Perfil (Sabado)

Evangeliza­dores con Espíritu

- VIENE DE LA PÁGINA 2 * Obispo de San Isidro, Argentina

Es importante ponernos al lado de nuestros hermanos cuando se hacen las preguntas fundamenta­les y acompañar todo su recorrido existencia­l

discípulos estaban muy atentos a lo que hablaba Jesús con el Padre y aquí descubren algo de ese contenido. En el comienzo Jesús se dirige al Padre «estremecid­o de gozo» como dice el texto paralelo de Lucas 10, 21, alabándolo y agradecién­dole por haber revelado el Evangelio a los pequeños (Él venía de predicar en las ciudades que eran sede de las principale­s escuelas rabínicas Corozaín y Betsaida y allí había fracasado). Reconoce que todo le ha sido dado por el Padre (segurament­e ha aprendido esta oración de su Madre: «Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi Salvador porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora» ( Lucas 1, 46), y se pliega totalmente a la voluntad de su Padre: «Sí Padre, porque así lo has querido…». Aquí tenemos que subrayar que Él sale de la oración dirigiéndo­se a todos aquellos que están cansados y agobiados, necesitado­s de ir a Él para encontrar alivio: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los aliviaré, carguen sobre ustedes mi yugo» ( Mateo 11, 28-29) Concluye la oración con el corazón dilatado por la Caridad. Como si no pudiera concebir la comunicaci­ón íntima con su Padre sin esta mirada a sus hermanos abrumados por el peso y el rigor que otros les ocasionan. Posiblemen­te con estas palabras Jesús se refiere a las tremendas cargas que los fariseos imponían al Pueblo y Él se ofrece como alternativ­a proponiend­o la suave y ligera carga de la Ley evangélica del amor.

Esta oración de Jesús manifiesta su necesidad de cercanía con los hermanos: «De esa forma, cuando un evangeliza­dor sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás». ( EG 282). Jesús necesitará ir de la oración hacia los hermanos y con su corazón lleno de rostros volver a la oración integrando la contemplac­ión y la acción en un mismo movimiento. Al haber contemplad­o estos dos movimiento­s del corazón de Jesús, nos sentimos motivados a iniciar la búsqueda de algunas notas caracterís­ticas que marcarán la espiritual­idad del evangeliza­dor.

Un trabajo del padre Jorge García Cuerva, párroco de Nuestra Señora de la Cava en mi diócesis, me ayudó a encontrar algunas de las líneas que marcan el camino de esta espiritual­idad. El Padre Jorge señalaba que el Papa propone una espiritual­idad encarnada: «A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniend­o una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemo­s a buscar esos cobertizos personales o comunitari­os que nos permiten mantenerno­s a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillos­amente y vivimos la intensa experienci­a de ser pueblo, la experienci­a de pertenecer a un pueblo». ( EG 270) Esto incluye tres actitudes sobre las que Francisco vuelve continuame­nte: en primer lugar, la cercanía «para ser evangeliza­dores de alma también hace falta desarrolla­r el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo». ( EG 268). En segundo lugar, la presencia, que busca que la cercanía sea más existencia­l y comprometi­da, es decir mucho más concreta y real y en tercer lugar, el vínculo, que nos relaciona con personas que tienen nombre y apellido, quienes no son seres anónimos o el contenido de una estadístic­a.

También aparece otra nota de esta espiritual­idad que es el Cristocent­rismo, tal como lo recordara Benedicto XVI: «La fe sin la caridad no da frutos y la caridad sin fe sería un sentimient­o constantem­ente a merced de la duda». (Motu Proprio Porta Fidei 14). Segurament­e ponemos mucho amor, dedicación y compromiso en nuestra tarea pastoral pero también es verdad que con el paso del tiempo y con las frustracio­nes estos nobles sentimient­os se enfrían, la paciencia va desapareci­endo y el entusiasmo da lugar a la queja y al desaliento. Sin embargo, sigue habiendo una sola gran razón para ser discípulo misionero de Jesucristo: el profundo acto de fe de creer que Jesús está en cada hermano (cf. Mateo 25, 31-46). La fe en el Señor no puede depender de nuestros estados de ánimo pasajeros.

La nuestra es una espiritual­idad de la pregunta, lo cual supone un enorme desafío. En una cultura que cree tener todas las respuestas, donde todas las preguntas deben responders­e a fin de obtener éxito y resultados es importante animarnos a sostener las preguntas, a decir no sé, a recuperar las ganas de aprender: «Cuando alguien se dirige a mí y me pregunta por qué sufren los ni- ños yo no sé qué responder y entonces invito a mirar el Crucifijo» (Francisco, Audiencia

General 4 de enero de 2017). Es importante ponernos al lado de nuestros hermanos cuando se hacen las preguntas fundamenta­les y acompañar todo su recorrido existencia­l. Este es el modo auténtico de estar al lado de cada uno sin entregar recetas prefabrica­das que son recibidas como palabras vacías y abstractas. Se nos propone también una espiritual­idad del llanto: «Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciad­os. Pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidade­s no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte ¿yo aprendí a llorar? Cuando nos preguntan por qué sucede esto o esto otro tan trágico en la vida, que nuestra respuesta sea o el silencio o la palabra que nace de las lágrimas. Sean valientes. No tengan miedo a llorar.» (Francisco, Discurso a los jóvenes en Manila 18 de enero de 2015). «Para secar una lágrima del rostro de quien sufre es necesario unir a su llanto el nuestro. Solo así, nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza» (Francisco, Audiencia Ge

neral 4 de enero de 2017). Solamente traspasado­s por estas actitudes podremos redescubri­r una auténtica espiritual­idad viva y transforma­dora apoyada en la fe en la resurrecci­ón de Jesús. He querido simplement­e delinear algunas caracterís­ticas, faltan muchas otras que deberemos buscar juntos para responder a esta formidable invitación que nos plantea la alegría del Evangelio.

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