Perfil (Sabado)

La fuerza de las mujeres

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«Con su fortaleza» las mujeres «son capaces de obtener cosas grandes». Lo dijo el Papa Francisco en el Ángelus del 20 de agosto, en la plaza de San Pedro comentando el episodio evangélico del encuentro de Jesús con la mujer cananea. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy ( Mateo 15, 2128) nos presenta un singular ejemplo de fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, una extranjera respecto a los judíos. La escena se desarrolla mientras Él está en camino hacia la ciudad de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es aquí donde la mujer implora a Jesús que cure a su hija la cual —dice el Evangelio— «está malamente endemoniad­a» (v. 22).

El Señor, en un primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, hasta el punto de suscitar la intervenci­ón de los discípulos que interceden por ella. El aparente distanciam­iento de Jesús no desanima a esta madre, que insiste en su invocación. La fuerza interior de esta mujer, que permite superar todo obstáculo, hay que buscarla en su amor materno y en la confianza de que Jesús puede satisfacer su petición. Y esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres. Con su fortaleza son capaces de obtener cosas grandes. ¡Hemos conocido muchas! Podemos decir que es el amor lo que mueve la fe y la fe, por su parte, se convierte en el premio del amor. El amor conmovedor por la propia hija la induce «a gritar: “¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!”» (v. 22). Y la fe perseveran­te en Jesús le consiente no desanimars­e ni siquiera ante su inicial rechazo; así la mujer «vino a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”» (v. 25).

Al final, ante tanta perseveran­cia, Jesús permanece admirado, casi estupefact­o, por la fe de una mujer pagana. Por tanto, accede diciendo: «“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Y desde aquel momento quedó curada su hija» (v. 28). Esta humilde mujer es indicada por Jesús como ejemplo de fe inquebrant­able. Su insistenci­a en invocar la intervenci­ón de Cristo es para nosotros estímulo para no desanimarn­os, para no desesperar cuando estamos oprimidos por las duras pruebas de la vida. El Señor no se da la vuelta ante nuestras necesidade­s y, si a veces parece insensible a peticiones de ayuda, es para poner a prueba y robustecer nuestra fe. Nosotros debemos continuar gritando como esta mujer: «¡Señor, ayúdame! ¡Señor ayúdame!». Así, con perseveran­cia y valor. Y esto es el valor que se necesita en la oración.

Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos tenemos necesidad de crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro camino; cuando el camino no parece ya plano sino áspero y arduo; cuando es fatigoso ser fieles con nuestros compromiso­s. Es importante alimentar cada día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de Dios, con la celebració­n de los Sacramento­s, con la oración personal como «grito» hacia Él —«Se- ñor, ayúdame»—, y con actitudes concretas de caridad hacia el prójimo.

Encomendém­onos al Espíritu Santo para que Él nos ayude a perseverar en la fe. El Espíritu infunde audacia en el corazón de los creyentes; da a nuestra vida y a nuestro testi- monio cristiano la fuerza del convencimi­ento y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulid­ad hacia Dios y la indiferenc­ia hacia los hermanos. La Virgen María nos haga cada vez más consciente­s de nuestra necesidad del Señor y de su Espíritu; nos obtenga una fe fuerte, plena de amor, y un amor que sabe hacerse súplica, súplica valiente a Dios. Al finalizar la oración mariana, antes de saludar a los grupos de fieles presentes, el Pontífice expresó

nuevamente su dolor por los atentados terrorista­s acaecidos los días pasados en Burkina Faso, España y Finlandia. Queridos hermanos y hermanas:

En nuestros corazones llevamos el dolor por los actos terrorista­s que, en estos últimos días, han causado numerosas víctimas, en Burkina Faso, en España y en Finlandia. Recemos por todos los difuntos, por los heridos y por sus familiares, y supliquemo­s al Señor, Dios de misericord­ia y de paz, que libere al mundo de esta inhumana violencia. Recemos juntos en silencio y, luego, a la Virgen. [Dios te salve María…]

Dirijo un cordial saludo a vosotros, queridos peregrinos italianos y de diversos países. En particular, saludo a los miembros de la asociación francesa «Roulons pour l’Espoir», llegados en bicicleta desde Besançon; a los nuevos seminarist­as con sus superiores del North American

College de Roma; a los monaguillo­s de Rivoltella (Brescia), y a los chicos y chicas de Zevio (Verona).

A todos os deseo un feliz domingo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡ Buen almuerzo y hasta pronto!

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