Un bodrio con la corrección política a modo de escudo
LLAMAME POR TU NOMBRE Título original: Call Me By Your Name Dirección: Luca Guadagnino Intérpretes: Timothée Chalamet, Armie Hammer Origen: Estados Unidos, Italia, Francia (2017)
Parafraseando a Marx, un fantasma recorre Europa –y el resto del mundo–, y ese fantasma es la corrección política. Junto con el bienvenido reconocimiento de la igualdad de derechos para las “minorías”, aunque siempre dejando a los pobres para más adelante, surgió el costado más reaccionario, el de intentar controlar el lenguaje, indicar qué es correcto decir e incluso pensar, y castigar lo supuestamente impropio. Se produce así lo que en sociología Noelle Neumann llama “la espiral de silencio”: nadie habla contra lo que piensa la nueva mayoría por temor a las represalias.
Si la historia –y llamarla así ya es un acto de generosidad– que se presenta en Llámame por tu nombre no estuviera protagonizada por dos hombres, si no fuera un romance gay, lo más probable es que el film no solo no estaría nominado al Oscar, sino que nadie se hubiera propuesto filmarlo, ni verlo.
En una trama tediosa y repleta de lugares comunes, se destacan los padres del protagonista adolescente, que en cada acción y diálogo parecen dispuestos a ganar el inexistente galardón al progenitor más progresista de la historia –con la frutilla del postre del diálogo inverosímil de la penúltima escena, entre hijo y padre, que se confiesa como homosexual reprimido–.
La relación gay en sí carece de interés: no hay contratiempos, todos los personajes parecen empujar a que el romance se produzca y aplaudir la supuesta osadía. Todo ello en un marco donde, en los opíparos almuerzos en la casa de campo, hablan de medidas democratizantes seres que tienen sirvientes hasta para sacar la bicicleta del garage –y claro, ensuciarse las manos para engrasarla, porque los patrones (hétero u homosexuales) siempre estarán lejos de la grasa–.