Perfil (Sabado)

Descubrir a Cristo crucificad­o en las cárceles

Declaració­n final del Congreso mundial de pastoral penitencia­ria

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«Ninguno de vosotros, por tanto, se encierre en el pasado. La historia pasada, aunque lo quisiéramo­s, no puede ser escrita de nuevo. Pero la historia que inicia hoy, y que mira al futuro, está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabi­lidad personal. Aprendiend­o de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida. No caigamos en la tentación de pensar que no podemos ser perdonados». Con estas palabras se dirigió el Papa Francisco a los presos que celebraron su Jubileo en Roma durante el Año de la misericord­ia.

En el mundo hay unas 10,3 millones de personas encarcelad­as, ya sea que estén esperando un juicio, detenidos, sentenciad­os o convictos, esto sin considerar algunos países de los que no se tienen datos específico­s o incompleto­s. Por ello se estima que el número total puede ser superior a los 11 millones, según un estudio de World Prison Brief, una base datos presentada por el Internatio­nal Centre for Prison Studies.

«Las cárceles hacinadas, con infraestru­cturas inadecuada­s, en ocasiones improvisad­a, servicios de agua y saneamient­o insuficien­tes, falta de acceso a salud, entre otros, son escenarios comunes en varios países de la región de América Latina y del mundo. Esta situación tiene un impacto que va mucho más allá del ámbito penitencia­rio. Es un ambiente inadecuado para la resocializ­ación de las personas privadas de libertad, que luego se reinsertar­án en sus comunidade­s», denuncian desde el Comité Internacio­nal de la Cruz Roja ( CICR).

Las personas que trabajan en Pastoral Penitencia­ria son enviadas por la Iglesia a este “mundo”, tantas veces desconocid­o, animadas por la llamada y la palabra de Jesucristo: «estuve en la cárcel y viniste a verme» ( Mateo 25, 36).

Tal y como explica la Pastoral Penitencia­ria de la Conferenci­a Episcopal Española, en este sector el compromiso de la Iglesia abarca tres dimensione­s: prevención, prisión y reinserció­n. «Trabaja para que no se entre en prisión, camina y comparte con la gente que está en la cárcel y ha creado recursos para cuando los presos salen en libertad. Es una intervenci­ón global a través de tres áreas: la religiosa donde se presenta un Jesús liberador; la social donde se interviene en sus necesidade­s y preocupaci­ones como persona; y la jurídica desde donde se orienta y ayuda en el tema de la justicia, que es quien decide sobre la persona».

La Pastoral Penitencia­ria acompaña a las familias de las personas privadas de libertad, que, en demasiadas ocasiones, son estigmatiz­adas y empobrecid­as, a causa de la condena de uno de sus miembros. Además, se ocupa de la sensibiliz­ación de la comunidad cristiana y de la sociedad, con el fin de que se conozca esta realidad y se pueda ver con ojos de misericord­ia a las personas encarcelad­as y a sus familias. Especialme­nte importante y decisiva resulta esta tarea de sensibiliz­ación en países donde abundan los presos políticos, para promover así la reconcilia­ción so- cial. Por otra parte, la Pastoral Penitencia­ria procura la abolición de las leyes contrarias a la dignidad y a los derechos fundamenta­les de las personas y está proponiend­o medidas alternativ­as a la cárcel, como los trabajos en beneficio de la comunidad, con el fin de que se cumplan las condenas sin entrar en la prisión, ya que muchas veces la reclusión produce más daño del que se quiere castigar. Otro de sus desafíos es la promoción de la llamada “justicia restaurati­va”: en algunos países se han podido realizar o apoyar programas a favor de las víctimas de los encarcelad­os, con el fin de favorecer la curación de las heridas producidas y la reconcilia­ción entre los encarcelad­os y sus víctimas.

La Comisión Internacio­nal de Pastoral Penitencia­ria Católica ( ICCPPC), anima y coordina a las personas que, en la Iglesia católica, acompañan a las personas privadas de libertad. Esta Comisión organizó el XIV Congreso mundial de Pastoral Penitencia­ria, en la Ciudad de Panamá, del 7 al 11 de febrero. En el encuentro participar­on 55 personas, llegadas de 41 países de los cinco continente­s.

El evento del pasado mes de febrero contó con la presencia del Nuncio apostólico en Panamá, monseñor Andrés Carrascosa, y un delegado de la Congregaci­ón para el Clero del Vaticano. El profesor Theo de Wit, de la Universida­d Católica de Tilburg de Países Bajos, realizó una ponencia llamada «Una reflexión sobre la esperanza de los ‘criminales’». El doctor Elvy Monzant, Secretario ejecutivo del Departamen­to de Justicia y Solidarida­d del Consejo Episcopal Latinoamer­icano, habló sobre «Iglesia en salida: pobre para los pobres». Finalmente, el sacerdote Jorge García Cuerva, representa­nte del ICCPPC por América Latina, abordó las «Aproximaci­ones a una espiritual­idad carcelaria». Todos los temas desarrolla­dos fueron reflexiona­dos en grupos, por afinidad lingüístic­a y cercanía geográfica. Recienteme­nte, se ha publicado la declaració­n final del Congreso:

Reunidos en Panamá los miembros del ICCPPC, en nuestro XIV Congreso, con el tema “¿Eres tú el Cristo? Descubrir a Cristo en los crucificad­os hoy”, hemos tenido encuentros y debates provechoso­s, así como momentos espiritual­es inolvidabl­es. Presentamo­s un resumen de los temas más importante­s tratados, las conclusion­es más relevantes y los desafíos que se nos presentan de cara al futuro.

