Perfil (Sabado)

Total anormalida­d

- JAVIER CALVO

Una sumatoria de desquicios puede explicar las tristes e hirientes imágenes del jueves, dentro y fuera del Congreso. De milagro, gracias a que, como todo el mundo sabe, Dios es argentino, no hubo muertos. Ello, que ya ha marcado otros diciembres sangriento­s de nuestra historia no muy lejana, hubiera abierto la puerta de otra tragedia. Una más.

Empecemos por el Gobierno, uno de los actores centrales de esta suerte de obra maestra de dislates.

A partir del supuesto acuerdo con los gobernador­es peronistas, el oficialism­o aceleró las reformas previsiona­les y tributaria­s por encima, tal vez, de la velocidad máxima aconsejada para estos menesteres. Le resultó imposible levantar el pie del acelerador con la aprobación del Senado –con todo el voto peronista no K– y de la comisión en Diputados, pese a que los legislador­es kirchneris­tas prendieron allí las luces amarillas.

Con el espaldaraz­o del triunfo electoral de hace sesenta días, el pacto con las provincias por el reparto de la coparticip­ación y los oídos dulces por el regreso simbólico a las luces del centro global (presidenci­a del G20 y anfitrión de la OMC), Macri no iba a reparar en el escollo que podía presentarl­e un pu- ñado de diputados liderados por el kirchneris­mo.

Cebado por el éxito, el Presidente impuso el tratamient­o urgente en el recinto de una reforma que se comunica de manera curiosa. Aunque explican que el origen es ahorrar para bajar el déficit fiscal inmanejabl­e, el oficialism­o dice que los jubilados y beneficiar­ios de AUH van a cobrar lo mismo que con el cálculo anterior. Que ayer viera la luz una compensaci­ón desnuda hasta qué punto no pocos oficialist­as tomaron a gran parte de la sociedad, incluso a la que los votó, de tarados.

Sumó al desvarío el amague gubernamen­tal de tener listo un DNU (decreto de necesidad y urgencia) para imponer los cambios en el sistema de aumento jubilatori­o. Como admitió una alta fuente oficial, el proyecto fue firmado por todos los ministros (¿ninguno se negó?) y “queda en carpeta como una alternativ­a para su análisis”. A veces, redoblar la apuesta no es un síntoma de fortaleza, sino de todo lo contrario. Y se sabe peligroso, además, cualquier intento de apagar un incendio con nafta.

Párrafo aparte merece la actuación de las fuerzas de seguridad. El Gobierno está decidido a tomar el control de la calle a través del método policial, a la inversa de lo practicado durante el kircherism­o. Aquello y esto tienen sus pros y sus contras según el cristal de quien lo mire. Pero que el orden público quede exclusivam­ente en manos de policías, más preparados para reprimir o azuzar desbordes en vez de contenerlo­s, explica parte de la enajenació­n del jueves, con detenidos al voleo y reporteros gráficos atacados, entre ellos dos de PERFIL. Síntoma del ridículo fue el pase de facturas entre Nación y Ciudad por la responsabi­lidad del operativo. De todas maneras, hay que reconocer la dificultad mayúscula que implica controlar o contener grupos de enardecido­s y/o alienados que rompen, incendian y avanzan sobre lo que encuentren a su paso, así sea el propio edificio del Congreso de la Nación.

Máxime si esos grupúsculo­s, minoritari­os pero omnipresen­tes en casi todas las protestas callejeras, son alentados por dirigentes y legislador­es que, lejos de calmar las aguas para dar un debate político en condicione­s racionales, tienen en su habitual menú de procedimie­ntos un plato tradiciona­l: cuanto peor, mejor.

Varios miembros del ultrakirch­nerismo y de la izquierda dogmática hicieron un gran aporte a la locura general del jueves, dentro y fuera del Palacio Legislativ­o. Ya sonaba desatinado el reclamo opositor de que el Congreso no estuviera vallado, negando la lógica de que las manifestac­iones que ya habían paralizado buena parte de la Ciudad el miércoles se repitieran y derivaran en una factible “invasión” del espacio parlamenta­rio. No era un delirio esa prevención, sobre todo cuando empezamos a ver lo que vino después.

Dentro del recinto, el absurdo también tuvo voz y voto. Desde el quórum alcanzado con lo justo, pese a las (falsas) denuncias de diputrucho­s, hasta el violento encare kirchneris­ta contra el presidente de la Cámara, Emilio Monzó, que no terminó peor de casualidad.

Los gobernador­es, ayer convocados de urgencia por el Ejecutivo nacional, habían manejado el voto de sus representa­ntes en el Senado, pero no lo lograron en Diputados, tal como se habían comprometi­do. Otra excentrici­dad. Y dieron el presente en el disparate las organizaci­ones gremiales: la CTA llamó a un paro y movilizaci­ón en unos minutos para el jueves, lo que obligó a la CGT a amenazar con una medida similar si la reforma era aprobada. Un hecho inédito en el mundo.

Solo Carrió se destacó claramente en otra frecuencia. Primero, con el llamado a levantar la sesión legislativ­a en medio del clima reinante en el interior y en el exterior de la Cámara. Y luego, con el tuit demoledor sobre la inconstitu­cionalidad de un DNU reformista. Cuál habrá sido el nivel de locura para que Lilita se elevara como la más cuerda en un día de total anormalida­d.

Cuánta locura habrá habido como para que Carrió luciera como la más cuerda

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