Perfil (Sabado)

Activista ideológico más que jurista

- JAIME APARICIO O.* Y RUBEN M. PERINA**

Las institucio­nes del sistema interameri­cano de derechos humanos, la Corte y la Comisión (CIDH), han sido esenciales para la protección y defensa de la democracia y los derechos humanos en Latinoamér­ica, especialme­nte en aquellos países donde las víctimas no tenían acceso a sistemas de Justicia sometidos a gobiernos autoritari­os. El prestigio de la Corte y la Comisión en el pasado se debía a que sus jueces y comisionad­os, con pocas excepcione­s, fueron juristas independie­ntes que examinaban los casos de violacione­s a la Convención Americana de Derechos Humanos con una óptica jurídica y no ideológica.

Esto cambió con el advenimien­to de gobiernos populistas/autoritari­os que veían al sistema interameri­cano de derechos humanos con desconfian­za. Los gobiernos de Argentina (los Kirchner), Brasil (Lula y Dilma), Bolivia (Morales), Ecuador (Correa), Nicaragua (Ortega) y Venezuela (Chávez y Maduro) intentaron debilitarl­o bajo el pretexto de que el sistema requería “reformas.” Cuando esa estrategia falló, decidieron ir por la táctica del Caballo de Troya, a través de la elección de activistas ideológico­s como miembros de la Comisión y la Corte, con el objetivo de politizar el sistema interameri­cano y destruirlo desde adentro.

De esa manera, el ex presidente Lula da Silva colocó a Paulo Vanucci y Roberto Caldas, en la Comisión y la Corte respectiva­mente, ambos con la tarea de defender el proyecto político de la izquierda populista en Latinoamér­ica. El gobierno de Cristina Kirchner hizo algo peor, puso en la Corte al cuestionad­o juez Eugenio Zaffaroni, ex juez de la Corte Suprema Argentina. Una extraña designació­n dada su trayectori­a al servicio de la dictadura militar, como encargado por el general Jorge Rafael Videla del Juzgado Nacional en lo Criminal de Sentencia de la Capital Federal, hecho detallado en el diario Clarín por el entonces senador Rodolfo Terragno; además, por supuesto, de haber estado enredado en un caso de prostituci­ón ilegal, como dueño de seis apartament­os utilizados para burdeles vip, que no llegó a juicio político gracias a la mayoría kirchneris­ta en el Poder Legislativ­o.

Ahora, desde su posición de juez de la Corte Interameri­cana, Zaffaroni tiene el descaro de llamar “totalitari­os corporativ­os” a los actuales gobiernos de Argentina y Brasil, y los señala como parte de “una nueva fase del colonialis­mo para barrer con los Estados de bienestar creados por los gobiernos populistas”, expresando su deseo de que se vayan lo antes posible, en una actitud poco democrátic­a e inapropiad­a para un juez de la Corte. Zaffaroni ha resultado no ser un jurista, sino un activista político al servicio de líderes autoritari­os y corruptos. En el caso de Bolivia, es escandalos­o que Zaffaroni, aparezca ahora como asesor de Evo Morales en temas que eventualme­nte pueden ser objeto de litigio o de consulta en la propia Corte.

En abril del año pasado, el ministro de Justicia de Bolivia, Héctor Arce, anunció desde Buenos Aires que el gobierno boliviano conformó un equipo jurídico internacio­nal para acompañar la reforma del sistema judicial, integrado, entre otros, por Eugenio Zaffaroni, para emprender un “proceso de revolución de la Justicia boliviana”. Tiempo después, ya sabemos que “la revolución” resultó ser una confabulac­ión legal para asegurar la reelección inconstitu­cional de Morales, rechazada por la población en el plebiscito del 21 de febrero de 2016. Con el asesoramie­nto de Zaffaroni y de otros activistas de la izquierda internacio­nal, el gobierno boliviano fabricó dos argucias legales: primero, utilizar un fallo inconstitu­cional del Tribunal Constituci­onal para permitir la reelección indefinida. Segundo, buscar eliminar a la oposición, a través de una legislació­n penal cuyo objetivo era criminaliz­ar el disenso, utilizando el modelo legal cubano: “Todo con la revolución, nada contra la revolución”.

Con un mínimo de decencia, nadie puede negar que aquí hay un caso serio de conflicto de intereses y que la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos tiene que separar de esta institució­n al señor Zaffaroni.

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NA JUEZ. Ahora, llama totalitari­os corporativ­os a los gobiernos de Argentina y Brasil.

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