Una obra para reflexionar sobre la condición humana
Llega a los escenarios porteños un dramaturgo español, pero no catalán. Paco Becerra, nacido como Francisco Jesús Becerra Rodríguez en 1978 representa a la generación actual de creadores hispanos. Con premios teatrales muy importantes y estrenos desde el 2003 se presenta ahora su obra del 2016, El pequeño poni, con adaptación de Ignacio Gómez Bustamante. La historia está inspirada en un hecho real ocurrido en los Estados Unidos en 2014, que pone en primer plano un ejemplo de bullying en una escuela.
La excusa dramática son los diálogos entre una madre y un padre que van mostrando el problema que sufre su hijo en el ámbito educativo. El desencadenante de las agresiones que el niño recibe parecen estar causadas por su mochila: que reproduce el dibujo de My Pretty Pony ( juguete, dibujo animado, película y serie televisiva). Este rechazo por este objeto va desnudando lentamente otros hechos, los mismos no sólo permiten caracterizar al hijo sino también a sus padres y en cierta forma a toda nuestra sociedad. El niño es el gran ausente escénico, aunque está permanentemente presente en los diálogos y también se lo dibuja escenográficamente.
La puesta en escena de Nelson Valente eligió el minimalismo como estética y centralizó todo en las actuaciones, agregándole a su es- pacio escénico proyecciones imaginadas por Maxi Vecco. Esa imagen cambiante es la del niño, por lo cual los espectadores se verán motivados a observar esas modificaciones. Todos los otros signos eligen la neutralidad, desde el vestuario (Daniela Dearti) hasta la música (Silvia Aspiazu). Todo está centralizado, desde la mesa hasta la focalización de las actuaciones.
Bezerra propone y Valente ejecuta un proceso que va creciendo, la situación que empieza casi de manera alegre y ligera se va espesando porque estos padres tienen posiciones enfrentadas ante un mismo hecho. Ocultar la realidad o enfrentarla contra viento y marea. Son opciones y aquí están muy inteligentemente expuestas. Casi como aquellos teatros de tesis de principios del siglo XX.
El público será un juez, sin voto hasta el final del espectáculo donde deberá tomar la decisión de cerrar él mismo esta historia, ya que con el último apagón no se tendrá certeza.
Dos actuaciones, solos en el escenario, casi como en un ring donde Melina Petriella y Alejandro Awada pasan de la ternura a la ferocidad, de las seguridades a las incertidumbres. Excelentes trabajos donde los cuerpos de cada uno están entregados para representar estas almas tan torturadas como cotidianas. Ni buenos, ni malos. Un teatro para reflexionar sobre la condición humana.