Perfil (Sabado)

De trolls y de vikingos

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Todo relato político contiene su sombra deformante y su semiótica de laboratori­o de villanos. El mismo incidente es leído en sus diversos relatos y las capas de pintura son más gruesas que el acontecimi­ento mismo. Las leyes malas ahora son buenas y Lilita llama a orar por la patria. Así, los trolls festejan la detención en Ezeiza y expulsión de Petter Titland. El ciudadano noruego es miembro de Attac que, pese al nombre rimbombant­e es probadamen­te pacifista.

Más relatos: con desparpajo pero sin distracció­n, una periodista mexicana reseña el episodio con crueldad. A muchos lectores mexicanos les gustará leer que la Argentina ha caído en abyecta desgracia. Escrito con distancia, y quizás des-

¿O no es en Caracas donde se supone que los opositores no pueden tener cabida?

conociendo que una mayoría muy argentina votó a quienes votan a su vez (en ese mercado persa de favores que es el Congreso) la ley que empobrecer­á a nuestros jubilados y trabajador­es, impresiona –decía– que esta mexicana lo narre, como otros, usando la palabra “Venezuela”. Para ella, un gobierno sostenido y edificado sobre la promesa de salvarnos de ser Venezuela acaba por ofrecer idéntico modelo. ¿O no es en Caracas donde se supone que los opositores no pueden tener cabida? Los trolls de turno responden que está muy bien impedir entrar a Hezbollah o a ISIS; estos trolls y semitrolls son los votantes legítimos de Cambiemos, gente sin mucha formación para el pensamient­o, con poco conocimien­to del mundo, pero con una gran, enorme pasión retórica hacia los valores de la oligarquía a la que no pertenecen.

Los artículos foráneos son escritos (con razones) para mofarse del sistema legal que nos gobierna. Pero los de la Cancillerí­a son más impresiona­ntes. El motivo para negar la entrada a priori de un ciudadano en regla es que le revisaron el Facebook. Y se dieron cuenta de que hay muchas personas y algunas ONG que vigilan con recelo aquello que se cocina en la Organizaci­ón Mundial del Comercio. Ese recelo es –desde ahora– oficialmen­te delito.

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