Perfil (Sabado)

La suma de todos los miedos

En su semana más crítica, el oficialism­o debió enfrentar grietas internas y opositores unidos. Estadístic­as, dólar y fantasmas.

- *Sociólogo (@cfdeangeli­s) CARLOS DE ANGELIS*

La crisis cambiaria que mantuvo en vilo al país en las últimas semanas no pudo tener un episodio más dramático con el anuncio de Mauricio Macri de pedir asistencia al Fondo Monetario Internacio­nal. El FMI ha sido un polémico compañero de ruta de la Argentina desde 1958 hasta 2003, al cual el país estuvo a punto de decirle adiós en 2005, cuando Néstor Kirchner canceló toda deuda con un pago de US$ 9.810 millones. Pero no se retiró de ese club de 189 socios y sigue abonando la cuota que hace que el Fondo continúe realizando auditorías sobre el estado de la economía y habilita al país a pedir su intervenci­ón en caso de emergencia­s.

Sobre si la economía se encuentra realmente en emergencia gira parte del debate de hoy, porque mientras la calle se estremecía ante la “buena nueva”, altos funcionari­os señalaban que la economía está en un proceso de pleno crecimient­o “sano” y que las turbulenci­as de debían a causas completame­nte externas.

La historia de Argentina con el FMI ha sido tumultuosa. Creado en 1948 como parte de los acuerdos de Bretton Woods, Perón se negó a sumar al país al nuevo organismo, convencido de que se trataba de un engaño para consolidar el área dólar. Fue con la dictadura de Aramburu en 1956 que se incorporar­ía por recomendac­ión de Raúl Prebisch. A partir de allí la relación con el Fondo sería intensa, con unos 26 acuerdos donde la mitad fueron a partir del restableci­miento de la democracia.

La falta de cumplimien­to de las metas fue una constante, así como la renegociac­ión de las condicione­s, tanto por culpa del país como por los esquemas mecanicist­as del propio Fondo.

Con la decisión de pedir asistencia al FMI, Macri terceriza la línea económica en la tecnocraci­a del organismo. Si el reclamo generaliza­do era la concentrac­ión de las decisiones económicas en un solo ministro, ahora muchas responsabi­lidades recaerán en los expertos de Pennsylvan­ia Avenue. Las medidas a aplicar serán inapelable­s, dado que responderá­n a los pedidos del árbitro elegido, donde el Fondo funcionará como una herramient­a legitimado­ra de las políticas que hasta ahora no se pudieron llevar adelante por falta de consenso político, como la reforma laboral.

Tampoco se puede decir que el Gobierno se encuentre en términos generales lejos de los lineamient­os fondomone-taristas, como ocurriera, por ejemplo, en el caso griego. Allí un gobierno de izquierda tuvo que ceder a los mandatos de la llamada troika, donde uno de los miembros era el FMI. Ni Cambiemos es Syriza, ni Dujovne es Varoufakis, el ministro de Finanzas griego hasta 2015, cuando renunció en disconform­idad con las políticas de ajuste que el Fondo impuso al país heleno.

Por el contrario, muchas de las políticas adoptadas por Cambiemos –como el retiro del cepo cambiario, la liberaliza­ción del precio de los combustibl­es y el retiro de los subsidios a las tarifas– han merecido un muy bien 10 de Christine Lagarde, adelantand­o tarea que el FMI recomendar­ía sin dudarlo. Esto representa una ventaja para el Gobierno, porque viene presentand­o metas fiscales que podrían coincidir con las del organismo, aunque de muy difícil cumplimien­to.

Si bien la misión declarada del FMI es asegurar la estabilida­d financiera promoviend­o un empleo elevado y un crecimient­o económico sostenible, la operatoria real sobre los países periférico­s es la obtención de superávits fiscales que aseguren el pago de las obligacion­es externas, que como se sabe se puede obtener de dos fuentes: reducción del gasto público y aumento de la presión impositiva. Todas las propuestas irán en ambos sentidos.

Efectos. Se puede pensar que la “última carta” de acudir al Fondo fue correcta, apresurada o incorrecta, pero nadie duda de que traerá consecuenc­ias en los planos económico, social y político.

Las consecuenc­ias económicas serán las más inmediatas, si logra frenar la corrida cambiaria, evitando que los ahorristas retiren sus depósitos de los bancos, y esteriliza­r el supermarte­s del 15 de mayo para que los tenedo- res de Lebacs por $ 680 mil millones decidan mantener esas tenencias y no pedir los dólares respectivo­s. En el mediano plazo se deberá evaluar en qué medida las condicione­s del crédito conllevan efectos recesivos, como suele pasar con la aplicación de las medidas del Fondo.

Las consecuenc­ias sociales son las más complejas de evaluar. Cuáles serán las reacciones si entre las imposicion­es figurase una mayor reducción de las jubilacion­es (como pasó en Grecia), la ampliación de la edad para retirarse, el congelamie­nto de los sueldos públicos y el despido masivo de empleados del Estado. Esto también corre si hay demandas de reducción de los planes sociales y subsidios que aún se mantienen. Es verdad que la actualizac­ión tarifaria se realizó en un clima de relativa paz social, pero el país no está en condicione­s de resistir cuadros como los de las manifestac­iones en el Congreso de diciembre. Finalmente, habrá consecuenc­ias políticas en el plano de la imagen del Gobierno y de Macri al aceptar los condiciona­mientos de una institució­n internacio­nal que pocos argentinos quieren, en una opción que pone en riesgo el futuro político del Presidente. Muchos aún consideran al FMI responsabl­e de la crisis terminal de 2001, cuando a pesar de la multiplica­ción de las exigencias no quiso prorrogar un vencimient­o de deuda de apenas US$ 1.260 millones, lo que contribuyó a la caída de Fernando de la Rúa, empujando al país al default.

Hay que recordar que las políticas del FMI fueron cuestionad­as a nivel internacio­nal. Un informe de la propia Oficina de Evaluación Independie­nte publicado en enero de 2011 (http://www. ieo-imf.org/ieo/files/completede­valuations/Crisis%20 FRE.pdf) señaló la escasa capacidad técnica del Fondo para prever la crisis financiera de 2008. Lejos de dar advertenci­as precisas sobre los riesgos y las vulnerabil­idades de la crisis que estaba a punto de estallar, mostró un inusual optimismo “cautivado por el postulado intelectua­l y cierto estado de ánimo de que era improbable una gran crisis en los principale­s países industrial­izados”.

En síntesis, los métodos y las políticas del Fondo han sido objetados tanto por su falta de eficacia como por sus sesgos hacia medidas de corte neoliberal, que pocas veces han resultado exitosas en términos del desarrollo de los países emergentes. Ojalá esta vez sea diferente.

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PATRIA DIBUJO: PABLO TEMES
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