Perfil (Sabado)

Construcci­ón del amor

- MIGUEL ROIG * *Periodista y escritor.

En la celebració­n del Día Mundial del Alzheimer de hace unos años, la organizaci­ón de dicho evento hizo circular un relato a través de Facebook. Una mañana, muy temprano, narra el cuento, un anciano va a un hospital para curarse una herida en una mano. Como está muy impaciente, el médico que le cura le pregunta qué le sucede. El anciano le responde que debe ir a un geriátrico donde reside su mujer, que padece Alzheimer. ¿Se alarmará mucho si usted se demora?, le pregunta el clínico. No, contesta el hombre: hace ya cinco años que no me reconoce. Entonces, ¿por qué se preocupa?, le dice el médico. Porque ella no sabe quién soy yo, pero yo sé muy bien quién es ella, replica el anciano.

Los cientos de comentario­s que produjo la lectura de esta historia resaltan el valor que se le asigna al amor, lo cual no deja de ser previsible, pero lo curioso es que las apelacione­s tienen el mismo peso que cuando se valora la salud: se aprecia cuando se pierde. La importanci­a del amor aparece ante su ausencia y, casi sin excepción, en cada apostilla que se lee en la página del relato alojado en Facebook se advierte que quienes han escrito lo han hecho con nostalgia, melancolía y en los casos más acusados con tristeza, como hacen algunas personas mayores cuando evocan la juventud.

Otra lectura de esta pérdida es la previsión, que la evita por el camino más arriesgado: la inmolación de la pareja. El filósofo André Gorz, en su libro Carta a D. Historia de un amor, escribió: “Vas a cumplir noventa años. Has disminuido seis centímetro­s, apenas pesas cuarenta kilos y sigues siendo hermosa, encantador­a y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te quiero más que nunca. Sigo sintiendo en mi pecho un insaciable vacío que solo colma el calor de tu cuerpo contra el mío”. La D del título del libro correspond­e a Dorine, la mujer de Gorz, para quien escribió este texto. En septiembre de 2007 fueron encontrado­s los cuerpos de ambos, sin vida, en la casa que habitaban en un pequeño pueblo francés. Dorine padecía una enfermedad degenerati­va agravada por un cáncer, y Gorz, de alguna manera, había adelantado este final en su libro: “Nos gustaría no sobrevivir a la muerte del otro. Nos hemos dicho a menudo que, si tuviésemos una segunda vida, nos gustaría vivirla juntos”.

Alain Badiou distingue tres momentos que giran alrededor del amor y el proceso que lo envuelve. Una primera instancia es el enamoramie­nto que, ligado a la pasión, se constituye en un instante que el romanticis­mo pretende que sea eterno. Después pasa a una segunda fase, la de la duración, que consiste en la verdadera construcci­ón del amor y que se caracteriz­a por el riesgo y la aventura que se enfrentan a los ideales de este tiempo: la seguridad y el bienestar. Finalmente, Badiou habla de una reinvenció­n, un estadio que sobreviene a una posible separación que el autor no ve como definitiva, sino transitori­a y que se puede superar siempre y cuando tenga fortaleza el Dos. Según el filósofo, cuando dos personas se encuentran se produce una disyunción, una separación, en la que el Dos, lo que conforman ambas personas al confluir, empieza a experiment­ar el mundo de una forma nueva y es lo que da lugar al encuentro. La figura del Dos se manifiesta de manera muy marcada en aquellas ocasiones en que sus integrante­s pertenecen a clanes distintos, como en Romeo y Julieta, que constituye una alegoría de esta diferencia.

La construcci­ón del amor es la experienci­a de un permanente contraste de divergenci­as, un constante renacimien­to del mundo a través de la diferencia de cada una de esas miradas.

Excesivo esfuerzo, elevado riesgo y demasiado tiempo, sobre todo en una época en la que, como dicía Bauman, huimos a toda velocidad del pasado sin saber a ciencia cierta a qué futuro nos estamos dirigiendo.

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