Gigantes actorales para todos los gustos
Hacía rato que el cine no veía un equipo de actores tan enorme, de tanta Clase A, que no estuviera hablando de superpoderes. Precisamente en pararse de manos frente a ese otro cine es la mayor virtud de esta nueva versión de Asesinato en el Expreso de Oriente, dirigida por el británico Kenneth Branagh, que también se calza la vestimenta y modos de Hércules Poirot, la famosa creación de Agatha Christie. Esa pelea de gigantismos tiene que ver con que esta versión de Asesinato… juega con su género y sus mitos de una forma que si bien dista de los Vengadores y Ligas de la Justicia, tampoco posee una distancia abismal a la hora de ciertos tics, canchereadas o instintos. Pero quizás esa sensación hoy simplemente la dan muchas celebridades antes que la película.
Branagh hizo Thor y también Cenicienta. Es decir, supo lanzar su persona e ideas contra los monolitos actuales del cine producido por empresas. Y aun allí, podía respirarse a veces, y sólo a veces, más a un Orson Welles lunático aunque pequeño de ambiciones que a un Branagh con cadenas. Aquí pasa algo similar: el misterio del “¿Quién lo hizo?” gana precisamente cuando todo se cruza: autor, industria y esos fantasmas del cine que Branagh puede invocar. Aun así, su casting enorme choca entre sí: se siente que uno apenas puede disfrutar de Michelle Pfeiffer, Johnny Depp, Judi Dench o Willem Dafoe. Aquí el apriete no gana, sino que estruja posibilidades. Es raro porque la película busca precisamente lo contrario, ya que busca regalar instantes, cruces, pequeñas épicas, pero termina de rodillas ante sus propios pesos pesados. Es parte del misterio y condena de vivir en un mundo donde Johnny Depp es tan personaje como el mismo Poirot.