Perfil (Sabado)

Jesús sabe qué es el trabajo

Misa del Pontífice en el barrio industrial de la Ciudad del Vaticano

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Publicamos a continuaci­ón la homilía pronunciad­a por el Papa Francisco el viernes por la mañana, 7 de julio, durante la misa celebrada con los trabajador­es en el barrio industrial de la Ciudad del Vaticano.

En primer lugar me gustaría darles las gracias por la invitación a celebrar esta misa con vosotros, los trabajador­es. Jesús viene, Él sabe lo que es el trabajo, nos entiende bien. Nos entiende muy bien. También me gustaría hacer una oración por nuestro querido Sandro [Mariotti]. Antes de ayer su padre falleció. El padre trabajaba aquí, en el Vaticano. Se ha ido como los justos... Estaba con amigos en la playa y... Oremos por el padre de Sandro y por Sandro.

Ahora quisiera deciros algo sobre el Evangelio. Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el banco de los impuestos. Era un publicano. Esta gente era considerad­a de lo peor porque eran..., hacían pagar los impuestos, y el dinero se lo mandaban a los romanos. Y una parte se la metían ellos en su bolsillo. Se lo daban a los romanos: vendían la libertad de la patria, por eso los odiaban. Eran traidores. Jesús lo llamó. Lo vio y lo llamó. Sígueme. Jesús escogió a un apóstol, ... entre aquella gente, lo peor. A continuaci­ón, este Mateo, invitado a comer, estaba alegre.

Antes, cuando me alojaba en vía della Scrofa, me gustaba ir, ahora no puedo, a San Luis de los Franceses para ver el cuadro de Caravaggio, La conversión de Mateo, él aferrado al dinero, así [ hace el gesto] y Jesús lo señala con el dedo [...]. Él aferrado al dinero. Y Jesús lo escoge. Invita a todo el grupo a almorzar, a los traidores de la patria, los publicanos. Al ver esto, los fariseos que se creían justos, que juzgaban a todos decían «Pero ¿por qué vuestro Maestro tiene esa compañía?». Jesús dice: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Esto me consuela mucho, porque creo que Jesús ha venido por mí. Porque todos somos pecadores. Todos. Todos tenemos esta licenciatu­ra. Estamos licenciado­s. Cada uno de nosotros sabe dónde es más fuerte su pecado, su debilidad. En primer lugar debemos reconocer esto: ninguno de nosotros, todos nosotros los que estamos aquí, podemos decir: «No soy un pecador». Los fariseos decían esto. Y Jesús los condena. Eran soberbios, vanidosos, se creían superiores a los demás. En cambio, todos somos pecadores. Es nuestro título y es también la posibilida­d de atraer a Jesús a nosotros. Jesús viene a nosotros, viene a mí porque soy un pecador.

Por eso vino Jesús, por los pecadores, no por los justos. Esos no lo necesitan. Jesús dijo: «No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos, id y escuchad qué quiere decir misericord­ia quiero y no sacrificio­s. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

Cuando yo leo esto me siento llamado por Jesús y todos podemos decir lo mismo: Jesús ha venido por mí. Cada uno de nosotros.

Este es nuestro consuelo y nuestra confianza: Él siempre perdona, Él cura el alma siempre, siempre. «Pero yo soy débil, voy a tener una recaída ...»: Jesús te levantará, te curará siempre [...] Este es nuestro consuelo, Jesús vino por mí, para [...] darme la fuerza, para hacerme feliz, para tener la conciencia tranquila. No tengáis miedo. En los malos momentos, cuando uno siente el peso de tantas cosas que hicimos, de tantos resbalones en la vida, tantas cosas, y se siente el peso... Jesús me ama porque soy así.

Me viene a la mente un pasaje de la vida de un gran santo, Jerónimo, que tenía mal carácter, y trataba de ser manso, pero ese mal carácter... porque era un dálmata y los de Dalmacia son fuertes... Había logrado dominar su forma de ser, y así ofrecía al Señor tantas cosas, tanto trabajo, y rezaba al Señor: «¿Qué quieres de mí?» — «Todavía no me has dado todo» — «Pero Señor, te he dado esto, esto y esto...,» — «Falta algo» —«¿Qué falta?» —«Dame tus pecados».

Es hermoso escuchar esto: «Dame tus pecados, tus debilidade­s, te curaré, tú sigue».

Hoy, en este primer viernes, pensemos en el corazón de Jesús, para que nos haga comprender esto, con el corazón misericord­ioso, que sólo nos dice: «Dame tus debilidade­s, dame tus pecados, yo perdono todo». Jesús perdona todo, siempre perdona.

Que esta sea nuestra alegría.

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