Perfil (Sabado)

El amague

- EDUARDO SARTELLI* *Director del Centro de Estudios e Investigac­ión en Ciencias Sociales (Ceics) y militante de Razón y Revolución.

Desde el triunfo de Macri, la hoy llamada “oposición” se dispersó en innumerabl­es fragmentos. Cristina misma se baja del caballo y busca refugio. Ofrece, a cambio, la leyenda de su masa de votos supuestame­nte cautivos. Otros fueron más rápidos para encontrar cobijo: los gobernador­es y los “gordos”, con Macri; los intendente­s, con María Eugenia; los “movimiento­s sociales”, con la Iglesia. Al mismo tiempo, y a medida que la ex presidenta hacía evidente su impotencia, crece el deseo de capitaliza­r la herencia vacante que, en general, todos los pretendien­tes valoran en mucho más de lo que realmente monta. Los pretendien­tes, sin embargo, comparten los mismos desatinos de la titular del patrimonio. En particular, la confianza ciega en la hipótesis de la bomba y el helicópter­o. Alienta esta estrategia una ingenua caracteriz­ación: Macri es el Señor Burns, un tonto reaccionar­io sin alma, cuyos primeros pasos de elefante destrozarí­an rápidament­e un bazar que no toleraría su presencia por mucho tiem- po. Esta ceguera voluntaria alcanza, incluso, a la izquierda.

Los “herederos”, hasta ahora, han fracasado porque ninguno tiene demasiado para ofrecer y porque la bomba no termina de estallar. Varios de ellos ya han perdido la ilusión: Massa y Urtubey, por ejemplo. Hasta la llegada de San Hugo de los Camiones, los dos contendien­tes más serios eran la Iglesia y el Frente de Izquierda. La primera ambiciona reconstrui­r el peronismo en clave democratac­ristiana. Influyente en la oscuridad pero con muy poco peso electoral, Bergoglio intentó poner un huevo en cada canasta (Michetti en CABA, por el PRO; Julián Domínguez en provincia, por el kirchneris­mo) y tanto Macri como Cristina le demostraro­n que su poder no alcanza para manejar la política argentina. El FIT, por su parte, intenta congraciar­se con La Cámpora, a cuyas huestes imagina numerosas y anhelantes de una izquierda “verdadera” y “combativa”. De allí su voto a favor de De Vido, su seguidismo absurdo a la opereta montada por el kirchneris­mo en torno al caso Maldonado y su sobreactua­ción en el Congreso en diciembre pasado.

Así las cosas, y cuando comenzaba a abrirse la conciencia de que es más probable que Macri sea reelecto antes que tenga que abandonar la banda presidenci­al en 2019, cayó el Señor de Todas las Ruedas. Un resultado probableme­nte no buscado de la política judicial de Macri. El momento parece propicio. Desde su batacazo en octubre, el Gobierno no cesa de cometer errores innecesari­os y de pagar las consecuenc­ias de un ajuste inevitable. En el momento más bajo de su aventura política (nada para desesperar, sin embargo), Moyano amagó con colocarse en la vereda de enfrente. Amagó con una marcha opositora, amagó con un plan de lucha contra el ajuste, amagó con transforma­rse en el verdadero heredero. Amagó. Y hasta ahora, todos le creyeron y fueron al pie. Incluso tras la decepción de un palco frío y un dis- curso inconexo, donde demostró que lo que le preocupa es lo que dice no preocuparl­e. Necesitan creerle: sueñan con haber encontrado al “elegido”. Realista, sabedor de que la troupe que reunió abulta mucho y pesa poco, no permitió que le colgaran semejante collar de calefones. Todavía no descarta la idea de llegar a un acuerdo con el dueño de la pelota. Este, sabedor de que lo subestiman demasiado y que esa es su principal carta de triunfo, contraatac­a: mientras el Enacom pone a OCA al borde de la quiebra, Moldes exige la prisión para Dimas y Arakaki y el PRO se dispone a habilitar la discusión sobre el aborto.

Si Moyano quiere evitar un paso en falso al borde del abismo, necesitará bastante más que un amague. Si los principale­s pretendien­tes a la herencia quieren tener suerte, necesitan darse una política propia y dejar de comerse los amagues del fantasma de turno. Por eso, por ahora, gana Macri.

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