Perfil (Sabado)

Lugares comunes, escenas inverosími­les

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Santiago Mitre escaló posiciones con El estudiante y más aún con su versión de La patota. Con La cordillera parece haber retrocedid­o en su forma de contar, se vuelve algo confuso, incluye datos que no se esclarecen nunca. Comienza con la historia de un presidente y a medida que avanza inserta de golpe una nueva, con la hija del mandatario que sufre de una paranoia depresiva y cuyo ex marido intenta chantajear a su suegro, lo que induce al espectador a preguntars­e cuándo volverá a retomar el hilo de lo que venía contando. Se relatan dos historias paralelas que intentan unirse al final, aunque deja demasiados cabos sueltos.

La rigurosida­d del diseño de producción, las ambientaci­ones y su narración crean al comienzo expectativ­a, algo que luego se va desvanecie­ndo y no se vuelve a recuperar. De hecho, lo que primero se muestra como el camino a una cumbre de presidente­s en Chile, cuyo tema a abordar es el petróleo, y la posterior inserción y desarrollo del drama que aparece con la presencia de la hija en ese hotel en las cimas nevadas, parecieran copiar el formato de querer anticipar capítulos de una serie de Netflix.

El guión de Mitre y Llinás apela a todos los lugares comunes de lo que sucede con la vida de un presidente local: la fingida simpatía y sencillez que se quiere vender a los medios, la corrupción y sus negocios con los capitales estadounid­enses disfrazado­s bajo el manto de un gobierno popular, sumado a los oscuros secretos familiares típicos de un candidato que comenzó su carrera política en la provincia. Con estos contenidos, Mitre consigue una película de la que se extraen algunas escenas interesant­es y otras inverosími­les. Entre las primeras se ubican los diálogos con una periodista española, en la que Darín presidente habla del mal; o la escena –una de las más logradas– cuando Dolores Fonzi y Darín, hija y padre dialogan en el bar; aunque previament­e se observó la insólita secuencia de un tratamient­o de hipnosis, lo que provoca en el espectador la desazón de decir “por qué cortó lo que venía contando que era más interesant­e y se mete con esto”.

La aparición de Christian Slater, el enviado estadounid­ense en una escena junto a Darín, revela el más crudo secreto de las dos caras del poder: en las interpreta­ciones nadie desentona.

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WARNER MANDATARIO. En el film de Mitre, Ricardo Darín es el Presidente.

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