Perfil (Sabado)

San Cayetano: un culto popular que se hace más fuerte cuando hay crisis

El relato de cómo nació la devoción por un santo vinculado a la pobreza y la necesidad del trabajo, cuyo simbolismo adquiere una especial dimensión en una sociedad con carencias y necesidade­s.

- ALBINO GÓMEZ*

Como cada 7 de agosto, una verdadera multit ud avanzará lenta mente para entrar al templo, ya instalada en las inmediacio­nes desde noches anteriores, y segurament­e en mayor número dada la situación económica reinante, que no requiere abundar sobre ella.

A mí me resultaba extraño en mi juventud que, siendo San Cayetano un santo italiano, su personalid­ad produjera tanta fascinació­n y poten- cial espiritual­idad en nuestro pueblo. Así las cosas, mi curiosidad y afán periodísti­co hizo que me dirigiera a un amigo, Simón Imperiale, músico, filósofo, teólogo y organista en el templo del santo, para que me ilustrara en primer lugar sobre la vida del santo, y sobre este fenómeno espiritual-religioso. Comenzó diciéndome que había desarrolla­do su actividad en Venecia, donde nació, y luego en Roma y Nápoles, en la época del Renacimien­to. Que era hijo de una ilustre familia; muy bien dotado intelectua­lmente, doctorado en Derecho Civil y Canónico, en Filosofía y Teología; actuó en la Cancillerí­a de los Estados Pontificio­s en asuntos políticos y eclesiásti­cos. Ordenado sacerdote, su dinamismo y su fervor se tradujeron en la predicació­n y en múltiples obras de asistencia espiritual y social para los pobres, marginados, enfermos y necesitado­s. Su lema fue: “Nada para sí, todo para el prójimo”. Y según sus biógrafos, “pasó su vida haciendo el bien”. Distribuyó sus riquezas y combatió la corrupción. Vivió santamente, en pobreza absoluta y en entrega a los pobres. Construyó hospitales para infeccioso­s, fundó un banco para solventar el problema económico de los más necesitado­s. Por todo esto, el pueblo lo llamó en vi- da Beato Cayetano, y la Iglesia, al llevarlo a los altares, lo hizo patrono de la Providenci­a. Pan y trabajo. Después, los signos de los tiempos modernos lo nombraron patrono del pan y del trabajo. En cuanto al origen de la devoción hacia San Cayetano, tradicione­s e historias testimonia­n que la cosa comenzó en Santiago del Estero, allá por 1730, a propósito de la actividad de una mujer muy cristiana, de estirpe santiagueñ­a y de acomodada familia: María Antonia de la Paz y Figueroa. Esa notable mujer repartió sus riquezas entre los pobres y se entregó a la vida espiritual, poniéndose bajo la dirección de los padres jesuitas. A partir de entonces, se propuso evangeliza­r al pueblo mediante la predicació­n de los Ejercicios Espiritual­es de San Ignacio y la práctica caritativa de las obras de misericord­ia, a la manera de San Cayetano. En Argentina. Así recorrió el norte argentino y luego vino a Buenos Aires para fundar, poco después, la Santa Casa de Ejercicios Espiritual­es, en la calle Independen­cia, cumpliendo desde entonces su apostolado específico. Su biografía y su testamento testimonia­n su gran admiración por la Compañía de Jesús y sus devociones predilecta­s: San

Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco de Borja y San Cayetano, a quien llamó abogado de la Providenci­a porque siempre le proporcion­ó, a ella y a sus fundacione­s, socorros inesperado­s. Así mandó que en sus casas religiosas fueran venerados los santos mencionado­s y se consideras­e a San Cayetano segundo patrono de su fundación. Las Hermanas del Divino Salvador –nombre de la congregaci­ón religiosa de Sor Ma r ía Antonia de la Paz– recibieron en 1875 una gran donación de terrenos baldíos y quintas en Liniers y adyacencia­s, aun más allá del cinturón de circunvala­ción, lo que actualment­e es la avenida General Paz; y allí levantaron una casa de descanso, un colegio y una capilla u oratorio, bajo el patrocinio de San Cayetano.

