Perfil (Sabado)

EL GRAN AUSENTE

¿POR QUE LA ESTRELLA DEL FUTBOL HOLANDES NO VINO AL MUNDIAL 78? EL PROPIO PROTAGONIS­TA ROMPE LOS MITOS Y LO EXPLICA EN SU AUTOBIOGRA­FIA: TOMO LA DECISION DESPUES DE UN ROBO Y UN INTENTO DE SECUESTRO QUE SUFRIO CON SU FAMILIA EN SU CASA.

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Pese a la fantástica experienci­a de 1974 y a que mi fútbol en las siguientes temporadas en el Barcelona fue del más alto nivel, decidí no asistir a la fase final del Mundial de 1978. Al principio tuve dudas, aunque siempre había pensado retirarme en 1978. Si me preguntan por qué, no tengo ni idea. Retirarme a los treinta y uno me rondaba por la cabeza desde jovencito. Por eso pensaba que quizá no tenía la agudeza mental suficiente para ser convocado para el equipo del Mundial, sabiendo que después de aquello la cosa se acabaría. Tras la decepciona­nte Eurocopa de 1976, en la que nos eliminó Checoslova­quia en una espantosa semifinal, las dudas empezaron a crecer. Pero en 1977 volví a tener, por un momento, buenas sensacione­s. Jugamos con la selección holandesa unos encuentros magníficos contra Inglaterra y Bélgica, y yo empecé a preguntarm­e seriamente si debería aprovechar la oportunida­d de ir a Argentina el verano siguiente con un equipo tan fuerte.

Entonces, ocurrió algo terrible. Era 17 de septiembre y yo estaba en casa, en un edificio de apartament­os, viendo un partido de baloncesto en el televisor, cuando lo que pensé que era un mensajero llamó al timbre. Pero cuando abrí la puerta me encontré con una pistola apretada contra mi cabeza y me obligaron a tumbarme bocabajo. Todos estábamos en casa. Los niños estaban en su cuarto y aquel hombre le dijo a Danny que se tumbara también. Yo intenté razonar con él. «¿Quieres dinero? ¿Qué quieres?» Me ató y me amarró a un mueble. Para hacerlo, tuvo que dejar la pistola un momento, y entonces Danny se levantó y salió de la habitación y del edificio. El cabrón la persiguió. Yo pude liberarme y agarrar la pistola para asegurarme de que no lo hiciera él. Hubo tantos gritos que se abrieron las puertas de todo el edificio. Enseguida lo redujeron. Más tarde se supo que delante de nuestro apartament­o había una furgoneta aparcada, con un colchón dentro, de modo que todo apuntaba a un secuestro como los que se producían en España en aquella época. No sé por qué lo hizo y nunca me ha interesado. Tampoco intenté averiguarl­o más tarde. Solo había una cosa que importaba y era que ese hom- bre estuviera fuera de nuestra vida.

Los seis meses siguientes, más o menos, fueron espantosos. Teníamos vigilancia policial permanente. Cuando me iba de viaje, cuando llevaba a los niños al colegio, cuando iba a entrenar o a jugar con el Barcelona. Siempre había gente conmigo, siempre tenía gente a mi alrededor. Siempre había un coche de policía en las proximidad­es o a la vista o conduciend­o detrás de mí. Unos agentes dormían en nuestra sala de estar todas las noches. Aquella at-

mósfera era insoportab­le. Insostenib­le. El estrés era tal que no lo podía soportar. Ni siquiera podía liberarme un poco hablando de ello. La policía no paraba de repetir una y otra vez, por favor, no digas nada, porque podrías dar ideas a otros locos.

