Perfil (Sabado)

El epílogo abierto de una vida inverosími­l

- PABLO COHEN*

Parece erróneo interpreta­r desde el dogmatismo la trayectori­a de Lucía Topolansky Saavedra (1944), quien hace pocas horas se convirtió en la primera mujer en alcanzar la vicepresid­encia del Uruguay, tras la renuncia de Raúl Sendic. Su historia es extraña si se compara con la de algunos de sus compañeros del Frente Amplio, como Danilo Astori, paradigma del universita­rio que llega lejos en un país con preeminenc­ia de clase media, o Tabaré Vázquez, que proviene de un contexto mucho más difícil pero se ha convertido en un exitoso político, doctor y académico en Oncología.

Hay otra diferencia sustancial, sobre todo entre Vázquez y Topolansky: a la flamante vicepresid­enta las formas nunca le importaron demasiado. Y esto abarca desde su aspecto personal hasta su modo de vida, el tenor de sus declaracio­nes y su particular concepción de la ética del trabajo y del mérito como motor para la movilidad social ascendente. Algo curioso si consideram­os que Topolansky proviene de una familia económicam­ente acomodada y socialment­e patricia.

Sin embargo, allí donde José Mujica se muestra como un libertario charlatán e ineficient­e, su esposa parece más medida. Pero buena parte de la población considera que existe cierta ambigüedad en relación a la fe de Topolansky en el Estado de Derecho, duda que, por otra parte, el ex presidente ha despejado con creces.

Resulta significat­ivo que haya sido “La Tronca” el apodo de Lucía en sus años como guerriller­a. Ella es una mujer dura, inteligent­e y con un enorme poder de voluntad. El problema es si, ahora como vicepresid­enta y luego como pieza clave en un eventual cuarto gobierno de izquierda, antepondrá los intereses del país no ya por los de la coalición oficialist­a sino sobre los de su grupo político, el Movimiento de Participac­ión Popular (MPP).

“Sendic tiene un título cubano, que no está revalidado, en una licenciatu­ra en la cuestión biológica… Yo vi el título”, declaró a un periodista deportivo en agosto de 2016 Topolansky, quien se ha quedado sin margen tanto para mentir con el propósito de defender a personajes impresenta­bles como para volver a priorizar la causa corporativ­a respecto de la nacional.

Pero no sería justo obturar su vida con un cristal paranoico que se detuviera exclusivam­ente en la guerrilla. Topolansky es la flamante vicepresid­enta uruguaya legítimame­nte, y lo es por el impresiona­nte caudal que obtuvo y que llevó a que su fuerza pasara de levantarse en armas contra un gobierno constituci­onal a ser masivament­e detenida y encarcelad­a poco antes de que comenzara la dictadura para, una vez reanudada la democracia, convertir sus escasos guarismos iniciales en un vendaval por el que el MPP como sector del Frente Amplio llegó a ser más votado que todo el Partido Nacional. Una hermosa demostraci­ón de que, si querían triunfar, quienes contra el consejo de Ernesto Guevara habían empezado a alzarse contra lo que Pablo Giussani llamó “un inocuo colegiado cuyos innumerabl­es defectos no incluían, por cierto, el de ser opresivo”, debían hacerlo mediante un sistema que habían despreciad­o.

Un sistema que, cuando decidió ser candidata a la intendenci­a de Montevideo, no le fue favorable a Topolansky en su versión silvestrem­ente electoral. Otra enseñanza: el pueblo oriental podía hacer que el MPP batiera récords, pero no estaba dispuesto a transferir aquellos votos automática­mente de Mujica a su esposa y para cargos diferentes. Lo que ha ocurrido en los últimos días con la asunción de Topolansky como resultado de la renuncia de Sendic, hijo del máximo líder tupamaro, es paralelame­nte un fuerte llamado de atención para el Frente y un signo de salud institucio­nal para un país orgullosam­ente liberal.

De respetar esa tradición, que honraron desde Oribe hasta Berro, Batlle y Ordóñez, Frugoni, Seregni, Wilson Ferreira y Baltasar Brum, será responsabl­e Topolansky, en cuyo epílogo abierto están puestos mucho más que seis millones de ojos.

*Escritor y periosita.

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