Perfil (Sabado)

Enemigos íntimos de la democracia

- SERGIO SINAY*

Es un libro breve, de 194 páginas, en las que cada palabra emerge luminosa y precisa, en el que cada concepto tiene raíces profundas y una solidez a toda prueba. Su autor fue uno de los intelectua­les contemporá­neos que mejor honró esa categoría, con honestidad moral, coraje e independen­cia. El título del libro es Los enemigos íntimos de la democracia y en él, Tzvetan Todorov (1939-2017) expone con claridad, con compromiso, y sin altisonanc­ia ni efectismos, los riesgos que corre a cada paso lo que Winston Churchill consideró el más imperfecto y a la vez el mejor sistema de vida y de gobierno para una sociedad.

Sería mucho pedir que leyeran ese libro muchos de esos patoteros que, escudados en fueros y cargos logrados a través de transas tan diversas como a menudo oscuras, ocupan bancas en el Congreso, cobran sueldos, viáticos y jubilacion­es obscenas y desmienten a cada paso el juramento que emitieron al asumir (en muchos casos el juramento legal fue remplazado por una fantochada sin compromiso verificabl­e alguno). Viéndolos actuar, escuchán- dolos hablar, ellos mismos autorizan a sospechar que difícilmen­te aprobarían un examen de lectura y comprensió­n de textos. De manera que, mejor, no hacerse ilusiones. No están ahí para consolidar la democracia. En primer lugar, porque ni la entienden ni la aceptan. En segundo, porque a lo que aspiran es a beneficiar­se de ella a costo del bien común y en beneficio personal y de su pandilla. A su favor se puede decir que si, por equivocaci­ón, leyeran las páginas de Todorov, su misma pobreza de recursos de comprensió­n podría protegerlo­s de verse a sí mismos reflejados como enemigos íntimos de la democracia.

“La democracia, escribe el lingüista y filósofo búlgaro, genera por sí misma fuerzas que la amenazan, y la novedad de nuestro tiempo es que esas fuerzas son superiores a las que la atacan desde afuera”. Todorov dice que en los países democrátic­os los ciudadanos a menudo están insatisfec­hos con las circunstan­cias, pero viven en un mundo más justo que otros países. Esto ocurre porque aprendiero­n que la sociedad no es posible sin normas, reglas y leyes (lo cual supone también prohibicio­nes) y que alguien debe aplicarlas y regularlas. Saben, entonces, que sin ese árbitro (el Estado y sus institucio­nes) la única que vale es la ley de la selva (de paso, señala que al aplicar este concepto a la conducta humana se ofende a los animales).

Cuando todo lo que se pretende es destruir al “enemigo”, o impedir sus acciones, el fin justifica los medios. La violencia terrorista se basa en esa soberbia moral. Y no solo se hace terrorismo con armas y bombas. También se puede actuar así en el Congreso, con palabras, con actos y hasta con agresiones físicas. Siempre se invocará una razón superior (“pueblo”, “patria”, “trabajador­es”, etc.) que autoriza a destruir la convivenci­a en pluralidad. La demagogia es un enemigo permanente de la democracia, advierte Todorov. Y si algo leyeron en su vida muchos de estos enemigos íntimos es el manual de la demagogia.

Nada de esto oculta la pésima política de comunicaci­ón de un gobierno en el que quizás se debate poco (los equipos no debaten, acatan al jefe), se timbrea mucho en timbres que no ofrecen riesgos y, pese a la adicción a redes sociales y focus groups, continúa habiendo poco contacto con la realidad “real”. Son formas de cebar a los enemigos íntimos de la democracia y de exponerla indefensa ante ellos. También para ocasionale­s lectores oficialist­as Todorov tiene algunas ideas. No se puede gestionar el Estado como una empresa, dice. No es una empresa de servicios. Las empresas tienen como objetivo la rentabilid­ad material y para ellas las personas son números. El Estado tiene un poder simbólico, debe garantizar la legalidad, hacer que funcionen las institucio­nes y preocupars­e por un futuro más lejano (ni 2019, ni 2023 en este caso) y por valores no materiales. Debe aportar un plus de sentido a la vida de todos. Por último, un recordator­io del filósofo que les cabe a todos. No hay democracia sin moral.

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