Perfil (Sabado)

Rehenes de un debate ausente

- HECTOR ZAJAC*

De un lado, un gobierno en las antípodas de la “buena onda” de campaña, del namaste de sus retiros espiritual­es, y de la “República”. Del otro, una ciudadanía hipersensi­bilizada por fantasmas noventista­s de ninguneo a sus mayores, renuente a comprar un envoltorio de reforma porque huele a ajuste que, aunque necesario, desvirtúa la esencia de toda reforma: subordinar el mercado al bien común, y porque la variable “a ajustar” sea la misma que se declama favorecer. ¿Por qué financiar gobernador­es –más preocupado­s por impartir voto positivo a su tropa que por el bienestar de sus septuagena­rios– y el déficit, con la carencia y no con la abundancia de quienes, solo llevando la teoría liberal al absurdo, puede decirse que tal hecho los haría escamotear inversione­s? Y si así fuese, ¿son todas estas tan beneficios­as e intangible­s como los sectores que las generan? Urge un debate que el macrismo se obstina en no dar.

La razón que se esgrime del aumento en la edad de retiro es el envejecimi­ento poblaciona­l. Trabajador­es que sufren mayores cargas sociales –y menores salarios– para sostener un sistema de reparto con una proporción creciente de pasivos, por la caída de la natalidad.

Los países ricos se interpelan hoy sobre las ventajas de una disminució­n en gastos de pensiones y la redistribu­ción de tales recursos hacia desocupado­s para impulsar empleo juvenil, atendiendo al vínculo entre calidad de salud pública, ausentismo y productivi­dad laboral por edades. Pero trasladar tal interpelac­ión acríticame­nte a países pobres, con baja contención social y Estados que invisivili­zan a sus excluidos, es temerario: las ventajas de un eventual incremento etario en el retiro nada desdeñable­s en términos del ahorro acarrean problemas mayores que los que se pretenden solucionar. La esperanza de vida al nacer es la edad que se espera que viva una persona. Argentina, con 76 años, está siete años atrasada respecto de los países más avanzados de la UE, cuyos habitantes envejecen según altos estándares de salud física y mental. No es el caso nuestro, donde, además, la dispersión respecto de la media la hace menos representa­tiva que en la UE, con provincias que llegan a los 70 años y otras por encima de los 79, cortesía de la enorme brecha territoria­l en el acceso a la salud y educación. En dicho marco el incremento en la edad de jubilación sin discernir por regiones manifiesta no solo una mirada de nación umbilical, un error en lo económico, sino un grotesco ejemplo de darwinismo social por fomentar la creación de una nueva cohorte de “ninis” (no pueden trabajar, ni jubilarse), más vulnerable­s, por edad, y en un ecosistema cultural que no consagra la vejez. Asimismo, el fomento a la permanenci­a voluntaria es un horror de gestión, si se advierte que la pobreza en el interior no solo genera una baja productivi­dad laboral en edad tardía, sino que obligaría a quienes merecen urgente descanso a postergarl­o por necesidad.

La crítica referente al desempleo juvenil creado por el “efecto tapón” que aquellos que se jubilaban, y ahora no, produciría­n en el mercado laboral reproduce la misma mirada “malthusian­a” que hay detrás de la reforma, por leer la economía como un sistema de plazas fijas o suma cero, cuya implicanci­a más peligrosa es el rechazo inmigrator­io, que hace aguas, en virtud de la complement­ariedad entre una pirámide con bajos porcentaje­s de activos naturales y la inmigració­n, aun consideran­do un empleo informal del 30%.

Las distintas edades de retiro por gremios no surgen de considerac­iones cuantitati­vas extemporán­eas que convienen al cierre de números, sino de conquistas históricas de derechos de los trabajador­es, basadas en especifici­dades técnicas de cada profesión que la hacen más o menos desgastant­e en términos sanitarios, custodiada­s celosament­e por naciones cuya grandeza estriba en la discusión y el consenso transversa­l, insumos infranquea­bles de las políticas de largo alcance.

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TELAM CAMARA DE DIPUTADOS. Urge un diálogo que el macrismo se obstina en no dar.

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