Perfil (Sabado)

CUANDO TODAVIA ERA LA JOYITA

EL 27 DE JUNIO DE 2011, DARIO FRANCO, FLAMANTE ENTRENADOR DE INSTITUTO, ARMO UNA PRUEBA CON JUVENILES DEL CLUB. SE DESLUMBRO CON UN DELANTERO DE 17 AÑOS, BUEN MANEJO Y PELO REBELDE. FUE EL COMIENZO DE DYBALA, LA ESTRELLA DE LA JUVENTUS Y LA PROMESA DE LA

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Una sonrisa, una frase, un objetivo y la esperanza. Un día de otoño. Una tarde cargada de emociones y la meta entre ceja y ceja. Llega r. Cumpli r. Soña r. Sentencias que marcan para siempre.

Aquel 27 de junio de 2011 forma parte de los momentos inolvidabl­es de Paulo Exequiel Dybala. No fue un día más. El cielo estaba bien celeste en el barrio Jorge Newbery de la ciudad de Córdoba. En el predio La Agustina las ilusiones de los juveniles de Instituto latían con más fuerza que nunca. Y para Paulo, ni hablar. Fue elegido como parte del selectivo de futbolista­s juveniles del club que serían evaluados por Darío Franco, el flamante técnico del plantel profesiona­l de La Gloria. Todos los pibes estaban ilusionado­s. Historias de sacrificio­s en el terreno de juego. El DT de la Primera los quería ver. Era una jornada de sensacione­s a flor de piel.

A Paulo le dieron una pechera de color lila. Tenía el número 9 en la espalda. El viento soplaba con ganas en aquella parte de La Docta. Cuando Franco lo llamó, se tocaba el pelo a cada rato. Movía la cabeza. Había que demostrar. Tenía tan sólo 17 años. Jugaba en la Quinta División que participab­a en el torneo de AFA. Tenía 17 años y una historia grande en la mochila. Tenía 17 años y muchas ilusiones para el futuro. Escuchaba lo que decía el técnico que recién llegaba al club de Alta Córdoba. Quería mostrar sus cualidades. A su lado estaba Pablo Burzio, otra de las promesas del club, con quien había compartido la vieja pensión de La Faustina, aunque Burzio venía de Cuarta División. Se miraban. Con sus ojos se comunicaba­n emociones. En el otro equipo, había otro grupo de pibes ilusionado­s, con pecheras negras. El corazón latía fuerte. No fue una práctica más. No. Fue de las prácticas más importante­s de su vida. Ese 27 de junio todo comenzó a cambiar.

Tenía pantalón corto gris, medias negras y un pelo rebelde. Sacó del medio. Su primer pase fue para Burzio. Lo buscó muchas veces. Jugó. Hizo jugar. Se asoció también con Nicolás López Macri. El técnico los miraba, lo miraba. Hernán Franco, ayudante de campo y hermano del DT, y Alejandro Russo, mánager deportivo del club, también integraban la parte evaluadora. Observaban, además, ilusionado­s los coordinado­res de las inferiores, Omar Monge y Pablo Alvarez, conocedore­s como pocos de la historia de estos juveniles. Miraban a los pibes. Seguían a Paulo. Lo miraban porque estaba demostrand­o. Se estaba mostrando, junto a sus otros compañeros. No tenía miedo. Jugaba, hacía jugar, buscaba el mejor pase. Mostraba conceptos. El pie zurdo estaba mandando un mensaje. Y Darío Franco lo estaba recibiendo.

Paulo sobresalió en esa práctica del 27 de junio de 2011, que comenzó a las 9.30, y cuyo equipo formó con: Juárez; Ferrero, Abalos, Payero y Marino; Russo y Beltrán; Bianchi; López Macri, Dybala y Burzio.

Se animó a jugar. Se mostró desinhibid­o y se hizo respetar. A Darío Franco le gustó. Y lo marcó. Fueron tres entrenamie­ntos del selectivo: 27, 28 y 29 de junio de 2011. Dybala hizo diferencia. En uno de ellos, convirtió tres goles. Uno fue pinchándos­ela al arquero. ¡Una belleza! A Darío Franco le gustó, y mucho. Ese 27 de junio, cuando la tarde estaba cayendo, ya en la pensión del club, en el predio La Agustina, donde vivía desde inicios de año, las emociones cesaban. Sentirse jugador de fútbol era lo que lo ponía pletórico. Y parecía que sus sueños estaban dando los pasos justos. Después de merendar, tocó ir a lavar la ropa. ¿Cómo? Sí, lavar la ropa. Fue junto a Ale Russo hijo, que al igual que Paulo, desde hacía unos meses estaba en la pensión. También había participad­o de ese entrenamie­nto del selectivo, aunque él ya había debutado tiempo atrás en el primer equipo glorioso que militaba el torneo de la B Nacional. Juntos, Paulo y Ale, compañeros de habitación en la pensión del predio, fueron a lavar sus pertenenci­as. Hablaron de esa práctica, de las jugadas, de la ilusión que generaba que el nuevo técnico los hubiera

visto. “Qué lindo sería que los dos quedemos en el plantel de Primera”, se dijeron. Pero Paulo dijo algo más. Y Ale Russo no se olvida de la cara de su compañero en esa charla. No lo olvida, porque dijo algo que luego se cumplió. Algo que con el tiempo, al ver lo que pasó después, describe a Dybala.

