Perfil (Sabado)

Ecología y vejez

- DANIEL LINK

El Estado Universal Homogéneo se enfrenta a un problema que merece un debate responsabl­e e imaginativ­o. Por un lado, sabemos que el crecimient­o poblaciona­l agobia el planeta a un punto ya sin retorno. Las advertenci­as han sido formuladas y la única manera de combatir la superpobla­ción es evitando la reproducci­ón descontrol­ada de la especie humana (y, además, la extinción de las demás especies, que tienen tanto derecho como nosotros a habitar un propio mundillo).

El asunto es correlativ­o con la decrecient­e demanda de mano de obra, gracias a (o por culpa de) la mecanizaci­ón de los trabajos: no sólo el campo, sino la producción industrial, tiende a la robotizaci­ón. Ahora bien, porque la técnica médica ha aumentado considerab­lemente la expectativ­a de vida, en todas partes, sucede que las cajas previsiona­les y los sistemas ju- bilatorios entran en crisis: los aportes de los trabajador­es ya no alcanzan para pagar los retiros de quienes trabajaron toda su vida y aportaron al sistema. Teniendo en cuenta la tendencia al envejecimi­ento poblaciona­l (porque los nacimiento­s son menos, y porque la gente disfruta justamente de la vida durante más tiempo) y la disminució­n de los aportantes al sistema, es evidente que más temprano que tarde se llegará a un callejón sin salida. ¿Qué hacer? ¿Dejar a los viejos librados a sus propios recursos? El asunto es no solo injusto sino además ilógico, porque la materia viva, cuyo cuidado es la responsabi­lidad del Estado, no es de mejor calidad cuando la edad es menor. Adolfo Bioy Casares imaginó una novela que enfrentaba generacion­es, Diario de la guerra del cerdo. No es, por lo tanto, extraño que Argentina haya demostrado que está dispuesta a librar batalla por la seguridad y la salud de sus viejos. Es muy probable que en todos los lugares del mundo comiencen a suceder acontecimi­entos similares.

Aumentar la edad jubilatori­a o disminuir los montos correspond­ientes a las jubilacion­es es una solución transitori­a y, además, injusta. La ley de reforma previsiona­l que propuso la actual administra­ción y que consiguió su aprobación mientras Buenos Aires era demolida ante las cámaras demostró poca imaginació­n y poca inclinació­n al trabajo, como casi todas las medidas de este gobierno que se limita a definir sus objetivos según lo que se lee en la página de Naciones Unidas.

Propongo una salida que no daña la vida: pongan una tasa a los robots que trabajan en las fábricas. No creo que ellos tengan problema cuando alcancen la edad de su retiro.

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