Evangelizadores con Espíritu
Es importante ponernos al lado de nuestros hermanos cuando se hacen las preguntas fundamentales y acompañar todo su recorrido existencial
discípulos estaban muy atentos a lo que hablaba Jesús con el Padre y aquí descubren algo de ese contenido. En el comienzo Jesús se dirige al Padre «estremecido de gozo» como dice el texto paralelo de Lucas 10, 21, alabándolo y agradeciéndole por haber revelado el Evangelio a los pequeños (Él venía de predicar en las ciudades que eran sede de las principales escuelas rabínicas Corozaín y Betsaida y allí había fracasado). Reconoce que todo le ha sido dado por el Padre (seguramente ha aprendido esta oración de su Madre: «Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi Salvador porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora» ( Lucas 1, 46), y se pliega totalmente a la voluntad de su Padre: «Sí Padre, porque así lo has querido…». Aquí tenemos que subrayar que Él sale de la oración dirigiéndose a todos aquellos que están cansados y agobiados, necesitados de ir a Él para encontrar alivio: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los aliviaré, carguen sobre ustedes mi yugo» ( Mateo 11, 28-29) Concluye la oración con el corazón dilatado por la Caridad. Como si no pudiera concebir la comunicación íntima con su Padre sin esta mirada a sus hermanos abrumados por el peso y el rigor que otros les ocasionan. Posiblemente con estas palabras Jesús se refiere a las tremendas cargas que los fariseos imponían al Pueblo y Él se ofrece como alternativa proponiendo la suave y ligera carga de la Ley evangélica del amor.
Esta oración de Jesús manifiesta su necesidad de cercanía con los hermanos: «De esa forma, cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás». ( EG 282). Jesús necesitará ir de la oración hacia los hermanos y con su corazón lleno de rostros volver a la oración integrando la contemplación y la acción en un mismo movimiento. Al haber contemplado estos dos movimientos del corazón de Jesús, nos sentimos motivados a iniciar la búsqueda de algunas notas características que marcarán la espiritualidad del evangelizador.
Un trabajo del padre Jorge García Cuerva, párroco de Nuestra Señora de la Cava en mi diócesis, me ayudó a encontrar algunas de las líneas que marcan el camino de esta espiritualidad. El Padre Jorge señalaba que el Papa propone una espiritualidad encarnada: «A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo». ( EG 270) Esto incluye tres actitudes sobre las que Francisco vuelve continuamente: en primer lugar, la cercanía «para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo». ( EG 268). En segundo lugar, la presencia, que busca que la cercanía sea más existencial y comprometida, es decir mucho más concreta y real y en tercer lugar, el vínculo, que nos relaciona con personas que tienen nombre y apellido, quienes no son seres anónimos o el contenido de una estadística.
También aparece otra nota de esta espiritualidad que es el Cristocentrismo, tal como lo recordara Benedicto XVI: «La fe sin la caridad no da frutos y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda». (Motu Proprio Porta Fidei 14). Seguramente ponemos mucho amor, dedicación y compromiso en nuestra tarea pastoral pero también es verdad que con el paso del tiempo y con las frustraciones estos nobles sentimientos se enfrían, la paciencia va desapareciendo y el entusiasmo da lugar a la queja y al desaliento. Sin embargo, sigue habiendo una sola gran razón para ser discípulo misionero de Jesucristo: el profundo acto de fe de creer que Jesús está en cada hermano (cf. Mateo 25, 31-46). La fe en el Señor no puede depender de nuestros estados de ánimo pasajeros.
La nuestra es una espiritualidad de la pregunta, lo cual supone un enorme desafío. En una cultura que cree tener todas las respuestas, donde todas las preguntas deben responderse a fin de obtener éxito y resultados es importante animarnos a sostener las preguntas, a decir no sé, a recuperar las ganas de aprender: «Cuando alguien se dirige a mí y me pregunta por qué sufren los ni- ños yo no sé qué responder y entonces invito a mirar el Crucifijo» (Francisco, Audiencia
General 4 de enero de 2017). Es importante ponernos al lado de nuestros hermanos cuando se hacen las preguntas fundamentales y acompañar todo su recorrido existencial. Este es el modo auténtico de estar al lado de cada uno sin entregar recetas prefabricadas que son recibidas como palabras vacías y abstractas. Se nos propone también una espiritualidad del llanto: «Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados. Pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte ¿yo aprendí a llorar? Cuando nos preguntan por qué sucede esto o esto otro tan trágico en la vida, que nuestra respuesta sea o el silencio o la palabra que nace de las lágrimas. Sean valientes. No tengan miedo a llorar.» (Francisco, Discurso a los jóvenes en Manila 18 de enero de 2015). «Para secar una lágrima del rostro de quien sufre es necesario unir a su llanto el nuestro. Solo así, nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza» (Francisco, Audiencia Ge
neral 4 de enero de 2017). Solamente traspasados por estas actitudes podremos redescubrir una auténtica espiritualidad viva y transformadora apoyada en la fe en la resurrección de Jesús. He querido simplemente delinear algunas características, faltan muchas otras que deberemos buscar juntos para responder a esta formidable invitación que nos plantea la alegría del Evangelio.