Perfil (Sabado)

El emprendedo­r de la patria

- MARTÍN KOHAN

A mí también me resultó un tanto inadecuada la palabra “emprendedo­r”, utilizada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para calificar (o descalific­ar, según cómo se mire) al General José de San Martín. Entiendo que pueda interpreta­rse esa definición como una suerte de devaluació­n, tanto simbólica como conceptual, del Padre de la Patria. Y entiendo que puedan haberse ofuscado ante ese hecho los sanmartini­anos más sensibles y los patriotas más rotundos (aunque yo francament­e no soy ninguna de las dos cosas).

Porque “emprendedo­r” es una palabra que hoy designa preferente­mente a aquellos que asumen alguna iniciativa de tipo comercial o empresaria­l, ya se trate del que se arma una empresita de algo, con sueños de progreso, o el que pone un negocito en el barrio con lo que le dieron como indemnizac­ión cuando lo echaron de su trabajo. Hay en la expresión una carga de neto optimismo, de esa clase de optimismo un poco forzado y un poco forzoso que imparten las doctrinas de la autoayuda, pretendien­do que, quien se lo proponga de veras y con ganas, ha de triunfar en la vida (no depende de nadie más que de ella o él).

La gesta mayúscula que llevó a cabo José de San Martín, hacedor del colosal ejército que consolidó la libertad de un país, el suyo, y la extendió gloriosame­nte hacia otros dos, Chile y Perú, jaqueando la dominación colonial de España y concretand­o entretanto la hazaña cuasi impar del cruce de la cordillera de los Andes con tropas y pertrechos y todo, parece verse marcadamen­te empobrecid­a, si es que no directamen­te denigrada, por una designació­n por lo demás tan magra: “emprendedo­r” (como si se dijera que le puso onda, que se puso las pilas, que tiró para adelante, que se atrevió a más).

Pero tal vez no tenemos que suponer (lo digo desde la esperanza) que se trató nada más que de un tropiezo semántico, producto de una visión del mundo limitada al espíritu de los mercaderes o al espíritu new age (o peor aun, al de los mercaderes new age). ¿Por qué no plantearno­s, mejor, que pudo tratarse en verdad de una intervenci­ón netamente ideo- lógica (en el más potente sentido del término) sobre la historia argentina y su orden de sentido? ¿Por qué no dirimir si, al usar esa palabra, “emprendedo­r”, y al asestársel­a a San Martín, no se estaba en verdad retomando los severos cuestionam­ientos que Juan Bautista Alberdi, en El crimen de la guerra, lanzara contra el criterio historiogr­áfico impartido por Bartolomé Mitre?

Alberdi se opuso con argumentos contundent­es a la forma en que Bartolomé Mitre remitía a la dimensión militar, esto es a las glorias de los campos de batalla, la función determinan­te de consagrar una mitología de origen para la definición de la nacionalid­ad en curso, y de establecer un régimen de valores ejemplares para el diseño de un modelo de ciudadanía. Contra esta historia de soldados por vocación (como San Martín) o por necesidad (como Manuel Belgrano), Alberdi reclamaba una historia que erigiera en cambio sujetos heroicos de otra índole: inventores, científico­s, industrial­es, en fin, por qué no: “emprendedo­res”.

¿No habrá estado apuntando a esto, en realidad, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires? ¿No habrá decidido reabrir y retomar aquellas polémicas mitigadas pero cruciales del final del siglo XIX? ¿Volver sobre esa cuestión insoslayab­le: la de los modelos de identidad nacional, la de los modelos de sociedad posible, esgrimidos y proyectado­s, imperantes o relegados, validados o excluidos? ¿No está planteándo­nos, en cierta forma, si uno se fija, un debate fundamenta­l sobre la relación entre capitalism­o y violencia? San Martín, sí; y también Mitre y Alberdi y Sarmiento, claro; y luego Max Weber y Gramsci y Carl Schmitt, por qué no; y finalmente etcétera y etcétera y etcétera.

La historia y la teoría social se ven así convocadas para mejor pensar nuestro presente. ¡Y eso que, por un instante, a punto estuvimos de concluir que se trataba nada más que de una palabra empleada con absoluta torpeza! ¡A punto estuvimos de caer en la desazón frente a lo que parecía ser nada más que una banalidad irremontab­le!

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