Dos veteranos del arte de la resistencia actoral
Sostienen en el off con su propio esfuerzo la obra Kilómetro limbo, que el año pasado hicieran en el Cervantes. Lamentan la crisis del sector.
Hay espectáculos que tienen vida propia. Kilómetro limbo se estrenó el año pasado en una de las salas pequeñas del Teatro Nacional Cervantes, pero desde hace unos meses está haciendo funciones sólo los lunes en la sala independiente El tinglado. Sus dos protagonistas, Osvaldo Santoro y Claudio Rissi, encabezan esa lucha por mantener esta ficción el mayor tiempo posible en la cartelera.
Uno recibido y otro fugado del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, hoy Universidad Nacional de las Arte (UNA). Santoro recuerda: “Con Beatriz Spelzini y Jorge Marrale fuimos egresados y debutamos en el Cervantes, luego no se continuó con esa tradición”. Mientras que Rissi señala: “Entré en 1976, antes del golpe militar con grandes docentes pero me fui cuando cayó la democracia. Nos habían sacado el edificio y nos llevaron a una escuela con pupitres… por eso abandoné, hice un año y tres horas.”
Imposible olvidar el éxito que obtuvo Rissi con Terrenal de Mauricio Kartun, pero lo dejó para hacer Kilómetro limbo. “Hay un tiempo para todo –subraya–. Forzarlo es como querer mantener un vínculo que ya te agota. Uno cumple ciclos en determinados lugares y mutan los amores. Terrenal me estaba agotando y sostenerlo en el tiempo se hizo complejo. No tenía otra propuesta, quería descansar, había realizado personajes muy pesados, como el de El marginal. Cuando estaba pensando qué tenía ganas de hacer me llamó Romero ofreciéndome este texto para el Cervantes. Nunca había estado en un escenario con Osvaldo Santoro. Lo sentí un desafío actoral, armar este travesti y me sedujo”.
“A mí también me llamó el director –aclara Santoro– con quien ya había trabajado en La celebración en el teatro comercial. Nuestra experiencia en el Teatro Nacional Cervantes fue muy buena y quisimos seguir con este espectáculo, aunque fuese sólo una vez por semana en una sala independiente”. —¿Cómo se construye el personaje de un travesti? RISSI: Me divertía pensar que podía sorprender. La gente me asocia con papeles muy duros, busqué rasgos de ternura, tocar cuerdas distintas, romper barreras, apelar a la femineidad. Hice un trabajo incluso corporal. Cuando empezamos a ensayar al poco tiempo empecé a sentir dolores y descubrí que el estar todo el tiempo con las rodillas juntas me implicaba un esfuerzo que me modificaba la columna. —¿Y jugar el papel del antagonista? SANTORO: Creo que mi personaje continúa con la tradición argentina, el fachista, contradictorio, que se modifi- ca en escena. Me entusiasmó poder mostrar lo más oculto que tenemos, como la picaresca que late en nosotros, fruto de nuestra represión interna. No hay medias palabras, hay metáforas y alegorías, pero es también concreta y contundente.
—¿Qué expectativas tienen de continuidad?
R.: La situación económica se volvió más difícil. Los otros días se me acercó una persona que me confesó que antes iba cuatro veces al mes al teatro y ahora debió reducirse a una. Se deprimió el poder adquisitivo y el ocio como los espectáculos no están exentos de esta realidad. Igual estas salas independientes ofrecen precios más accesibles, pero igual se complica lo repercusión masiva.
S.: Si no estuviera en crisis, no sería teatro. Lo económico afecta, tanto a los empresarios como al público, pero siempre surge con más fuerza cuando la sociedad tiene dificultades. La gente viene no sólo para entretenerse, también para reflexionar y sentir, esa es la función del intérprete.