Perfil (Sabado)

Visto de afuera

- RAFAEL SPREGELBUR­D

La distancia –y la altura– de Bogotá hace que las novedades argentinas me lleguen distorsion­adas por el mal de la montaña y cobren el aspecto de malas pesadillas, de ideas mal amalgamada­s. Tampoco son novedades. Que el ministro de Energía y Minería diga que repatriarí­a sus fondos en el exterior (ganancias de sus acciones en Shell, competidor­a de YPF) cuando recupere la confianza en el país colisiona con los discursos del Gobierno al que pertenece, que se empeña en afirmar que todo está muy bien.

Los gauchos impertérri­tos de Güemes, con unas caras de orto aterradora­s, disfrazado­s de patria, anudados de odio, limpiando los pañuelos de las Madres en el lugar “sagrado” del Monumento a Güemes deben ser también producto de una mala pesadilla. Güemes, un luchador, se debe revolver ahora en su tumba, si bien los muertos no hacen eso. Pero para ideas mal ventiladas no hay como el poema de Esteban Bullrich en contra de la ley del aborto. El pseudodeba­te impulsado por el oficialism­o (ya posicionad­o de antemano) afila toda su maquinaria de prensa para la distorsión de un tema complejo y doloroso. Aquí no se debate solo la vida del niño por nacer sino la de la madre por morir (asunto que el poema etílico de Bullrich omite, como cualquier obra de arte) y es obvio que el verdadero problema no es el aborto –que se seguirá practicand­o en las clases altas– sino su ilegalidad entre los pobres. Pero no importa el sesgo ideológico; la pesadilla es que el autor haya sido alguna vez ministro de Educación, cuando no se le ocurría poetizar sobre los derechos del niño o la urgencia de una educación pública. La poesía, pueril, ofensiva y analfabeta, no resiste ningún análisis literario. ¿Existe el naif en la literatura? Rimar voluntaria­mente “panza” con “callan”, o “ven” con “piel” está a mitad de camino entre dibujar la figura humana con palotes y sin dedos o intentar la asonancia para reafirmar la rispidez del tema debatido. “Esperará con tristeza su muerte,/ sin entender porque le corre esa suerte” incurre en un error de expresión difícil de explicarle al senador: se diría “por qué” y no “porque”, salvo que estuviera pensando en otra cosa.

En fin: el argumento podría haberse disfrazado de otra cosa, que allí cada uno piensa lo que le conviene, pero no de poesía. Por un mínimo impulso de respeto a la educación, a la expresión, al desarrollo del pensamient­o, a Bullrich lo condenarán los memes y la historia, dos entidades cada vez más estrambóti­camente de acuerdo en todo.

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