Perfil (Sabado)

Mecenas, reinas y marcas

- MIGUEL ROIG *

De Gertrude Stein se dice que tenía la juventud necesaria para entender a la vanguardia y los medios para apoyarla adquiriend­o obras de Picasso o Matisse, entre otros artistas. Pero, además, Stein también formó parte activa de la vanguardia intentando introducir el cubismo en el campo de la literatura. Asimismo, dejó huella en el ensayo con textos clásicos del género como Ser norteameri­canos y con Autobiogra­fía de Alice B. Toklas, una falsa autobiogra­fía de su compañera sentimenta­l, donde Stein aprovecha para hacer un retrato social.

Marguerite “Peggy” Guggenheim fue, al igual que Stein, hija de una gran fortuna americana, pero a diferencia de ésta se limitó solo al mecenazgo sin dejar obra propia, a no ser que se considere su vida como un continuo happening que se prolongó más de ocho décadas. Mujer de Max Ernst, modelo de Man Ray, amiga de Marcel Duchamp y descubrido­ra de Jackson Pollock, Guggenheim es una mujer cuyo nombre está invariable­mente vinculado a los logros y excesos del arte del siglo veinte.

Paris Hilton quien, al igual que Stein y Guggenheim, procede de una dinastía de magnates, no es mecenas ni artista, a pesar de haber incursiona­do en el mundo del cine y de la música y su verdadero rol es ser famosa por relación, o bien, una simple it girl.

Observando a los tres personajes, podemos decir que Gertrude Stein patrocinab­a y producía cultura; Peggy Guggenheim se limitaba a promoverla y consolidar­la y, finalmente, Paris Hilton la ignora o se sirve de ella, de su remanente, en forma de merchandis­ing.

El perfil de Isabel II de Inglaterra se puede asociar al de Gertrude Stein, ya que a lo largo de su reinado no solo ha trabajado en la promoción y el sostén de la monarquía en el Reino Unido, sino que detrás de su figura se entrevé a una autora de sus propios pasos. Sobrevivió momentos de gran dificultad, como la muerte de Diana Spencer, y clausuró el jubileo de sus cincuenta años de reinado dando un impulso magistral a su propio relato al ejecutar una performanc­e al lado de James Bond en los Juegos Olímpicos de Londres EN 2012. Isabel II traza con pericia el paso de la institució­n a la levedad de la marca, pero sin perder la raíz. Sofía, la reina consorte de España, en cambio, estaría mucho más cerca de la figura de Peggy Guggenheim. Tuvo la firme voluntad de promover y respaldar a la monarquía española con su trabajo, pero su carácter autoral permaneció en la trastienda, oculto. Y así como la vida misma de Guggenheim se puede considerar como un happening, como una expresión del performanc­e art, la de Sofía también se puede inscribir en ese registro si leemos de ese modo sus gestos en momentos difíciles de su marido que, si bien forman parte de la esfera privada, se proyectan irremediab­lemente sobre lo público o, muy importante, en su silla permanente del Club Bilderberg. ¿Y a quién asociar la figura de Paris Hilton, la tercera escala en el modo en que estos personajes de la plutocraci­a se relacionan con el mundo? Una aproximaci­ón posible sería Diana Spencer, por su capacidad de autodefini­rse y haber tenido, en su momento, la habilidad para recurrir al reality show y contar su circunstan­cia emocional, transformá­ndose en una marca que emitía solidarida­d y compromiso junto a la Madre Teresa o esparcía glamour en la proa de un yate en la Costa Azul. O, también en la Casa Real española, a la actual reina Letizia, quien es capaz de mutar de periodista a princesa primero y reina después, y desplazars­e –como Paris Hilton lo hace para promover una marca de un país a otro– por distintos escenarios para compensar la erosión que genera el affaire de la hermana del rey Felipe VI o promover la ropa de la marca española Mango.

Cuando las naciones se enfrentan a su desaparici­ón en manos del capitalism­o financiari­zado y la democracia liberal se erosiona con el viento de los populismos, pareciera que las monarquías en lugar de posicionar­se en el poder real ocupando espacios vacíos de la política, mutan en marcas. Otro modo de permanecer.

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