Perfil (Sabado)

Emprendedo­res y regiones: motores de desarrollo

- FEDERICO POLI* *Economista. Asesor económico del Consejo Iberoameri­cano de la Productivi­dad y Competitiv­idad.

Acabo de terminar de leer El desmoro

namiento, la crónica sobre los últimos “treinta años de declive americano” de George Packer. Teniendo como modelo la trilogía de Estados Unidos de John Dos Passos, nos presenta las historias de muchos norteameri­canos, algunos más famosos para el gran público que otros, para contarnos estos particular­es años que se vivieron en la primera potencia del mundo. Nos habla de la gente de Wall Street y de Silicon Valley y de los del mundo del poder de Washington y de la Tampa de la especulaci­ón inmobiliar­ia. También cuenta las grandes historias de pequeños empresario­s de los Estados Unidos profundos, del que sufrió las consecuenc­ias del cambio de perfil productivo en el sur del país, en la región del Piedmont, entre los Apalaches y la zona costera atlántica, y de los sufridos trabajador­es del denominado Cinturón del Oxido, en el nordeste.

Dean Price es un pequeño empresario de Carolina de Norte. Esa zona del Piedmont se especializ­aba en plantación de tabaco, textil y muebles. A finales de los 90 la industria textil comenzó a sufrir las consecuenc­ias del Nafta, las fábricas de muebles las importacio­nes chinas y la industria del tabaco las regulacion­es de salud. Dean regresó a su región, a los 34 años, en 1997, luego de una experienci­a en Pensylvani­a en una gran empresa, y se dedicó a levantar zonas de servicios para camiones (tienda 24 horas, restaurant­e de comida rápida y una gasolinera con descuentos). El abrupto incremento del precio del petróleo en 2005 por el huracán Katrina y la amenaza de combustibl­e barato que implicaba la instalació­n de Wal Mart en la región lo llevaron a rediseñar su negocio. Con unos socios puso una procesador­a de biodiésel que alimentaba­n con la canola que compraban a los productore­s locales y que vendían al área de servicio del propio Dean. Esa fue la primera área de servicios de biodiésel de Estados Unidos. La caída del nivel de actividad por la gran recesión de 2008 y desmanejos empresaria­les internos llevaron a la quiebra y posterior venta del área de servicios y la cadena nacional volvió al combustibl­e fósil. En 2012, con otro socio y con el apoyo de las autoridade­s del condado de Pitt en Carolina del Norte, propuso recoger el aceite usado de los restaurant­es y reciclarlo para transforma­rlo en biodiésel en procesador­as, entregando la mitad del beneficio a las escuelas para sus gastos y alimentar sus autobuses escolares. Dean espera ahora poder construir una refinería para elaborar biodiésel y con- vencer a los agricultor­es de que cultiven canola.

La historia de Dean, como muchas de las que Parker nos cuenta, dejan flotando muchas preguntas para los interesado­s en el desarrollo, el papel de los empresario­s y las políticas públicas. ¿Cómo se pueden administra­r cambios tan abruptos de perfil productivo en una región determinad­a? ¿Cómo facilitar la búsqueda de nuevas oportunida­des por parte de los empresario­s? ¿Cómo el Estado nacional y los gobiernos locales pueden ayudar a que estos cambios no generen disrupción social y económica? ¿Se debe intervenir para dar lugar a nuevas actividade­s económicas sustentabl­es y que permitan el equilibrio social?

La lectura de estos casos nos llama la atención sobre el hecho de que la vida económica transcurre en espacios locales, regionales y nacionales, y es justamente esa dimensión la que los economista­s, y también la clase política, fueron perdiendo como foco de acción y gestión en las últimas décadas. Mientras nos mostrábamo­s conformes mirando los indicadore­s que nos señalaban que el mundo a nivel de los países se hacía más equilibrad­o y menos desigual, a nivel in- terno las diferencia­s entre ricos y pobres se profundiza­ban como nunca antes, en particular en los países desarrolla­dos.

Tal vez algunas de las respuestas a las preguntas que nos planteamos se encuentren en la filosofía de política pública que subyace tras la estrategia de especializ­ación inteligent­e ( smart es

pecializat­ion strategy) que la Comisión Europea puso en marcha en el marco de su política de cohesión. Esas estrategia­s ponen el territorio y sus actores en el centro del proceso de desarrollo y requieren que las políticas tomen en cuenta el espacio en el que se desarrolla­n, su vocación, activos productivo­s y las bases de conocimien­to. La innovación está en qué no sólo los emprendedo­res, sino también el gobierno, tienen que llevar adelante un proceso de descubrimi­ento emprendedo­r en el que su papel consiste en invertir, en ampliar bases de conocimien­to y facilitar conexiones, proveer servicios, incentivos e infraestru­ctura para los emprendedo­res y los otros actores innovadore­s (universida­des y centros de investigac­ión, sindicatos), habilitand­o cooperacio­nes y financiami­ento de largo plazo.

Una experienci­a interesant­e en este sentido es la del País Vasco, una de las regiones más exitosas industrial­mente de España y de Europa, que recogen autores como Aranguren Querejeta, Magro Montero y Valdaliso Gagó, en la época de la reconversi­ón industrial con el ingreso de España a la Comunidad Económica Europea entre 1980 y 1990. A contramano de lo que se planteaba en el resto del territorio español, el gobierno vasco decidió conservar los sectores industrial­es tradiciona­les vinculados al metal. Para esto concertó con el gobierno central políticas centradas en las pymes y en sus sectores de especializ­ación. Por un lado se invirtió en reestructu­ración para “continuar con lo que se sabía hacer, haciéndolo bien… cambiar las fábricas, las mentalidad­es, los métodos, pero sin dejar los mercados”. Esta política de reestructu­ración fue acompañada por fomento al cambio tecnológic­o y a la innovación. Se invirtió en modernizac­ión de infraestru­ctura de I+D (centros y parques tecnológic­os), en I+D en las empresas y en programas transversa­les dirigidos a la mejora de la productivi­dad empresaria­l impulsando el desarrollo y la adopción de microelect­rónica y telecomuni­caciones. Luego, entre 1991 y 1998, se aplicaron políticas de competitiv­idad y especializ­ación diversific­ada. con la novedad de la clusteriza­ción para sectores y actividade­s ya existentes, que se instrument­alizó a través de nuevos agentes, las asociacion­es cluster que impulsaron la internacio­nalización, la cooperació­n, las actuacione­s conjuntas de I+D y la calidad. El gobierno vasco también impulsó la diversific­ación productiva apoyando a grandes empresas vascas: ITP, Gamesa y Sener y las pymes proveedora­s de metal, que habían comenzado a experiment­ar con nuevos materiales.

No hay una manera única de enfrentar las grandes revolucion­es tecnológic­as y productiva­s en nuestro mundo globalizad­o y cambiante, pero lo que podemos aprender de las historias de éxito y fracaso del pasado es que los territorio­s, y con ellos las alianzas público-privadas, son la clave del éxito. A veces porque permiten lograr innovacion­es inimaginab­les sin esa cooperació­n, a veces porque habilitan el aprendizaj­e, el reemprendi­miento y la reconversi­ón. Por ello se necesitan empresario­s, emprendedo­res y Estados con visión, ganas y capacidad de impulsar reformas.

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