ARRECIFES, ACANTILADOS Y MONOS
Esa es la fórmula cada día menos secreta de la provincia de Krabi, una de las zonas más bellas y –hasta ahora– menos conocidas de Tailandia. El mar de Andamán concentra todas las actividades pero, sépalo, los macacos mandan.
Ya dejó de ser un movimiento sutil, elástico, intrigante. Las copas de los árboles ahora se zarandean con intensidad, víctimas de un sacudón violento; los chillidos se tornan desesperantes. “¡Son monos!”, grita un sujeto. Calza unas bermudas verdes como el entorno, ojotas de goma y una camisa celeste sin abotonar. Oculta su calva debajo de un sombrero panamá. En la mano derecha –en la otra lleva un equipo de snorkel– carga con una bolsa de tela con restos de comida. “Monito, monito… tomá”. Dos “monitos” saltan desde lo alto de un árbol con una pirueta acrobática que los deja de frente al tipo. Los dos se miran feo, se muestran los dientes, gritan. Se sopapean. No quieren compartir lo que el hombre tiene para darles. Pero los dos monos ya no son dos, son siete, ocho… ¿nueve? Ya no son ese número. ¿Cuántos, entonces? ¿Veinticinco? ¿Treinta? Lo mismo da. Los que asistimos al revuelo de la pandilla macaca nos reímos como quien ríe en medio de una turbulencia sostenida durante un vuelo complicado. Nos reímos incómodos, nerviosos. Es así: los monos dan miedo. Son las seis de la tarde de un día espléndido. Los visitantes que solo vinieron aquí a pasar el día provenientes del continente o de otras islas vuelven a los botes que los regresarán a destino. El grueso de turistas que se hospeda en la provincia de Krabi, en Tailandia, apura la retirada de Ao Phra Nang –la playa más exquisita y concurrida durante el día– para contemplar la caída del sol en Railay West, o para volver a los hoteles y prepararse para la cena. Como sea, es el momento ideal para que los “monitos” bajen al llano para arrasar con todo lo que los visitantes en retirada dejan en los cestos de basura: cáscaras de frutas, restos de comida, tubos de papas fritas, ensaladas, mariscos. Digámoslo de este modo: estos micos distan mucho de los mansos bichos que admiramos en los zoológicos. Railay Beach es una península rodeada por el mar de Andamán, en la provincia de Krabi, en el sudoeste de Tailandia. Un paraíso natural sembrado por la vegetación exuberante que se extiende por los lomos de los acantilados y morros; arena dorada y fina como la harina, aguas templadas
y cristalinas donde conviven infinidad de peces multicolores, al igual que los corales que descansan en el fondo del lecho marino. Para llegar a Krabi se puede optar por avión desde Bangkok (la mejor opción, los precios son muy accesibles en las compañías low-cost), o por bus o tren. Una vez en el aeropuerto de Krabi hay que estirarse –en taxi o en bus– hasta el Cha Fao Pier o hasta Ao Nang, para desde allí partir hacia Railay Beach, a donde sólo se accede por barco –embarcaciones compartidas por US$ 3, o privadas por US$ 24–, por la composición de montañas rocosas que la vuelven inaccesible por tierra; de ahí que muchos crean que Railay es una isla.
Parecidos, diferentes
La mayoría de los viajeros que llegan a Tailandia en busca de sus playas de ensueño se dirigen a Phuket –la isla más grande y turística del país–, arrastrados por el aluvión publicitario que la promociona a escala planetaria. A diferencia de
La mayoría se dirige a Phuket, arrastrada por el aluvión publicitario
esta, en Railay se respira una atmósfera serena, casi bucólica, tanto de día como de noche. La península está dividida en cuatro zonas. La parte este, adonde arriban los botes provenientes de Krabi; la playa aquí escasea por tratarse de una rivera repleta de manglares. Es la zona donde se concentra la mayor cantidad de hoteles, todos con altos estándares de confort y servicios, y precios muy convenientes (US$ 30 una habitación doble con desayuno). A lo largo de la costa también hay minimercados, tiendas que ofrecen planes de excursiones, restaurantes y bares. Al lado oeste se accede en apenas diez minutos de caminata por uno de los tantos senderos que comunican uno y otro sector de la península –en Railay no se permite el uso de vehículos; es un pueblo peatonal–. Railay West está delimitado por los restaurantes de los hoteles que la abrazan, bastante más caros que los anclados en la otra cara de la península. Hasta aquí llegan los barcos desde Ao Nang y parten las excursiones de buceo o de paseo hacia otras islas, como Ko Lanta y Ko Phi Phi –la orilla populosa inmortalizada en la película La playa, con Leonardo DiCaprio como protagonista–. Los barcos de cola larga ( long-tail
boats) son los encargados de hacer la mayor parte de los trayectos entre Railay y las playas o islas de alrededor. En el lado oeste también se accede a la Walking Street, una estrecha calle de unos 400 metros de longitud que es a la vez la senda principal de la península. Allí coexisten algunas tiendas de souvenirs y materiales para escalada y buceo, negocios de ropa, además de bares, restaurantes, supermercados y lavanderías. En el extremo sur de la península se halla Ao Phra Nang, donde se destacan el resort Rayavadee, el más exclusivo de todo Railay, y la Phra Nang Nai Cave, un sitio único para observar milenarias estalactitas, estalagmitas y el notable juego de luces que decora su interior. Finalmente la playa de Tonsai, la más alejada al extremo norte, que además de ser la menos concurrida es un destino muy buscado por escaladores de todo el mundo por las escarpadas rocas que la contienen para practicar allí escalada deportiva. Se puede llegar caminando, nadando o en bote. Aquí el alojamiento es más barato incluso que los que se encuentran en el ala este. Es conocida como “la playa hippie”.
Más que playa.
La península de Krabi no solo seduce por sus playas. También ofrece distintas alternativas para los que opten por poner el cuerpo en acción. A las ya mencionadas escaladas se suman bellísimas caminatas por senderos selváticos, la práctica de snorkeling (los peces y corales se multiplican a escasos metros de la costa) o alquiler de kayak (US$ 15 el medio día para dos personas), una opción inmejorable para recorrer los alrededores de la península, serpentear entre las cuevas y pasadizos rocosos que ofrece esta singular geografía y obtener unas fotografías magníficas con una perspectiva completamente diferente. En el camino que une la costa este con Ao Phra Nang también se puede optar por subir hacia la zona del Mirador de Railay (Railay Viewpoint). El ascenso es asistido por unas cuerdas que se deslizan por un terreno agreste, una subida de tierra arcillosa que nos deja a 160 metros de altura sobre el nivel del mar. La recompensa vale el esfuerzo: la vista global de la península es magnífica. Desde allí también se puede descender por la cuesta contraria a la del ascenso para llegar a Princess Lagoon, una laguna natural atrapada –y escondida– entre los acantilados. Todas las excursiones pueden hacerse por propia cuenta, o contratando guías en la mayoría de los hoteles y agencias especializadas. Galería de fotos en: fb/perfilcom