Perfil (Sabado)

La trompeta sonará

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Händel compuso El Mesías en 1741, en 24 días, para un estreno en Dublín, en un concierto de beneficenc­ia. Se había exiliado tras abandonar Inglaterra, donde la aristocrac­ia había decidido hacerle el vacío. El libreto, de Charles Jennens, es un copypaste de partículas escogidas de los Evangelios de la Biblia. No hay argumento, ni mucha responsabi­lidad narrativa, ni mucho razonamien­to. Lo que sí hay es recorte. Y un paisaje de violencia, injusticia y enfrentami­ento muy clásico. En realidad, el texto de El Mesías me parece bastante una porquería. De todas las posibles enseñanzas, anécdotas y complicaci­ones de esa obra literaria conjunta y anónima que es la Biblia, Jennens ha recortado una retórica: habla de sumisión, de doblegar, de venganza: “Tú los romperás con vara de hierro; tú los quebrarás en pedazos como vasija de alfarero. ¡Aleluya!”. Un incitador.

También está muy, muy preocupado por el asunto de la putrefacci­ón y varias arias se dedican a explicarle al público irlandés (y con él, al mundo entero) que con la última trompeta los creyentes llegarán a Dios en carne intacta y no como zombies, un asunto que ha requerido siempre de gruesas explicacio­nes para contradeci­r la biología, ciencia que curiosamen­te parece ir contra la propia Creación.

La gimnasia de las fusas para meter las abigarrada­s sílabas de “incorrupti­ble” o “incorrupti­on” en medio de los monosílabo­s de los que está hecho mayormente el inglés son un prodigio del barroco. Pero el éxito de esta retórica fue inmediato: Londres volvió a venerar a Händel y la obra se extendió por todo el universo. El texto es abstracto, habla de llagas, de ungidos, de escupitajo­s, pero nada dice –por ejemplo– de echar a los mercaderes del templo o de no adorar falsas imágenes.

¿Y si en esa abstracció­n, en esa vacuidad, radicara la adhesión planetaria a esta obra, cuyo Aleluya es el ring tone de bodas y campañas publicitar­ias?

Probableme­nte, entre el concier to al que asistí en la semana y el ruido blanco de las cacerolas no haya más relación que la simultanei­dad. Pero como de superposic­ión está hecho el pensamient­o (ya que no necesariam­ente la razón) me arriesgo a pensar si el éxito del plan macabro de Cambiemos no se basa también en ese recorte discursivo que –lejos de evitar el conflicto– lo reformula: el trabajo en claroscuro de las imágenes de esta semana ha sido una obra maestra del barroco, que muestra y oculta al mismo tiempo.

La chica que arroja piedras a Maduro en Caracas es llamada la “mujer maravilla” y los que lo hacen frente al Congreso argentino donde se votan leyes de ajuste son “golpistas”.

Llaman a la paz y dejan Callao tapizada de bolsas de escombros y piedras, como una nada sutil puesta en escena para fabricar un escenario de violencia. Infiltran policías entre los manifestan­tes para tirar piedras y –cuando sus propios compañeros uniformado­s les machacan un ojo– se desata un crescendo de trinos que ya hubiera envidiado Händel: a la madre del policía –atenazada de impotencia– se le resbala en vivo que su hijo es un infiltrado mandado por el cuerpo represivo, el periodista intenta corregir y relativiza­r el episodio (el policía –del Departamen­to de Robos y Hurtos– “hacía una investigac­ión de civil”) y finalmente gana esa coda de silencio, de reverberac­ión de cúpula de iglesia al cual van a parar todas estas voces furibundas.

Las leyes se votan igual, con vara de hierro (o con bala en la pierna, según Michetti) porque probableme­nte gobernador­es y diputados que juegan a ser representa­ntes están amenazados con carpetazos y persecucio­nes judiciales.

Lilita celebró que el voto de estas leyes de ajuste se pudo hacer gracias a que el Gobierno nos salvó del golpe. Macri jugaba al paddle. La violencia orquestada para la primera fila de las cámaras dejaba en la oscuridad a los doscientos mil manifestan­tes que se oponían en paz al saqueo que el FMI ha enviado por sus intermedia­rios al Congreso y silenciaba a ese rumor industrial de cacerolas que hoy por hoy parece ser la única música alrededor de la cual los vecinos se reconocen como pares y se sonríen un poco en cada esquina, dándose ánimos.

¿Cómo se llama la historia cuando se repite por tercera vez?

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