Duelo y sonrisa resignada frente a lo inevitable
LUIS ERNESTO LLEGA VIVO Autoría: Fabián Casas Dirección: Alejandro Lingenti Interpretación: Francisco Bertín, Cecilia Rainero, Pablo Sigal, María Soldi, Katia Szechtman, Manuela Vecino Escenografía: Bianchi Iluminación: Sendón Vestuario: Paula Melfi Música: Ulises Conti Funciones: lunes a las 21 en El extranjero (Valentín Gómez 3378) Diego Matías China Fiss,
Luis Ernesto llega vivo tematiza el duelo por la muerte de un ser querido y logra escenificar lo fantástico, es decir, un relato que –glosando a Tzvetan Todorov– inserta un hecho sobrenatural en un ámbito realista y sostiene la duda sobre el estatuto de ese hecho. Esta pieza de Fabián Casas, con dirección de Alejandro Lingenti, logra, además e incluso, correrse de cierto realismo, de cierto dramatismo que subyace en esta tragedia familiar, una latencia que el elenco consigue muy bien. El humor –el propio nombre Luis Ernesto pareciera una ironía sobre protagonistas de telenovelas–, los elementos absurdos o disruptivos –en mitad de los diálogos, los personajes hacen la vertical– y la escenografía construida con desechos impiden que corra la lágrima viva frente a la dolorosa historia que se cuenta.
Una madre (Cecilia Rainero) y su hija (María Soldi) buscan casa para mudarse y dejar el hogar que compartían con Luis Ernesto (Francisco Bertín), el hijo fallecido –acaso se ha suicidado– de la primera y hermano de la segunda. Luego de una larga disquisición –más propia de una novela que de una obra de teatro– visitan una casa en venta, en ¿Rusia? –la transacción se haría en rublos, pero el lugar importa poco–, según les ha promocionado la agente inmobiliaria (Manuela Vecino). Van con un vecino alemán (Pablo Sigal) que cuenta chistes y le da aire. Allí vive una pareja que está por separarse, integrada por un joven (también Bertín) y su sexy compañera (Katia Szechtman). Las dos historias de amor y dolor y los dos espacios (las dos casas, pasado y presente, vida y muerte) se cruzan hasta que, aparentemente sin conflicto, Luis Ernesto reaparece en las vidas de su madre y hermana, quien confirma que es posible lo de Cristo con Lázaro.
Frampton llega vivo, vinilo de Peter Frampton, es el objeto mediador entre los dos mundos, que comparten una misma escenografía que remite a la preparación de una mudanza (cartón de embalaje, plástico de burbuja, una valija) y también, a un estado de dejadez, depresión, locura – se menciona a un acompañante terapéutico y circulan psicofármacos por doquier–. Del autor de Baby, I love your way era fanático Luis Ernesto, y tanto la portada del disco como sus canciones condensan parte del tejido metafórico de la obra, que no se permite caer en sensiblerías. Incluso en el final, los elementos voluntariamente kitsch impiden la emoción y se orientan hacia una sonrisa resignada y entregada a la inexorable –y no por ello menos lacerante– pérdida de los afectos.