PERFIL BAJO, PERO GRANDES ANHELOS
La capital de Eslovenia se mueve al ritmo de los tiempos medievales. Sin embargo, los edificios art nouveau conviven con la obra arquitectónica de Joze Plecnik y los cuarteles militares devienen museos.
Hace una década, tras generaciones de embotellamientos en sus calles empedradas, Liubliana expulsó los automóviles de su centro histórico. El corazón de la capital eslovena (con una población de 289 mil habitantes) regresó a la velocidad medieval y se ha convertido en un distrito peatonal salpicado de edificios secesionistas y barrocos que, además, se conecta a través de puentes cargados de leyendas a lo largo del río de Liubliana. La ciudad, que en 2016 fue la Capital Verde de Europa, tiene más de 538 m2 de áreas verdes por cada residente. La ribera está llena de movimiento gracias a los ciclistas de rostros rubicundos, los cafés de especialidades, los bares que venden bebidas artesanales y las boutiques con su inventario de productos hechos a mano.
Día 1. De todo el mundo
Los distintos niveles de la capital –antiguas plazas, edificios y calles– no son para quedarse boquiabierto sino para vivirlos como piezas activas de una ciudad en evolución. Los residentes, por ejemplo, han usado el Castillo de Liubliana desde hace miles de años como defensa, bodega y espacio de arte. Camine o tome el funicular hasta la alcazaba del siglo XVI para visitar el Museo de Títeres, las exposiciones fotográficas y subir a la torre (entrada
€ 7,50), desde donde se
De marzo a octubre, Cocina Abierta en la Plaza Pogacarjev
disfrutan las vistas de los Alpes Julianos. Dilema: ¿cómo disfrutar todos los restaurantes recomendados durante una estadía corta? Lior Kochavy, un israelí que se mudó a Liubliana después de casarse con una eslovena, desarrolló una solución elegante. La ciudad es sede de Odprta Kuhna, o Cocina Abierta. Todos los domingos, de 10 a 21, entre marzo y fin de octubre, en la Plaza Pogacarjev, unos cincuenta restaurantes (de una lista de los cien mejores de Eslovenia) sacan sus estufas y espátulas para servir mezclas innovadoras.
Día 2. Mercados y diseños
El edificio estilo art nouveau conocido como Neboticnik, o Rascacielos, es la contraparte del siglo XX del Castillo de Liubliana, al otro lado del río, que ofrece magníficas oportunidades para tomar fotos. Cuando se construyó, en 1933, la estructura, de casi 227 metros de altura, se encontraba entre las más elevadas de Europa. Hoy, se ha convertido en el lugar ideal para el café matutino. Un recorrido en las mañanas por los
trznice (mercados) –que se extienden a lo largo de varias plazas detrás de la Catedral de San Nicolás– es un rito. Hay secciones techadas de carne y pescado y luego se suceden los cajones de frutas y verduras de la región. Es de rigor regatear para adquirir productos frescos, miel, quesos y nueces. En Liubliana la comida no es el único producto hecho a mano. Si buscas recuerdos más duraderos, hay que cruzar el Puente Triple y la plaza principal de la ciudad, la Plaza de Preseren. La internacionalmente aclamada diseñadora Marjeta Groselj –busca la “G” arriba de la puerta– ha estado diseñando bolsas de mano, carteras y bolsos únicos (€ 500 en promedio) en la misma tienda desde hace unos 51 años. Después, encamínese a Zoofa, una boutique ribereña donde se encuentra una cooperativa de doce diseñadores eslovenos. El espacio minimalista de color blanco con techos arcados y pisos
de madera se llena de un remolino de colores y telas, vestidos, camisas y joyería. El arquitecto Joze Plecnik, quien murió en 1957, todavía motiva la estética de la ciudad. Decenas de monumentos históricos cobraron vida en su mesa de trabajo, incluyendo el Puente Triple y la Biblioteca Nacional. Conoce sobre el proceso creativo de este enigmático genio con una visita guiada por la Casa Plecnik (€ 6), lugar donde vivió y trabajó durante casi cuatro décadas y en el que todavía se conservan lápices minimizados por el uso, anteojos y paquetes de cigarros en los sitios exactos en donde los dejó. A continuación, una caminata de cinco minutos con dirección al norte, hasta el barrio de Krakovo, para comer en Pri Skofu. No hay nada más local que este restaurante, abierto desde hace 25 años. Quizá ningún otro lugar de Liubliana personifique mejor la readaptación creativa de la ciudad que el distrito de Metelkova. Lo que fue un cuartel militar austrohúngaro durante el siglo XIX ha tomado un segundo aire y se ha convertido en las últimas dos décadas en el Barrio de los Museos. El Museo Etnográfico de Eslovenia, el Museo Nacional de Eslovenia y el Museo de Arte Contemporáneo de Metelkova comparten un patio interior y proveen exposiciones permanentes e itinerantes. Para una experiencia cultural sin restricciones, Metelkova Mesto, detrás del cuartel, ha venido impulsando la escena alternativa en la capital y es un lugar obligado para la fiesta. Los estudios y bares realizan cerca de 1.500 eventos anuales. Eslovenia es pequeña, como del tamaño de Massachusetts, pero cuenta con tres zonas vitivinícolas. Camina un minuto desde la Plaza del Pueblo, Mestni Trg, para tomar una copa antes de la cena en Dobrote Dolenjske, donde venden 350 productos provenientes de Posavska, la región vitivinícola del sudeste. Completa tu educación vinícola con un examen final en Wine Bar Suklje, donde los techos abovedados albergan 300 marcas de vino (la mitad de Eslovenia), llenando el piso inferior de un edificio construido en 1619.
Día 3. Pedalear y remar
Termine el viaje por Liubliana con un recorrido por sus alrededores. “Una de las mejores partes de Liubliana es que estamos cerca de la majestuosa naturaleza”, comentó Jan Klavora, director de Visit Good Place, que organiza excursiones de aventura por todo el país. Con € 80 por persona, se pasea en bicicleta por 16 kilómetros hasta las ciénagas de Ljubljansko Barje, reconocidas por la Unesco debido al valor arqueológico de las viviendas sobre pilotes de la prehistoria. Después, observe la flora y la fauna a nivel del agua, con un paseo en kayak por el río Ljubljanica de regreso a la capital, a través de la
historia y la naturaleza.
Eslovenia es pequeña como Massachusetts, con tres zonas vitivinícolas