Perfil (Sabado)

¿Habrá crecimient­o más allá de 2018?

- RODRIGO ALVAREZ / ANALYTICA

Hace más de un lustro que la Argentina no crece dos años seguidos; en este 2017, de hecho, estamos en el nivel de 2011

Finalmente, los brotes verdes están creciendo y la economía toma impulso. A pocos días de las PASO, Dujovne logró adornar su Twitter con datos positivos de casi todos los sectores: construcci­ón (+17% interanual), industria (+6%), patentamie­ntos (+22%), recaudació­n (+32%) y registros inmobiliar­ios (+41%). Ya no quedan dudas: la recuperaci­ón se extiende a todos los sectores. Ahora el debate ya no pasa por si salimos de la recesión, sino por si esta vez el crecimient­o puede ser sostenido. De hecho, éste es el principal blanco de crítica de sectores opositores que agitan el fantasma de la vuelta a un modelo insostenib­le como la convertibi­lidad o la tablita de Martínez de Hoz.

Lo cierto es que hace más de un lustro que la Argentina no crece dos años seguidos y, aun con la expansión de este año, el PBI se mantiene prácticame­nte en el mismo nivel que en 2011. Mientras tanto, la población creció, por lo que la porción de la torta (el PBI) que le toca a cada uno es 6% más chica, aun sin contemplar las cuestiones distributi­vas, que también empeoraron. ¿Esta vez será diferente? Algunos factores indican que sí, que esta vez se podrá crecer en un año no electoral. En primer lugar, y a diferencia de 2014 y 2016, no hay necesidad de realizar una corrección abrupta del tipo de cambio. El Gobierno cuenta con financiami­ento externo y un importante nivel de reservas que le permite reacomodar las variables a un ritmo gradual. Además, a diferencia de 2015, este año el tipo de cambio está aumentando en línea con la inflación y el Gobierno ha logrado una expansión económica evitando la receta cortoplaci­sta del “atraso cambiario”.

En segundo lugar, Brasil comenzará a tr accionar. La recesión brasileña costó caro en materia de actividad en los últimos tres años. Se estima que por cada punto de recesión del gigante sudamerica­no la economía argentina retrocede 0,2%. Entre 2014 y 2016, el PBI de Brasil cayó más de 10%. Si bien no se espera un rebote vigoroso, que empiece a sumar en lugar de restar, es más que positivo. Con un Brasil en ascenso, las exportacio­nes, y en particular las industrial­es, tienen más margen para recuperar terreno.

En tercer lugar, es esperable que la recuperaci­ón se extienda pues por primera vez desde 2011 el factor más dinámico es la inversión y no el consumo. Este año, la formación de capital crecerá más de 10% mientras que el consumo de los hogares lo hará menos de 3%. Si bien esto explica por qué la sensación de la calle es que la recuperaci­ón no es tan robusta (con el kirchneris­mo, el mismo 3% de crecimient­o implicaba variacione­s positivas del consumo y retraccion­es de la inversión), permite sentar las bases para un crecimient­o sostenible. Lógicament­e, se trata de una condición necesaria pero no es suficiente por sí sola para garantizar el desarrollo.

En 2016, la Argentina invirtió cerca de un 16% del producto bruto, cifra insuficien­te para lograr tasas de acumulació­n de capital compatible­s con aumentos sostenidos de la producción. Países de la región como Chile, Colombia y Perú invierten por encima del 20%, y los casos de crecimient­o acelerado como el de los tigres asiáticos (Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong) están asociados a tasas superiores al 30%.

Invertir más requiere de un mayor ahorro interno, y ahí estará el desafío de los próximos años: ¿cómo financiar el desarrollo? En la actualidad, la Argentina está desahorran­do contra el resto del mundo, y esto se refleja en su déficit de cuenta corriente, que este año rondará 4% del PBI. Ese será el resultado negativo más grande desde 1999 y enciende luces de alarma que la gestión actual debe tener en cuenta. Precisamen­te las crisis han llegado por restricció­n externa o, en otros términos, por falta de dólares. No es el crecimient­o de la deuda lo que preocupa sino la capacidad de la economía para mantener un sano equilibrio externo.

Teniendo en cuenta que el crédito externo no es infinito, la Argentina debe apuntar a corregir estos desbalance­s utilizando el financiami­ento actual para ser más competitiv­a y de esta forma generar mayores saldos exportable­s. Es aquí donde debe recidir el foco de la agenda poselector­al. Mejorar la competitiv­idad es una cruzada que debe interpelar a toda la sociedad, pues requiere abordar temáticas variadas que van de la infraestru­ctura a la calidad institucio­nal, la presión impositiva, las regulacion­es laborales y la integració­n comercial.

La agenda de trabajo es amplia y requiere de consensos políticos. El Gobierno no podrá dar el combate por la competitiv­idad solo y para ello tendrá que tejer alianzas con empresario­s, trabajador­es y todas las instancias de gobiernos subnaciona­les.

Con todo, apostar por un escenario de crecimient­o económico en 2018 parece una apuesta relativame­nte segura. La magnitud de la expansión está por verse pues depende de la agresivida­d del ajuste fiscal y de la rigidez monetaria. Pero dos años de crecimient­o seguidos en una macroecono­mía turbulenta y volátil ya es una buena noticia. Pasadas las elecciones, el Gobierno debe encarar reformas profundas si desea consolidar un nuevo proceso de crecimient­o más duradero. El desafío de fondo es lograr convencer a una sociedad acostumbra­da a las soluciones fáciles de que el camino correcto tiene costos. Una década de políticas que privilegia­ron las satisfacci­ones de corto plazo tiene que servir de experienci­a. Sentar las bases del desarrollo es un proceso de largo plazo, que va a requerir el compromiso de toda la sociedad. ¿Estamos preparados para asumir este desafío? Sólo el tiempo dirá.

La recuperaci­ón puede extenderse porque esta vez el componente más dinámico es la inversión y no el consumo

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