En esa situación no dejas sola a tu familia durante ocho semanas, así que no había manera de que yo fuera a Argentina con el equipo holandés. Si juegas un Mundial tienes que hacerlo totalmente concentrad­o. Si no lo estás, o tienes distraccio­nes o dudas o lo que sea, no debes hacerlo. Porque no saldrá nada bueno. Ernst Happel, el selecciona­dor de Holanda, vino a verme a Barcelona para hablar sobre mi renuncia, pero yo no dudé ni por un segundo. Como me habían ordenado no decir nada sobre el intento de secuestro, le dije a Happel que no estaba en el estado físico y mental adecuado para jugar un torneo importante. Creo que no lo convencí, porque un Mundial está en otro nivel. Un gran deportista como Happel tenía la sensación de que perder una oportunida­d así no estaba bien, pero no podía contarle toda la historia. Entonces se puso en marcha la campaña nacional «Hay que convencer a Cruyff». Recibí bolsas llenas de peticiones de aficionado­s holandeses rogándome que jugase con la selección holandesa y suplicándo­me que cambiara de opinión. Pero la seguridad de mi familia estaba por delante, así que no me costó ningún esfuerzo mantenerme en mis trece. Tras el intento de secuestro, no dudé ni por un momento sobre no ir a Argentina. Aquella opción estaba excluida. Habría sido una locura abandonar a mi familia en aquellas circunstan­cias.

Por desgracia, sufrimos durante mucho tiempo las consecuenc­ias del intento de secuestro. En aquella época secuestrar­on a una chica en Valencia, y Danny y yo nos enteramos de que los culpables sabían que nosotros teníamos niños, y que aparecería­n por nuestra casa. Así que, por seguridad, nos hicimos con dos dóberman, y toda la familia recibió entrenamie­nto para saber tratar a los perros. La policía nos recomendó que nos deshiciéra­mos de ellos, «porque imagínate si atacan a un intruso». Yo respondí que precisamen­te esa era la intención.

Al final, me perdí el Mundial por distintas razones. Y, visto en perspectiv­a, así perdí la oportunida­d de retirarme en la cima. Cuando Holanda volvió a clasificar­se para la final, contra los anfitrione­s, la BBC me pidió que hiciera de comentaris­ta. En el estudio, lo pasé muy mal. Nos habían aventajado en el minuto 38 de un partido con muy mal ambiente, nos negaron un penal en la segunda parte, igualamos el marcador muy tarde y mandamos un balón al poste en el último minuto solo para acabar perdiendo 3-1 en la prórroga.

Viendo un partido así se te pasa por la cabeza que si hubieras estado allí tu carrera quizá habría acabado con un título mundial. Si hubiera hecho eso, si hubiera hecho lo otro. No me pasa muy a menudo, pero en aquel momento sí. Sentía lo que habría podido hacer si hubiera estado allí, pero sabiendo que habría tenido que dejar a mi familia atrás para conseguirl­o. Y no podía hacer eso. ¿Podríamos haber ganado si yo hubiera estado allí? Sinceramen­te, creo que tal vez sí. Porque mis cualidades, incluso entonces, habrían sido un valor añadido. Ya lo habíamos demostrado el año anterior en Wembley, cuando le ganamos a Inglaterra 2-0 y al día siguiente apareció en los periódicos este titular: «A total sight of football delight» (La imagen perfecta del placer del fútbol). Una frase preciosa que jamás he olvidado. Incluso sentía que, como selección, habíamos avanzado respecto a 1974. Podría haberme unido a ella, pero decidí no hacerlo. Entonces, en la BBC, me vi pensando: «Jo, cómo me habría gustado estar allí». Todo fue muy raro y bastante triste. Como no podían hacerse públicos los auténticos motivos, mi mujer tuvo que volver a soportar muchas cosas. La ridícula historia de las llamadas de 1974 fue seguida en 1978 por las acusacione­s de que Danny era el genio maligno responsabl­e de mi rechazo a jugar en Argentina. Es realmente increíble. Si ha existido una sola mujer de futbolista que nunca ha buscado publicidad, esa ha sido ella, sin duda. Y, sin embargo, la convirtier­on en la culpable de casi todo. Durante décadas no dije nada al respecto, pero los rumores y las acusacione­s volvían a aflorar regularmen­te. Eran como una bofetada en la cara constante para nuestra familia. Después de casi treinta años, cuando mis hijos ya se habían ido de casa, decidí contar la verdad. Con eso se acabó. Definitiva­mente. Sin embargo, después de todos estos años, sigo alerta siempre, esté donde esté, por si la prensa está al acecho. Incluso he desarrolla­do cierta fobia a abrir la boca en mi casa. He tenido que aprender a sobrelleva­rlo, no me queda más

remedio.

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ILUSTARCIO­N: JUAN SALATINO
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