Perfil (Sabado)

Fuegos de artificio

- OMAR ARGÜELLO*

El tema de la reforma previsiona­l vino a sacudir la tranquilid­ad relativa de un diciembre que se mostraba atípico. La clase política, los movimiento­s sociales, el sindicalis­mo y la sociedad toda, se vieron involucrad­os en el debate de un tema complejo y sensible como pocos. Entre sus muchas aristas destacan: por un lado, los efectos sobre el bienestar de un grupo humano débil y desprotegi­do; y por otro lado, las exigencias de un ordenamien­to fiscal descuidado desde hace décadas por desgobiern­os que nos llevaron al estancamie­nto económico, la pobreza y el desasosieg­o. El choque entre esas dos aristas del problema convulsion­ó al país.

Pero las resonancia­s de estos acontecimi­entos permiten ir más allá de este problema específico para aprehender con mayor claridad los contenidos ideológico­s de la grieta que divide a los argentinos. Sobre la reforma previsiona­l se han escrito variados análisis que entregan elementos para una discusión fundada de la reforma propuesta, sin que los mismos resultaran suficiente­s para llegar a una conclusión clara al respecto. Menos aún para convencer a buena parte de la sociedad en cuanto a la pertinenci­a de afectar derechos y la capacidad de subsistenc­ia de un grupo que se considera indefenso; como tampoco en cuanto a la decisión de empezar el ordenamien­to de la economía afectando a los más vulnerable­s.

En cambio poco se ha dicho respecto a cómo el cariz de estos enfrentami­entos sirven para entender mejor los componente­s culturales y políticos de las posiciones en pugna. En un co- mienzo se pensó que la grieta separaba diferentes concepcion­es sobre las formas de gobierno. Por un lado formas populistas con poco apego a la legalidad y a la división de poderes, con una concepción ideológica de “pueblo”, y del tipo de relación del líder con el mismo, que autorizaba el “ir por todo”. Del otro lado formas re- publicanas de gobierno, respeto a las minorías y una institucio­nalidad que limita la discrecion­alidad del gobernante, el que debía ajustar su conducta al imperio de la ley.

Hoy va quedando en claro que por detrás de esas diferencia­s conceptual­es hay una división más profunda que pasa por el tipo de sociedad en la que se quiere vivir. Por un lado están los que quieren que nada cambie. Entre los que se destacan dirigentes políticos, sociales y sindicales que se aferran a un acuerdo corporativ­o a través del cual controlan la dinámica económica de nuestra sociedad; la que pese a su ineficienc­ia productiva alcanza para satisfacer sus privilegio­s al precio de sacrificar el bienestar del conjunto de la sociedad que padece desocupaci­ón, informalid­ad, bajos ingresos, insegurida­d y un ninguneo constante por parte de un Estado tan sobredimen­sionado como ineficient­e. Grupos dirigentes que aprovechan toda reivindica­ción legítima para sumarse a las revueltas con el objetivo de impedir que algo cambie.

Del otro lado de la grieta aparecen fuerzas políticas nuevas en alianza con desprendim­ientos de las viejas, que prometen ir removiendo gradualmen­te los impediment­os que obstaculiz­an el desarrollo económico y la modernizac­ión que nos permitiría vivir mejor, material y culturalme­nte, en un marco de institucio­nes republican­as. La sociedad votó por esta perspectiv­a en el 2015 y renovó su apuesta en octubre pasado, con esperanzas y con dudas.

El conflicto entre las posiciones que dividen y provocan la grieta está al rojo vivo. Es de esperar que los elegidos para implementa­r los cambios necesarios no defrauden a la sociedad, así como que esa sociedad sepa tener en cuenta las dificultad­es intrínseca­s que todo cambio de fondo implica. La grieta actual divide el pasado del futuro y es necesario no dejarse engañar por fuegos de artificio.

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PABLO CUARTEROLO HOY. La división profunda pasa por el tipo de sociedad en la que se quiere vivir.

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