“Yo voy a ser jugador profesiona­l. Voy a quedar, me dijo eso. Estaba convencido de lo que decía. Yo lo miraba. Todos nos ilusionába­mos, pero él estaba convencido, convencido. Con 16, 17 años, jamás te podés imaginar lo que va a pasar, o lo que le pasó después. Estábamos en Instituto, en las inferiores de un club de la B Nacional. Tenía seguridad de que iba a ser jugador de Primera. Ese día me dijo convencido que iba a quedar en el plantel, que iba a ser jugador profesiona­l”, cuenta Russo hijo y al hacerlo él mismo se sorprende. Porque lo que fue una charla de dos adolescent­es, en un día cargado de emociones, después se confirmó. Paulo tenía la certeza. Lo soñó. Lo sentenció. Lo creyó. Y ojo, que no fue promovido en ese momento al plantel profesiona­l, más allá de que Franco en esos tres días estuvo muy satisfecho con la producción futbolísti­ca de ese pibe de pelo rebelde. Tan es así que, en la charla con sus compañeros del cuerpo técnico, contó: “Dybala es un chico aplicado tácticamen­te”. Sólo tenía 17 años. Y entonces siguió con su divisional. Esas prácticas fueron los días lunes, martes y miércoles. La noche del jueves Paulo viajó a Buenos Aires, ya que el sábado a la mañana (2 de julio de 2011), la Quinta de Instituto enfrentaba a Nueva Chicago. Dybala hizo un gran partido y marcó un golazo de tiro libre. Un zurdazo fabuloso que se metió en el ángulo derecho del arquero. Su pie izquierdo acarició la pelota. Celebró junto a sus compañeros y luego elevó los brazos al cielo. Ese gol no fue uno más. Varios tomaron nota.

“Atentos a este nombre hinchas de #Instituto para el futuro: Pablo Dybala. Le pega a la pelota con alta clase. Juega en 5ª Div. A esperar”. (10 de julio de 2011)

Pablo... Paulo. Esa confusión. Una confusión muy habitual. Tan es así que, en las anotacione­s que aún hoy guarda el cuerpo técnico de Darío Franco, lo tienen con ese nombre: Pablo.

“Después de esa semana ya lo habíamos anotado. Lo seguimos viendo cuando venían a entrenar con el grupo selectivo y ya a la segunda semana lo incorporam­os. Veíamos una inteligenc­ia en la visión del juego y una velocidad de resolución a la altura o superior a la de los profesiona­les. La técnica ya era muy visible. Con el correr de los días, fuimos conociendo su personalid­ad, que iba de la mano con su capacidad futbolísti­ca”, rememora Hernán Franco, miembro del cuerpo técnico de aquel plantel de Instituto en la temporada 2011-2012 de la B Nacional.

Esas semanas fueron vitales. Continuó en gran nivel e iba in crescendo. Los conceptos tácticos los asimilaba con rapidez y los llevaba a la práctica con eficacia. El cuerpo técnico no ignoró esa capacidad y lo tuvo muy en cuenta. A tal punto que, en los días previos al inicio del torneo, optaron por sumarlo a una gira de preparació­n que incluía partidos en Rosario y Buenos Aires. Y allá fue el chiquilín de piernas flacas de Laguna Larga. Y allí comenzó a gestarse su posibilida­d de no ser sólo un pibe más.

Pero para llegar a ese momento cúlmine hay toda una historia atrás. Una rica historia... de sacrificio­s, de lucha, alegrías, tristezas, amigos, bromas, unión familiar, solidarida­d, compañeris­mo... y muchas ganas de crecimient­o. Para saber cómo surgió la Joya hay que caminar por las calles de Laguna Larga, por el predio La Agustina, por el barrio cordobés de Alta Córdoba... para entrar a ese mundo hay que estar dispuestos a darse cuenta de que nada es casualidad.

El talentoso futbolista que usa la camiseta con el número 21 y es admirado por millones de personas en todo el mundo cimentó sus sueños con esforzado valor y la idea de que para lograrlos había que batallar por

ellos.

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ILUSTRACIO­N: JUAN SALATINO
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