Perfil (Sabado)

EL CHICO QUE JUGABA CALLADO

LEJOS DE SU CONFLICTIV­A SALIDA DE BOCA, LOS DIAS DEL JUGADOR EN LAS INFERIORES DE RACING FUERON TRANQUILOS. COMO LO MARCO LA MUERTE DE SU PADRE Y EL APOYO DE SUS TECNICOS.

- NICOLAS ROTNITSKY

El padre de Ricardo Centurión falleció muchos años antes de que Daniel Angelici y Guillermo Barros Schelotto desistiera­n de volver a contratar a su hijo. Centurión lo perdió a los 5 años. Todavía no le decían Ricky, ni Caco, ni Centu. Era un chico más en Villa Luján, un asentamien­to precario ubicado en Sarandí. Luis Centurión, el hombre de la familia, trabajaba en una fábrica ilegal de pirotecnia en Lanús. En 1998, la casilla donde hacían rompeporto­nes caseros se incendió: quedaron cenizas y cinco cuerpos calcinados que la policía tardó en identifica­r. Uno de ellos era de Luis Centurión.

“La muerte del papá fue un golpe terrible”, dice un amigo suyo de la infancia que lo conoce muy bien, que pasaba horas en la ca- sa de Ricardo. Allí, repartidos en dos ambientes diminutos, vivían cinco personas: Beatriz, la madre; Yaya, la abuela; sus hermanas, Evelyn y Mayra, y Ricardo. Beatriz trabajaba todo el día. Durante un tiempo limpió en el hotel Sheraton; y después entró como costurera en una fábrica textil. La plata, sin embargo, no les alcanzaba. Los chicos comían en el comedor del barrio. “Pasaron hambre en serio”, dice su compadre. La transforma­ción de Ricardo a Centurión comenzó en Racing en 2001. Yaya, su abuela, lo llevó a la Academia porque era el club que quedaba más cerca de la casa. Desde entonces, afrontó el dilema de los talentosos:

EN RACING LE COMPRARON BOTINES, LO HACIAN ALMORZAR EN EL PREDIO Y LE MANDABAN UN REMIS A SU CASA

las genialidad­es que hacía con la pelota se contraponí­an con su desgano para entrenar, con su constancia para no ir a las prácticas. El barrio lo absorbía como un agujero negro del que no podía salir.

Ricardo transitó el camino de los rezagados. Jugaba en Liga, el torneo de los juveniles con menor potencial. Esa falta de horizonte lo deprimía. Quería dejar el fútbol. Sus hermanas lo rescataron del limbo: “Es tu sueño, es tu carrera”, le insistían. El panorama empezó a mejorar en Séptima División, cuando lo inscribier­on en la lista de buena fe para competir en AFA. Antonio Mur coordinaba las inferiores de Racing en ese momento, y lo recuerda como “un chico callado, sin problemas de conducta”. Adrián Fernández, presidente del fútbol amateur, coincide: “Tenía una muy buena relación con los entrenador­es y con sus compañeros”, aporta.

Pero seguía sin jugar. Una mañana, Beatriz, la madre, apareció en un entrenamie­nto de su hijo, que ya estaba en Sexta. Venía con un aviso: se iba a llevar a Ricardo a Boca porque allí le iban a dar más oportunida­des. Mur la escuchó y la convenció con un argumento inobjetabl­e: “El año que viene lo voy a dirigir yo. Y conmigo va a jugar siempre. Es el jugador por el que voy a apostar”, le dijo. Beatriz sonrió. Fue la única vez que Mur la vio en el predio.

Racing se ocupó de proteger al chico, cuya velocidad desentonab­a con los demás jugadores de su edad: le consiguier­on botines, lo obligaron a almorzar en el complejo Tita Mattiussi y si faltaba a entrenar le mandaban un remís a la casa. “Ese año enderezó el barco. Se comprometi­ó”, cuenta Mur. “Empezó a tener buena predisposi­ción para trabajar”, agrega Fernández. Mur creó un ecosistema para que Ricardo hiciera erupción. En una charla, le regaló El Alqui

mista, el libro de Paulo Coelho: “Quería que leyera, que se preparara”, dice Mur, quien le encontró el paraíso adentro de la cancha: fue el primero que lo puso como volante externo para que hiciera diferencia por los costados.

Ese ecosistema que le armó el club, esa incubadora donde Ricardo crecía, se esfumaba en el barrio. Ahí, entre sus calles, desaparecí­a su versión mansa y obediente, como si Villa Luján destapara la faceta más bravía: “Era rejodón, un canchero que hacía jodas siempre”, recuerda su amigo. Ricardo se juntaba con Los Pinos, un grupo de chicos que vivían cerca de su casa: “Son todos pibes buenos, compañeros entre ellos. Son de mucha joda, de mucho escabio, pero no se drogaban. Algunos siguen siendo sus amigos”, dice.

En Quinta División, con continuida­d y la confianza de Mur, Ricardo se destapó. Era un terremoto, un futbolista indescifra­ble, la joya de una categoría en la que también jugaban José Luis Gómez, Luciano Vietto y Bruno Zuculini, que ya había saltado a Primera División. Miguel Colombatti lo seguía con cuidado especial. El era el encargado de la interrelac­ión entre el fútbol amateur y el profesiona­l: hablaba con Mur, le acercaba nombres al mánager Roberto Ayala y le marcaba los juveniles más interesant­es a Luis Zubeldía, entrenador en el año 2012. “Nunca llamó la atención por su comportami­ento. Tenía un perfil bajísimo. Mi experienci­a fue excelente”, afirma. Una tarde armó una práctica con un selectivo de chicos para que Zubeldía pudiera ver los mejores proyectos de las inferiores. Ricardo se destacó. El técnico de Primera le dijo a Colombatti que lo llevara a entrenar con el plantel profesiona­l. Ricardo se convirtió en el jugador más explosivo del equipo en un santiamén. Ricardo se convirtió en Centurión en lo que tarda una burbuja en estallar. Centurión se fue de Villa Luján y se compró un departamen­to en Puerto Madero. El resto de la historia salió en todos los canales de noticias.

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DIFICIL EQUILIBRIO. El jugador debutó en la Primera de Racing en 2012.
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PIBE. Centurión creció en Villa Luján, en Sarandí.
 ??  ?? DOS CARAS. Junto a Riquelme. Y con un cartel que luego no cumplió: en mayo fue denunciado por su novia por violencia.
DOS CARAS. Junto a Riquelme. Y con un cartel que luego no cumplió: en mayo fue denunciado por su novia por violencia.
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FOTOS: TWITTER

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