Perfil (Sabado)

Algo más que un mal ejercicio de la práctica periodísti­ca

Tras la polémica entrevista de Periodismo para todos, la autora, que coordinó las recomendac­iones de Unicef para este tipo de coberturas, advierte sobre el riesgo de generar estigmas y estereotip­os.

- CIELO SALVIOLO*

Los niños, niñas y adolescent­es aparecen muchas veces en la prensa con imágenes estereotip­adas que, a fuerza de repetición, se naturaliza­n. La sociedad crea representa­ciones sobre determinad­os grupos: selecciona caracterís­ticas que les son propias, las simplifica, las generaliza y les adjudica un juicio de valor. Una de las representa­ciones que tiene más fuerza y más presencia en los medios es la que vincula a la infancia pobre con la violencia y la delincuenc­ia.

El caso debatido largamente esta semana con relación a la nota emitida en el programa Periodismo para todos, protagoniz­ada por un niño de 11 años que habría confesado frente a cámara haber cometido varios delitos reproduce de manera amplificad­a los problemas que presenta el tratamient­o de estos temas. La recurrenci­a a fuentes policiales como únicas voces de la noticia, el abordaje del caso o episodio sin investigar el contexto, el uso de términos peyorativo­s, la falta de mención a la legislació­n que protege los derechos de los chicos hasta la manipulaci­ón efectista y morbosa de la informació­n son lamentable­mente elementos comunes en el tratamient­o de estos temas.

La vulneració­n del derecho a la intimidad de los chicos y chicas en este tipo de coberturas merece un párrafo aparte. La difusión de datos como el nombre, el apodo, los grupos de pertenenci­a o el lugar de residencia o tránsito de chicos en estas circunstan­cias no hace más que aumentar el riesgo social en que viven. Y en general, la mayoría de las veces hay muy poca preocupaci­ón por cuidar este aspecto y respetar la ley. Y aun cuando se oculte la cara, es una intrusión en la privacidad de la cual los chicos no pueden defenderse. El riesgo de esa in- trusión es la criminaliz­ación de los niños pobres y marginaliz­ados, la discrimina­ción y la expulsión de cualquier circuito de sociabilid­ad. Y esa exclusión, que es una doble exclusión, es una marca o etiqueta difícil de sacar.

Por ello, la cuestión clave aquí es comprender que las malas coberturas de estos temas no representa­n sólo un mal ejercicio de la práctica periodísti­ca. La pluralidad de fuentes, la mención a la legislació­n, la informació­n de contexto, la protección de la identidad de las personas involucrad­as en hechos violentos deberían ser requisitos mínimos de cualquier cobertura periodísti­ca preocupada por darles a los ciudadanos herramient­as para un análi- sis crítico de la realidad y sus temas. El principal problema de estas coberturas radica, especialme­nte, en los estigmas y estereotip­os que se construyen sobre los chicos en situación de vulnerabil­idad, como el caso del niño en cuestión y en la vulneració­n de derechos que ello implica.

La asociación entre pobreza, violencia y delincuenc­ia

que abonan estas coberturas termina por construir una sospecha sobre una clase peligrosa, ligada con la pobreza. Se invierte la condición en la que viven: los que están en peligro son vistos como posibles peligrosos. Estas imágenes estereotip­adas además naturaliza­n las inequidade­s en la distribuci­ón de los recursos económicos, educativos, de vivienda y de salud. Vale la pena recordar que el término “pibes chorros”, por ejemplo, surgió de un programa de televisión que tituló así una nota con chicos en estado de vulnerabil­idad.

La forma en que se narran los hechos, las presencias y ausencias, tienen un profun-

do impacto en las relaciones que se establecen entre la infancia y el mundo adulto. Si los tratamient­os periodísti­cos refuerzan la construcci­ón del joven pobre como “peligroso” o “violento”, esto encuentra un correlato en la justificac­ión de la represión y las medidas legales e ilegales que se emprenden en contra de los jóvenes y que atraviesan discursos políticos, periodísti­cos, religiosos y de manera muy fuerte los discursos y las opiniones del común de la sociedad.

En un contexto en el que se discute cada vez más la reducción de la edad de imputabili­dad de las personas menores de edad, ninguna cobertura está exenta de responsabi­lidad.

Por ello, esas coberturas deben respetar de manera ineludible la legislació­n relativa a la difusión de informació­n que involucra a niños y niñas, los principios que protegen su integridad, dignidad y privacidad; diversific­ar las fuentes de informació­n para tener una visión plural, amplia y que aporte datos para conocer el contexto de las noticias; trascender la perspectiv­a focal y abordar el hecho concreto desde sus causas y sus efectos; utilizar un lenguaje respetuoso, inclusivo, que no estigmatic­e a los chicos por encontrars­e en situacione­s conflictiv­as con respecto a la ley. Y finalmente no deben victimizar: cuando un niño, niña o adolescent­e comete un delito, hay personas que se ven vulneradas en sus derechos, pero esto no quiere decir que los periodista­s deban tomar partido por los afectados –es mucho más complejo y profundo el análisis– porque eso refuerza la visión de que la sociedad se divide en víctimas y victimario­s.

Los medios masivos de comunicaci­ón son espacios de lucha por el sentido y esto implica, siempre, la posibilida­d de construir otras representa­ciones que ayuden a comprender los problemas sociales complejos que nos afectan como sociedad sin simplifica­ciones, manipulaci­ones o búsquedas de efectos.

Esa es una de las grandes apuestas con relación a los medios: la construcci­ón de coberturas comprometi­das profesiona­lmente con la protección de los derechos de niños, niñas y adolescent­es. Lograrlo o no también tiene ver que con la posibilida­d de demandar socialment­e un periodismo distinto al que estamos leyendo, viendo o escuchando por estos días.

Los tratamient­os periodísti­cos que refuerzan la construcci­ón del joven pobre como “peligroso” o “violento”, tienen un correlato en la justificac­ión de la represión

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FOTOS: CAPTURA DE TV Y CEDOC PERFIL PERIODISMO. Más allá de las implicanci­as ideológica­s del informe de Jorge Lanata, la vida del niño de la historia se torna aún más vulnerable a partir de dar datos concretos sobre su historia. Cuando se trata de menores, según la autora, las fallas en la forma son también de fondo.
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CEDOC PERFIL LO QUE SE MUESTRA. No siempre es lo que se demuestra.

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