Evangelizadores con Espíritu
«La alegría del Evangelio» es la carta programática del Papado de Francisco. De allí que me ha parecido importante fijar la atención en el capítulo quinto de esta exhortación ( EG 259 ss), en el que el Papa nos habla de la espiritualidad de los Evangelizadores. Allí establece las líneas de una nueva mística, de una espiritualidad renovada que pueda alentar y animar la vida entera de los que se encuentran con Jesús y los impulse a comunicar la alegría transformadora del Evangelio.
Esta espiritualidad en clave misionera, busca una síntesis audaz entre la verticalidad de la relación con Dios y la horizontalidad del vínculo con los hermanos: «Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero ni los discursos y praxis sociales y pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón». ( EG 262)
Según lo expresa claramente Jesús en el Evangelio, el amor a Dios y el amor al prójimo son dos fases del mismo latido de un corazón: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» ( Mateo 22, 37-39). De esto se desprende que con el mismo amor con que amamos a Dios, amamos al prójimo. Estos dos amores del corazón del cristiano parten de la misma fuente que es la caridad del Espíritu Santo, dicha caridad nos hace entrar en su propio dinamismo y nos capacita para vivir una espiritualidad alejada de un activismo sin oración y de una oración sin compromiso con el hermano.
Cuando el Santo Padre plantea la transformación misionera de la Iglesia en el capítulo primero de la Carta, parte del concepto de evangelizador como discípulo-misionero según lo desarrolla el Documento de Aparecida. El discípulo recibe con oído y corazón atento la novedad siempre sorprendente del Evangelio y al mismo tiempo que la acoge con amor, necesita imperiosamente comunicarla a los otros porque este encuentro le ha revelado un nuevo sentido a su vida. «El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla» ( EG 9). Contemplando el texto evangélico de la oración de Jesús en Mateo 11, 25-30, podemos verificar la síntesis que hace el corazón de Jesús de estos dos movimientos que lo llevan a la intimidad con el Padre y con los hombres a un mismo tiempo.
Este es uno de los pocos textos en los que el Espíritu nos permite asomarnos al contenido de la oración del Señor. Seguramente los