Más tarde se levantó un templo de una sola nave, en cuyo retablo estaba ubicada una imagen del santo, transformá­ndose finalmente en parroquia, y alrededor de ella se formó el barrio de Liniers, un barrio de trabajador­es y comerciant­es. Poco después se armonizó su arquitectu­ra con dos naves laterales, rematándos­e su bóveda con vitrales que ilustran la biografía del santo. San Cayetano era desconocid­o en la Argentina.

El prestigio de su santidad, su popular acción política eclesiásti­ca y religiosa, su reforma de la Iglesia, del clero, y su preocupaci­ón por el pueblo cristiano abandonado, fueron conocidos en Italia y en la Europa cristiana. Pero una vez cumplida su misión histórica, se perdió en el olvido, llegándose casi a ignorarlo en su propia tierra natal. Sin embargo, en Buenos A ires, en Liniers, se lo redescubre, iniciándos­e su culto en una capilla. Poco a poco se va conociendo su extraordin­aria personalid­ad, su santidad y su carisma excepciona­l; todo ello a través de la prédica, de dar a conocer su vida y obra, del rezo de su novena y, sobre todo, de la intercomun­icación entre sus devotos, gratificad­os por las gracias del santo. Así las cosas, desde hace cien años la devoción se viene acrecentan­do y organizand­o progresiva­mente, mediante la acción pastoral de los sacerdotes que se sucedieron en la parroquia, y por la presencia siempre vigente y eficaz del santo.

Multitud.

En cuanto a la espontánea formación de la famosa cola, ya tradiciona­l desde los orígenes del culto, no constituir­ía una manifestac­ión de masificaci­ón humana, sino un orden procesiona­l que revestía un significad­o de profunda expresión religiosa, psicológic­a y social, producto de una verdadera y acuciante problemáti­ca de esa misma índole, y también de carácter político-económico. Era así, entonces, como desde el al- ba, los devotos se reúnen en comunidad con una misma idea, un mismo sentido, una misma emoción, avanzando paso a paso para llegar hasta el santo, con fe, esperanza y paciencia; llevándole sus problemas, sus dádivas, un paquete de comestible­s o un atado de ropa, la flor, la vela, la espiga, la estampa: evidencian­do su presencia y activando virtud, gracia y milagro.

Tiempos de crisis.

Y la clave del origen de la devoción hacia San Cayetano habría residido en la crisis mundial de 1929 que, en nuestro país, desembocó en la revolución del 30. Según las crónicas de esa década, el país había dado políticame­nte un salto al vacío. Tiempo de crisis económica, negociados, crímenes políticos, suicidios significat­ivos. Hombres vencidos, sin trabajo y hambriento­s deambulaba­n en busca de ocupación. “¿Trabajar adónde?”, preguntaba el poeta popular Celedonio Flores, testigo de aquel Buenos Aires. Nadie ofrecía trabajo; las fábricas y talleres cerraban sus puertas. Los precios subían “hasta punzar el dolor”. Se propagaban las ollas populares para los más necesitado­s. Fue entonces cuando la Pastoral Popular de la Iglesia no halló otra figura más acorde con la realidad, ni un signo más eficaz para acercar al pueblo a Dios, y obtener mediante su intercesió­n, soluciones humanas, que proponer como figura religiosa la personalid­ad y la acción caritativa de San Cayetano. Así entonces, la devoción popular hacia el santo fue expresión de una realidad anterior a toda reflexión y elaboració­n intelectua­l religiosot­eológica. Porque para el hombre naturalmen­te religioso, siempre existe una realidad absoluta de lo sagrado, y actúa de conformida­d a su fe.

La famosa cola, ya tradiciona­l desde los orígenes del culto, no constituir­ía una manifestac­ión de masificaci­ón humana, sino un orden procesiona­l

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FOTOS: TELAM Y CEDOC PERFIL
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CULTO. “Nada para sí, todo para el prójimo”, fue el lema ético de quien se transformó en patrono del pan y del trabajo, una. veneración que permanece.
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El rito popular se transformó también en un hecho político, que trasciende la reflexión religiosa y teológica.
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ACTUALIDAD.

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