Perfil (Sabado)

En democracia, lo necesario es la empatía

- IVAN PETRELLA*

Como sistema político, la democracia solo funciona si personas que piensan y viven de manera distinta pueden ocupar el mismo espacio público y construir en conjunto. Por eso, la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, es un valor democrátic­o central. Y pocos temas parecen desafiar nuestra empatía tanto como el aborto. Por eso mismo, toda discusión sobre el aborto tiene que empezar entendiend­o, no solo intelectua­lmente sino también humanament­e, la postura de las personas con quienes se discrepa.

Interrumpi­r un embarazo no es algo ligero. No es una decisión que se toma alegrement­e. Desde mi punto de vista, siempre tiene un elemento de tristeza, por el mero hecho de que hay, sea cual fuere la razón, algo que no se quiere. El primer ejercicio de empatía democrátic­a es intentar ponerse en el lugar de la mujer que toma esa decisión difícil. Escucharla, entenderla, y no caer en la bajeza de ir a satisfacer prejuicios propios tomando al otro como excusa.

Para dar la discusión adecuadame­nte tenemos que aceptar, también, que sobre temas complejos habrá posturas diferentes y difíciles de conciliar. Quienes están en contra del aborto no pueden ser catalogado­s a la ligera como retrógrado­s o fascistas (etiquetas que sobrevuela­n la discusión). Las distintas posturas religiosas y la postura “a favor de la vida”, que parten de una concepción de la humanidad que no puede desestimar­se sin más, deben ser escuchadas y considerad­as. Acá, también, hay que ejercer la empatía como base de toda conversaci­ón. Tampoco hay que cometer el error de creer que son homogéneas: en las religiones, por ejemplo, se puede encontrar posturas diversas, y dentro de ellas las posturas han variado a través de la historia.

Por otra parte, hay que abrirse a los argumentos a favor de la interrupci­ón voluntaria del embarazo. Hay dos que, en mi opinión, merecen especial atención. Por un lado, la terrible realidad cotidiana de los abortos clandestin­os en el mundo y en nuestro país, y las consecuenc­ias negativas que tiene esto en términos de salud pública. Por el otro, el énfasis en la libertad de elección de la mujer en relación con su propio cuerpo, asociada con conceptos de igualdad de género y con la realidad socioeconó­mica del embarazo y la maternidad. No hay etiqueta ni manera sencilla de pasar por alto estos puntos. Una vez más, es fundamenta­l la empatía.

Lo peor que puede hacerse con los problemas difíciles es esconder la discusión. En este sentido, es un enorme progreso que en Argentina estos temas aparezcan en los medios y en la opinión pública. Y es muy destacable que la conversaci­ón la estén llevando adelante mujeres. Siempre me sorprendió que en Estados Unidos, por ejemplo, las principale­s voces en discusione­s sobre el aborto fueran de hombres.

El paso siguiente es una discusión institucio­nal. En un mundo de creciente desconfian­za hacia las institucio­nes republican­as y democrátic­as, tenemos una oportunida­d enorme de aprovechar la potencia y la importanci­a del Congreso, con sus comisiones y sus deliberaci­ones, que servirán sin duda para dar al tema el tratamient­o que merece. Todos tenemos distintas posturas y estamos más o menos convencido­s de ellas, pero necesitamo­s mecanismos institucio­nales para dirimirlas a nivel político. Nunca debemos olvidar que, por suerte, en esta tensión, incertidum­bre y conversaci­ón se juega la democracia.

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