Perfil (Sabado)

Con los ojos en el cielo y las ruedas en la Tierra

- ALEJANDRO GANGUI*

La muerte de Stephen Hawking ha hecho que muchos de los que hemos trabajado en cosmología y leído sus trabajos comenzáram­os a rememorar su vida, sus ideas y cómo era la imagen de la física y del universo antes de que sus contribuci­ones mayores comenzaran a modificarl­a. Fue pionero en una inmensa variedad de temas, que van desde la existencia de singularid­ades –donde el espacio-tiempo se quiebra en los momentos más tempranos de la evolución de nuestro universo– hasta la manera en que pequeñas perturbaci­ones cuánticas en la geometría del espacio y la materia siembran las semillas gravitator­ias que, luego de miles de millones de años de evolución, darán origen a las estrellas que pueblan nuestro universo actual.

También hizo el foco en procesos cataclísmi­cos y estrellas colapsadas. En uno de sus trabajos más célebres, Creación de partículas por agujeros negros (1975), demostró que esos objetos astrofísic­os no son tan negros como se pensaba: si se tienen en cuenta efectos de la física cuántica, los agujeros emiten radiación y lentamente se evaporan. Hoy a esta radiación se la ha bautizado con su nombre, y ese trabajo es uno de los más citados de su autoría, con más de 7 mil menciones en otros papers científico­s.

Como es de imaginar, su sola presencia atraía todas las miradas. En lo personal me lo encontré un par de veces, la primera vez en Cambridge, a la hora del “five o’clock tea”, pero yo era tímido y estaba trabajando en otro tema, así que no tenía letra para compartir (y en esa época no hacíamos selfies). La segunda fue en un congreso en Ambleside, tam- bién en Inglaterra, donde fui testigo de sus dificultad­es para subir a un estrado no preparado para personas con capacidade­s diferentes.

En efecto, como lo cuenta el matemático Roger Penrose en el obituario de Hawking que publicó, invitarlo a una charla tout public culminaba en un éxito seguro, pero demandaba gastos y una logística fuera de lo normal, además de un teatro suficiente­mente grande para albergar a los cientos (o incluso miles) de sus seguidores. (Algo similar nos ocurrió en 2005 con la charla de Juan Maldacena en el Centro Cultural Borges, donde mucha gente quedó afuera, pero con la diferencia de que Juan entró caminando.)

Como también señala Penrose, que lo conoció bien, mucho de lo que Hawking logró en su difícil vida se lo debe a su primera esposa, Jane Wilde, con quien se casó en 1965, el mismo año en el que presentó su tesis de doctorado, y quien lo apoyó de mil maneras que hoy solo podemos imaginar. Con ella el célebre científico tuvo sus tres hijos, y con la del medio, Lucy, hoy novelista, escribió varios libros de ciencia para chicos.

Para el gran público, quizá Stephen no sería Hawking sin su enorme entusiasmo por la vida, su silla de ruedas y su voz computariz­ada. Pero para la comunidad de cosmólogos y relativist­as que se nutrieron de sus originales ideas, fueron su ciencia y sus proyeccion­es lo que capturó la atención. Su legado perdurará más allá de cuando la imagen que lo convirtió en un ícono de la cultura pop se confunda entre tantas otras.

Su sola presencia atraía todas las miradas. En lo personal me lo encontré dos veces

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