El mundo lo tenemos que cambiar entre todos
El trabajo de los misioneros es como cuidados paliativos, no pueden curar la enfermedad. La cura tiene que venir a nivel internacional. Son palabras de Juan Gabriel Arias, misionero argentino en Mozambique. Un lugar que le enamoró en sus primero años de misión y donde regresó en 2014 para establecerse definitivamente. Allí trabaja sintiéndose un privilegiado de Dios, un canal para que Dios llegue a la gente. Lo máximo a lo que podría aspirar en su carrera.
¿Cuánto tiempo lleva en Mozambique y cómo surgió la inquietud de ir allí?
La primera vez que fui a Mozambique fue en el año 2000 y estuve allí tres meses. Después en 2001 regresé un mes ya como discernimiento para pedir quedarme a vivir ahí. En ese momento le pedí permiso a monseñor Bergoglio, que era mi obispo, ir a la diócesis de Xai-Xai. A mí siempre me gustó misionar, siempre pensé que los sacerdotes estábamos mal distribuidos en el mundo, todos concentrados en las ciudades. Siempre tuve el deseo de ir de misión especialmente a un lugar donde hubiera pobreza. Al principio pensaba en algún lugar de Latinoamérica, por la cultura y el idioma, pero cuando hice esa primera experiencia en el año 2000 vi que podía trabajar muy bien en Mozambique y me enamoré de ese pueblo. Y allá estuve viviendo del 2003 al 2005, donde me recibió el obispo Júlio Duarte Langa, que ahora es cardenal.
En esos tres años trabajé siempre en zonas rurales. Pero la situación era delicada, viví en una zona donde no había servicios básicos y una realidad eclesial difícil en la diócesis, así que mi obispo, Bergoglio, me pidió que regresara. Aunque yo no quería, entendía las razones de mi obispo. Y me destinó durante 9 años en un parroquia de barrio. Pero los últimos cinco años iba una o dos veces al año a Mozambique y me quedaba dos o tres meses visitando las comunidades. Y después, en el 2014, con el cambio de obispo en Buenos Aires, pedí al nuevo obispo regresar definitivamente a Mozambique. Bergoglio me apoyó siempre en mis viajes a Mozambique, incluso el auto que tengo allá y que uso es una donación suya. Él siempre apoyaba a los curas que trabajamos con los más pobres. De he- cho, cuando vine a visitarlo por primera vez tras ser elegido Papa, me dijo: «por fin lograste lo que querías».
Ahora estoy en una parroquia grande de Mozambique, en la diócesis de Xai-xai desde enero de 2015. Una parroquia que tiene 44 comunidades, en algunas de estas hacía 25 años que no había un sacerdote. Hay realidades muy diversas. Yo tengo algunas comunidades que quedan a más de 90 kilómetros de la sede, por camino de tierra y bosque, tardando más de dos horas en llegar a algunas.
¿Cómo es su día a día?
Es muy variado, no puedo aburrirme porque siempre pasan cosas. A veces, es parte del trabajo del misionero, me voy a las comunidades más lejanas y me quedo varios días, viviendo en la casa de la gente. Eso es algo que me gusta mucho y a la gente también, porque no están acostumbrados. Ando mucho en el auto visitando las comunidades y también está unida toda la parte de la ayuda social, no puede ir la una sin la otra. Uno ve el sufrimiento de la gente, ve que podría hacer algo para mejorar su realidad y si no lo hago no podría dormir tranquilo. No puedo estar en misa y mirar a unos chicos desnutridos a los ojos sabiendo que puedo hacer algo para mejorar su desnutrición y no hacerlo. Gracias a Dios en esta segunda etapa en la que estoy en Mozambique tengo muchas instituciones que me ayudan: Scholas Occurrentes, la Fundación Messi que me da comida para 15 mil chicos de escuela primaria. También tengo gente local, como la Fundación Carlos Morgado, y me ayudan para poder hacer distintas cosas. También los cascos blancos. Ahora vendrá un ingeniero agrónomo de Argentina para enseñar a sembrar con distintas técnicas. Hay proyectos para hacer pozos, para construir un hospital... Dios siempre me dio amigos que me ayudan en mi trabajo. Yo me considero un medio para que muchos puedan ayudar. Me gusta que
No puedo estar en misa y mirar a unos chicos desnutridos a los ojos sabiendo que puedo hacer algo para mejorar su desnutrición y no hacerlo
la gente venga y vea el trabajo. Un grupo de jóvenes de Argentina, por ejemplo, creó una asociación llamada Somos del mundo, y van todos los veranos para construir escuelas. Y así es como chicos que tenían clases debajo de árboles ahora tienen un lugar para poder estudiar.
Los proyectos van junto con el trabajo de evangelización: la Iglesia evangeliza al hombre entero, no solo el alma, debe ser alma y cuerpo, porque el hombre es uno. Y como dice Santiago, si veo que puedo hacer el bien y no lo hago, estoy pecando.
