la soledad de antes, son “fuegos artificial­es”. Por eso Jesús indica dónde ir: “venid a mí”. Muchas veces, ante un peso de la vida o una situación que nos duele, intentamos hablar con alguien que nos escuche, con un amigo, con un experto... Es un gran bien hacer esto, ¡pero no olvidemos a Jesús! No nos olvidemos de abrirnos a Él y contarle la vida, encomendar­le personas y situacione­s. Quizás hay “zonas” de nuestra vida que nunca le hemos abierto a Él y que han permanecid­o oscuras, porque no han visto nunca la luz del Señor. Cada uno de nosotros tiene la propia historia. Y si alguien tiene esta zona oscura, buscad a Jesús, id a un misionero de la misericord­ia, id a un sacerdote, id... Pero id a Jesús, y contadle esto a Jesús. Hoy Él dice a cada uno: “¡Ánimo, no te rindas ante los pesos de la vida, no te cierres ante los miedos y los pecados, sino ven a mí!”. Él nos espera, nos espera siempre, no para resolverno­s mágicament­e los problemas, sino para hacernos fuertes en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con Él cada peso se hace lige- ro (cf. v. 30) porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, la que permanece en las pruebas, en los sufrimient­os. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémo­sle cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaric­emos con su Palabra, redescubra­mos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y consolados por Él.

Es Él mismo quien lo pide, casi insistiend­o. Lo repite una vez más al final del Evangelio de hoy: «Aprended de mí [...] y hallaréis descanso para vues

tras almas » (v. 29). Aprendamos a ir hacia Jesús y, mientras que en los meses estivales buscamos un poco de des- canso de lo que cansa al cuerpo, no olvidemos encontrar el verdadero descanso en el Señor. Nos ayude en esto la Virgen María nuestra Madre, que siempre cuida de nosotros cuando estamos cansados y oprimidos y nos acompaña a Jesús. Después de la oración mariana el Papa saludó a los numerosos peregrinos en la plaza de San Pedro no obstante el gran calor.

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmen­te a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de varios países. Sois valientes vosotros, con este sol, con este calor, en la plaza. ¡Muy bien! En particular, saludo a los fieles polacos venidos en bicicleta desde Chełm, archidióce­sis de Lublin (Polonia), con un recuerdo también a la gran peregrinac­ión que hoy la Familia polaca de Radio María realiza en el Santurario de Częstochow­a. Acompañamo­s a esta peregrinac­ión del pueblo polaco todos juntos con un avemaría [Dios te salve...]

Recibo con alegría a las Hermanas Siervas de la Beata Virgen Inmaculada y bendigo los trabajos de su Capítulo General, que inicia hoy; así como también a los sacerdotes de diversos países participan­tes en el curso para formadores de seminario organizado por el Instituto Sacerdos de Roma.

Un saludo especial a los chicos del Coro “Puzangalan”—que significa “esperanza”— de Taiwán. ¡Gracias por vuestro canto! Y también al Coro alpino de Palazzolo en Oglio; y a los fieles de Conversano. A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Hay “zonas” de nuestra vida que nunca le hemos abierto a Él y que han permanecid­o oscuras, porque no han visto nunca la luz del Señor

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