El carácter diabólico de los separatismos del mundo
El separatismo no es solamente un movimiento político como tantos otros. Hay en él algo especialmente maligno, incluso desde una perspectiva mítico-religiosa. El diablo es, etimológicamente, el separador, dia-bolum, el que desune y rompe los lazos establecidos. La tarea diabólica es la fechoría antihumanista por excelencia, separar a los que conviven juntos y obligarlos a detestarse unos a otros, a alejarse: sembrar la discordia, el desgarro de los corazones. Desdicha. Es de lo más desdichado que tantos separatismos pequeños y grandes en- cuentren terreno abonado en España, hasta el punto de que cualquier símbolo regional –y si es posible excluyente– sea visto como algo liberador, progresista, por la izquierda lerda y sus asimilados: es prueba de que tenemos un país de todos los diablos... Ventajas y desventajas. En cuanto al proyecto separatista catalán: desde luego, la legislación internacional no está del lado diabólico, y así lo demuestra la declaración de la ONU sobre autodeterminación unilateral (1970), la cual solo resulta comprensible en situaciones coloniales, pero nunca en casos en que el “pue- blo” que quiere emanciparse forma parte de un espacio político “donde no se discrimina a nadie por su raza, credo o color”. O sea que más justificado estaría pedir la independencia de Alabama que la de Cataluña, región que ni los más distraídos confundirían con una colonia, tanto más cuanto que son los separatistas los que quieren introducir las discriminaciones que no existen y que ahora nadie padece salvo por su culpa (de lengua en la educación, por ejemplo). Secesión. Pero hay un requisito que algunos juristas invocan como posible justifica- ción de la secesión y al que se agarran hoy los separatistas catalanes: que se diera una represión brutal, criminal y exterminadora, que no respete los derechos humanos, como las que llevó a cabo el ejército serbio de Milosevic en Kosovo o el ejército chino en el Tíbet. En Kosovo funcionó el invento y los expertos vieron con buenos ojos una “secesión terapéutica”, que sería la única formulación mediante la cual una Cataluña independizada unilateralmente podría ganarse algún reconocimiento internacional. Pero en Cataluña no hay nada parecido a eso, de modo que no queda más remedio que inventarlo.