CHORROS DE AZUFRE
A 80 kilómetros de Berna, un hotel cinco estrellas saca provecho del dióxido amarillo de la región. Se recomienda para afecciones óseas y tratamientos de belleza.
Anemone tiene pestañas espesas, ojos oscuros, y su pelo brilla. Fue elegida Miss Lenk 2017, pero con sus 700 kilos no puede competir con otros modelos de belleza, aunque está entre las mejores reses de la raza Simmental. Su carne es tierna, sabrosa y magra. Anemone y otras vacas pasan los cortos veranos en las praderas alpinas del Oberland bernés, donde abundan las hierbas para alimentarse. “Allí arriba también elaboramos queso alpino fresco, nuestro Hobelkäse”, dice un criador. En invierno, los animales se quedan en el establo y las montañas se llenan de visitantes. En las laderas de Metschstand y Betelberg reina una intensa actividad para esquiadores y practicantes de snowboard. La región de esquí Adelboden-Lenk es ideal para los deportistas más atrevidos, por sus pendientes empinadas. En Betelberg, en cambio, las pistas son azules o rojas y bien anchas, por lo que son ideales para familias y principiantes. Pero aquí no hace falta esquiar para pasar el día en movimiento. Desde Leiterli, la estación de montaña situada a dos mil metros de altura, se puede montar en trineo, practicar esquí de fondo, pasear con raquetas y hacer caminatas de invierno. Cuando el tiempo acompaña las vistas son inigualables. “Justo detrás de la cadena montañosa se encuentra el Cantón del Valais”, dice Marc Zeller, que nació en Lenk y regresa aquí una y otra vez. El río Simme nace en las montañas, y dio su nombre a las reses y al valle. Cerca de este lugar, por el que actualmente pasa la telecabina que sube al Betelberg, se descubrió en el pasado la fuente de azufre más potente de Europa. Inmediatamente se construyó bajo la fuente un balneario que atrajo durante siglos a visitantes de toda Suiza. Se creía que el agua era beneficiosa para tratar los huesos, las enfermedades de la piel y las vías respiratorias altas. Actualmente, el Lenkerhof, como se llama al establecimiento, tiene cinco estrellas y cuenta con una clientela adinerada. Junto al bienestar y la cocina gourmet, el azufre sigue siendo el protagonista de toda estadía. Según cómo sople el viento, el olor a huevo podrido se extiende por las habitaciones. “Pero esto es parte de la experiencia”, dice Jan Stiller, director del hotel. Un baño en la piscina exterior de azufre, donde el agua está a 34 grados, debería durar unos 25 minutos. Seguramente no haya ningún deportista de invierno al que deba repetírselo dos veces. Una vez dentro del agua caliente, el olor ya no resulta tan molesto. El propio Stiller se sumerge en lo más sagrado del hotel cuando no se encuentra bien: la instalación de depuración de la fuente. Aquí el agua de azufre sale diluida de un grifo. “Con esto se combate cualquier resfrío”, asegura.