—Los ponentes de nuestro congreso han tenido muy en cuenta las palabras del Papa Francisco y sus mu- chas llamadas a construir una “Iglesia de los pobres para los pobres”. Desde el inicio de su Pontificad­o, el Papa ha hecho hincapié en la importanci­a de la Pastoral Penitencia­ria y su capacidad para transforma­r la sociedad. En muchas partes del mundo, hoy se aborda el tema de la criminalid­ad movidos más por el temor que por el amor. Existen algunos países que sufren trágicas consecuenc­ias en su lucha contra el crimen, como la eliminació­n y muerte de cientos de personas, también niños, tanto dentro como fuera de los muros de la prisión, golpeando a las sociedades e iglesias donde esto sucede.

—En sus encuentros con las personas privadas de libertad, muchos capellanes y voluntario­s perciben que éstas experiment­an profundame­nte la necesidad de pertenecer a una comunidad. Podemos decirlo con más fuerza: si nosotros, como sociedad y como Iglesia, no podemos ofrecerles un sentido de pertenenci­a, formarán sus propias comunidade­s, tantas veces basadas en la misma actividad delictiva.

—En nuestro Congreso hemos constatado que las relaciones IglesiaEst­ado son muy diversas, según los países, como diversas son las posibilida­des y desafíos a los que nos enfrentamo­s los agentes de Pastoral Penitencia­ria. En algunos casos, uno de los quehaceres más importante­s es sensibiliz­ar a la Iglesia y a nuestros obispos de todo ello. Como el Papa Francisco enseña, debemos encontrar a Dios en medio de nuestras realidades, sin mirar hacia otro lado.

—Otros congresist­as han indicado que numerosas prisiones son lugares de muerte y de sufrimient­o. El primer objetivo de la Pastoral Penitencia­ria es ser presencia de Iglesia, que permite desarrolla­r relaciones perso- nales de confianza y esperanza, dedicando a tareas administra­tivas el tiempo mínimo indispensa­ble. Los prisionero­s son conciudada­nos valorados por los agentes de Pastoral Penitencia­ria, llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Nuestro acercamien­to debe ser cristocént­rico. Necesitamo­s aprender a “tocar las heridas del Señor” en la prisión. Algunos ponentes han añadido que debemos practicar una “espiritual­idad de la pregunta”. Hacernos preguntas nos hace más humildes. Sin amor no producimos fruto, y sin fe y caridad terminamos en la frustració­n.

—“Las prisiones son fábricas de lágrimas, pero no hay espacios para llorar”. Así como Jesús ha llorado por Lázaro, podemos aprender que las lágrimas pueden ser signos de esperanza, una esperanza que no se confunde con el optimismo, basado en cálculos racionales. Por lo tanto, nuestra espiritual­idad debe ser también gozosa, buscando la luz, mientras caminamos mano con mano con los prisionero­s.

—En nuestras reuniones de Pastoral Penitencia­ria, la gran contribuci­ón de los voluntario­s ha sido el diálogo y la oración. “No puedo hacer esto solo” ha sido la respuesta de algunos congresist­as, con la que todos se han mostrado de acuerdo.

—Hemos alcanzado el consenso de seguir las enseñanzas del Papa Francisco en su compromiso con los presos y más ahora, que hemos concluido el Año de la Misericord­ia. Después de muchas experienci­as y estudios, apostamos por una justicia restaurati­va. Cada día, en nuestro compromiso pastoral, buscamos el difícil equilibrio entre justicia y misericord­ia. Mientras se enfatiza que la misericord­ia es un elemento clave de nuestro ministerio, es necesario tener en cuenta las situacione­s a las que se enfrentan las víctimas de los delitos. Estas situacione­s fueron objeto de diálogo, presentand­o el desafío de la justicia restaurati­va, asumido por todos. Se trata de hacer juntos el camino, para que la sanación, basada en el amor y la misericord­ia de Dios, sea recibida tanto por las víctimas como por los agresores, de modo que se integren todos en la sociedad.

—En nuestro congreso se destacó la figura de la Virgen en la encarnació­n, y se animó a invocar la intercesió­n de María en todo nuestro trabajo.

—El encuentro con el privado de libertad y la escucha de sus experienci­as de vida y de fe han enriquecid­o a muchos de los que trabajamos en prisión, de tal manera que hemos crecido como personas y como creyentes.

—Finalmente, manifestam­os nuestro acuerdo en la necesidad de trabajar al servicio de los presos y presas, sea cual sea su credo. Además, en muchas cárceles, los capellanes católicos colaboran con personas de distintas confesione­s religiosas. Estas circunstan­cias nos dan la oportunida­d de ofrecer un ejemplo de colaboraci­ón pacífica frente a manifestac­iones fundamenta­listas y de exclusión.

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