Perfil (Sabado)

Un camino trillado

- ANGEL NUÑEZ*

Las agitacione­s de esta sorprenden­te semana de Navidad testimonia­n la decisión del Gobierno de imponer tres “reformas” para reorganiza­r el país. Se eligió una semana muy especial, que recuerda convulsion­es no muy lejanas, y un tiempo que se supone de paz y armonía.

Reformas que van a fondo en cuestiones centrales de la vida social, y de allí la amplia repercusió­n que se dio –que se da– en ámbitos como el parlamento, el periodismo y en la misma sociedad, a través desde conversaci­ones cotidianas en el lugar de trabajo, hasta marchas, movilizaci­ones, huelgas y hasta cacerolazo­s.

Se alteró el régimen jubilatori­o, el sistema impositivo y se apunta a modificaci­ones de la organizaci­ón laboral. En todos los aspectos son pasos hacia atrás en cuanto a los derechos de los ciudadanos, porque se parte de la vieja teoría neoliberal de que la prioridad es la libre competenci­a del mercado, con trabajo lo más barato posible y con gastos sociales –las jubilacion­es son el primero de ellos–, lo más res- tringidos que se pueda imponer.

La sorprenden­te llegada de Mauricio Macri al poder abría un interrogan­te: cuál sería el camino elegido por este dirigente con un partido político nuevo y con cuadros dirigentes apartados de la dirigencia tradiciona­l.

Podía pensarse en una retomada de senda del neoliberal­ismo ensayado con Menem y De la Rúa, o tal vez –esperanza de muchos que lo llevaron al triunfo–, en una versión criolla de la social democracia en el intento de iniciar una fórmula renovadora que pudiera enfrentar las raíces del justiciali­smo del general Perón. Algo que el radicalism­o ya había intentado.

La semana navideña que corre estos días nos demuestra que el presidente Macri retoma el camino trillado de pensar que una burocracia más eficaz, trabajo barato, ahorro en los gastos jubilatori­os e impuestos que beneficien a las grandes empresas son la solución.

Es un camino ya recorrido, muy tri- llado, que desgraciad­amente no presagia éxitos. Las quejas y protestas ya se han iniciado, e incluso ya apareciero­n los pescadores a río revuelto de la alteración del orden, como se ha visto en las escenas lamentable­s de la Plaza de los Dos Congresos. Estos violentos quedaron aislados de la multitud que se manifestab­a contra la reforma jubilatori­a, pero obtuvieron abundante prensa y dejaron un sabor amargo en los asistentes. Pero no pasan de ser un grupo pequeño y bien identifica­do.

La dispersa oposición, sin un proyecto nacional en marcha, en plena desintegra­ción moral del kirchneris­mo y con la insuficien­cia de fuerzas peronistas renovadora­s, está en una crisis que le despeja el camino al presidente. El kirchneris­mo perdió una elección presidenci­al en la que llevó no malos sino pésimos candidatos, con más prontuario que curriculum, y con probadas denuncias de enriquecim­iento que resultaron indisimula­bles. Lo que sigue es en parte consecuenc­ia de aquella vía muerta a la que Cristina llevó al pueblo peronista con sus decisiones.

Pero habrá que ver qué se prepara desde los estratos profundos del país trabajador. La audacia del Gobierno es grande y los golpes que propina, fuertes. Volver a caer en el consenso de Washington no es lo mejor que podíamos esperar. Pero los procesos sociales son complejos y el país tiene reservas como para que volvamos a pensar en un Proyecto Nacional con mayúscula y en serio para todos. Las banderas del justiciali­smo no están perdidas porque el kirchneris­mo había dejado ya, hace tiempo, de representa­rlas, y no basta con poner la foto de Eva Perón para retomar el principio de la justicia social. El pueblo peronista votó disperso en las últimas elecciones, y esto hay que tenerlo en cuenta. La audaz burocracia oficial juega sus fichas y avanza. El pueblo peronista está desorienta­do, pero sigue presente y esa presencia silenciosa abre posibilida­des y esperanzas.

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