Una película que es más una golosina que una cajita feliz
Hace cuánto una película animada no es decididamente tontuna? Pocas cosas se han fosilizado de forma tan disimulada y al mismo tiempo evidente como la animación mainstream. Sean minions, autos que hablan, la animación se ha anclado en fórmulas que pueden vender millones, seguro, pero que se sienten insípidas, cansadas y poco listas a innovar (o al menos divertir sin sentir esa tensión símil crédito hipotecario en su tamaño). Lejos está Pixar de su momento más sentido, menos máquina de chorizos, y Disney acompaña en esa misma letanía. Y así podría hablarse de BlueSky o cualquier estudio grande. Los demás estudios nada alteran: pocas veces la animación industrial de Estados Unidos había sacrificado de forma tan obvia personali-
dad en pos de ganancias.
Las aventuras del Capitán Calzoncillos se presenta como una pequeña, más feliz, alternativa a ese modelo que homogeniza logros técnicos y quita peso al relato. No es que sea algo decididamente feroz en su absurdo, pero al menos decide que otras formas de animación pueden ser posibles. Y aprovecha para eso la inventiva de la franquicia original. La imaginación de dos niños y el estilo visual del relato original y sus exabruptos alcanzan para lograr una película que se ríe de su propia zoncera y sus ganas de jugar con las imágenes. Su goce radica precisamente en que no debe dar concesiones. Y ahí es donde su superhéroe semidesnudo adquiere un aire casi de alegría instantánea. Donde otras producciones necesitan mostrarse como una vidriera, aquí las cosas se suceden con una real fascinación por lo lúdico y por el coqueteo con la diversión desfachatada. No se trata del humor forzado de Mi villano favorito y sus chizitos monosilábicos en loop, sino que aquí se logra invocar algo de la imaginación descarada de la infancia desde ideas visuales, desde canchereaditas narrativas y desde un diseño que buscar ser más una golosina que una cajita feliz.