¿Cuál es la situación más dura que ha vivido en este tiempo?
Muchísimas. Hay situaciones graves y duras, y también hay situaciones cotidianas que me siguen doliendo. Yo sigo viendo, especialmente a las mujeres, los jóvenes, los chicos, que vienen a cargar agua a la misión recorriendo largas distancias. Vienen con 20 litros de agua en la cabeza y yo soy testigo de muchas abuelas y mamás, con problemas de columna, artritis y reuma por cargar todo ese peso en la cabeza. Son rostros con nombre y apellidos, hay una amistad. Y cuando me saludan, para mí es un puñal en el corazón el no poder hacer nada para cambiar totalmente la situación. Lo estamos tratando, pero lleva tiempo y es difícil. A esa realidad no me acostumbro.
También el ver chicos con enfermedades, malformaciones, que si hubieran nacido en otro país no las tendrían porque las corrigen apenas nacen. O gente que se muere sin saber por qué o por cosas totalmente evitables. A este dolor no me acostumbro.
¿Cómo se logra dar esperanza a un pueblo tan golpeado y que se siente tan abandonado?
Yo siempre digo que lo único que hago es ser canal para que Dios llegue a la gente. Lo que hago es visitar las comunidades, estar, celebrar misa y es Dios que actúa en el corazón de ellos. Obviamente uno trata de prepararse, hacer lo mejor posible y lo que intento es estar cerca de la gente y acercar a la gente a Dios. Y esto es muy lindo de ver: procesos de comunidades que crecen, personas que vuelven a la fe católica. Yo soy un testigo privilegiado de la acción del Espíritu Santo. Soy consciente que yo no hice nada para que eso suceda, el trabajo interior es trabajo de Dios. Se dice que la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía hace a la Iglesia. Yo trato de ir, llevar los sacramentos, celebrar. Había comunidades que tenían misa una vez por año, ahora una vez por mes. Eso les cambió toda la vida. Esto da esperanza a la gente.
Yo trabajo mucho con los más pobres algo que considero muy importante, el autoestima, la dignidad de la persona. Ellos saben que no le interesan a nadie, son un número en la humanidad y dependen de otros para poder sobrevivir. Que alguien se interese por ellos y se preocupe, y vean mejoras en su situación, en el aspecto espiritual y en los demás, eso les da esperanza.
Como misionero, ¿siente que su trabajo es un grano de arena en el desierto o siente los frutos?
En la parroquia en la que yo estoy la diferencia se ve y la gente lo ve. Vemos cosas concretas y que se va avanzando. La gente viene mucho a las comunidades a rezar. En mi parroquia hay un cambio en la realidad. Pero en toda la realidad africana... ni siquiera es una gota en el océano. Pero esto es lo que tiene que buscar cada uno de nosotros, buscar la realidad que le rodea. El mundo lo tenemos que cambiar entre todos, cada uno tratando de modificar su realidad. Si cada uno de los cristianos intentáramos hacer eso el mundo sería muy diferente.
¿Cuál cree que es la solución para la situación de África?
No hay un interés político para que África mejore. África podría mejorar de un día para otro si los Estados poderosos se deciden verdaderamente a preocuparse y ayudar. En realidad lo que estos Estados quieren es beneficiarse de los productos, materias primas, petróleo, minerales, piedras preciosas, que encuentran en el continente pero no se preocupan por las personas. Les interesa mucho más ver si hay agua en Marte, hacer campañas espaciales millonarias o vender armas. Una mínima parte de ese dinero puede solucionar el problema del agua en África. Por eso desconfío mucho de ciertas campañas de algunas instituciones que son para lavar la imagen.
Otro ejemplo, si toda la plata que invierten para que no nazcan chicos en África la aplicaran para hacer fuentes de agua... se solucionaría el problema del agua en África. Pero tienen otros intereses.
Los misioneros y gente de bien que quiere trabajar ahí hacemos lo que podemos que es como cuidados paliativos, no estamos curando la enfermedad. La cura tiene que venir a nivel internacional.
¿Hay algo más que le gustaría destacar sobre su misión?
Me gustaría llamar a todos, sacerdotes, laicos, gente de bien, que miren más a la misión. Para poder apoyar y venir a trabajar, hacer experiencias, sin miedo. Es algo que revoluciona a la persona y que es un placer y un lujo. Yo me siento un privilegiado de Dios por estar ahí. Dios me quiere mucho y me puso en ese lugar, y yo siento que estoy en el punto máximo de mi carrera. Yo no tengo que aspirar a otra cosa, estoy en el techo de mi tarea. Es como para un futbolista jugar un mundial. Lo máximo a lo que puedo aspirar en mi carrera es estar en Mozambique trabajando en esta parroquia. De ahí mi llamado a despertar conciencias y el deseo de acercarse más a la misión, por la gente que lo necesita y por ellos mismos.
Los misioneros y gente de bien que quiere trabajar ahí hacemos lo que podemos que es como cuidados paliativos, no estamos curando la enfermedad